Capitulo 437
Capítulo 437
Baltazar también conocía a la abuelita Frias.
Después de saludar a la abuelita Frias, su mirada se posó en Paulina y sonrió con calidez.
-¿Tú eres Pauli?
Era la primera vez que Paulina veía a Baltazar.
Se inclinó con respeto y contestó:
-Sí, soy yo.
Baltazar asintió satisfecho, lanzándole un cumplido sin rodeos.
-Qué guapa eres.
Antes de llegar al hospital, Baltazar ya tenía cierta idea de la situación de Yolanda. Sin embargo, no quiso apresurarse a dar un diagnóstico definitivo; prefería observar y conocer más a fondo el caso de Yolanda antes de decidir el tratamiento.
Paulina y la abuelita Romo, junto con los demás, querían acompañar a Baltazar todo el tiempo y, al mediodía, invitarle a comer para agradecerle su ayuda.
Pero Baltazar les pidió amablemente que regresaran a casa. Les aseguró que, cuando tuviera lista la propuesta de tratamiento, se las compartiría.
-En cuanto a la comida -miró a Paulina sonriendo-, no se preocupen. Habrá muchas oportunidades más adelante, no hay prisa.
Como Baltazar lo dijo de esa manera, Paulina y la abuelita Romo no tuvieron más remedio que marcharse.
Al salir del hospital, Paulina regresó a la oficina y la abuelita Frias acompañó a la abuelita Romo de vuelta a la casa de los Romo.
Esa noche, Paulina volvió a la casa de los Romo para cenar, y la abuelita Frias seguía ahí.
Después de la cena, cuando la abuelita Frias estaba por irse, tomó la mano de Paulina y la acarició suavemente, soltando un suspiro cargado de emociones.
Ella sabía que Paulina y Armando habían ido al registro civil a firmar el divorcio hacía unos días.
Ya que ambos lo tenían tan claro, no le parecía correcto tratar de convencerlos de lo contrario.
Además, aunque quisiera, había personas que simplemente no escuchaban razones.
Por otro lado, pensaba que el divorcio y la oportunidad de empezar de nuevo quizá fueran lo mejor para Paulina.
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Con ese pensamiento en la cabeza, la abuelita Frias solo pudo decir:
-Cuidate mucho, mi niña.
Paulina asintió.
-Sí, lo haré. Usted también, cuide su salud.
Al regresar a la casa antigua, la abuelita Frias se topó con un visitante inesperado sentado en la sala. Se detuvo en seco y preguntó de manera directa:
-¿Y tú qué haces aquí?
Armando giró la cabeza y le respondió con una sonrisa pícara:
-Como ayer me regañó sin aviso, pensé que quizá me extrañaba, así que vine a verla.
La abuelita soltó un bufido y se dirigió al mayordomo que estaba cerca.
-¿A qué hora llegó este?
-Llegó como a las seis. Iba a avisarle, pero Armando dijo que no hacía falta interrumpirla, así
que…
-Abuelita.
En ese momento, Josefina bajó corriendo las escaleras.
Al verla, la abuelita por fin mostró una sonrisa genuina.
Abrazó a Josefina, quien se lanzó a sus brazos.
-¿Josie, tienes hambre? ¿Ya cenaste?
-Cené con mi papá, ¿y usted, abuelita? ¿Ya comió?
La abuelita sonrió de nuevo.
-Sí, abuelita ya cenó.
Aunque ver a Josefina la alegraba, luego de estar fuera todo el día, el cansancio se notaba en
su cara.
Armando lo notó y habló:
-Quería platicar con usted de algo, pero si está cansada, mejor mañana…
-Ni mañana ni pasado, no tengo ganas. Ya sé que lo que quieras decirme tiene que ver con esa tal Mercedez. Haz lo que quieras, pero no vengas a molestarme con tus cosas.
Su tono fue cortante. Josefina nunca había visto a la abuelita molesta, pero no se asustó, solo preguntó con inocencia:
-¿Está de malas, abuelita?
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-Sí–respondió la abuelita, mirando a Josefina con una mezcla de ternura y preocupación. Luego dirigió la vista a Armando-. La mamá de Pauli está muy delicada de salud, ¿tú sabías
eso?
Aunque Paulina había conseguido que Baltazar revisara a Yolanda, si la situación era tan grave, ni siquiera Baltazar podría hacer milagros.
Al escuchar eso, Armando bajó la mirada y murmuró:
-Ahora lo sé.
Su tono fue desapegado, casi indiferente.
Quizá era desinterés, pues su cara seguía igual, sin mostrar sorpresa ni preocupación.
La abuelita sintió una punzada de enojo.
Seguía siendo tan distante y desinteresado con Paulina.
Sabía perfectamente del conflicto entre la familia Romo y los Lobos, pero aun así…
Mientras más lo pensaba, más le dolía el pecho.
Josefina alzó la mirada.
-¿No estaba enferma la abuela desde hace mucho?
Recordaba que, desde chiquita, su mamá le decía que la abuela estaba enferma y por eso vivía en el hospital.
-Tu abuela tiene otro problema de salud -le explicó la abuelita a Josefina, sin mirar a Armando. Luego, con un tono cortante, agregó. Ya que tú decides sobre tus propios líos, no tienes por qué contármelos. Mejor vete.