El viento desgarrador era tan frío que enfriaba hasta los huesos. Valentina vestía ropa ligera y, de por sí,
no era resistente al frío. Estando colgada en el aire, expuesta a la crueldad del viento helado, no pasaría mucho tiempo antes de que muriera por hipotermia.
Media hora más tarde.
Jorge pensó en decirle a Andrés que ya era suficiente, que Valentina no aguantaría mucho más.
¿Acaso el señor Andrés quería que Valentina muriera en ese lugar, ese mismo día?
Jorge lo miró con una expresión de duda, como si estuviera a punto de hablar, pero se contuvo de inmediato.
No es que sintiera compasión por Valentina. Ella tenía un corazón indescriptible como el de una serpiente; había matado a varias personas. Comparado con lo que había hecho a las víctimas inocentes, el castigo que recibía ese día no era nada.
Pero si Valentina moría a manos de Andrés, sería difícil explicárselo a don Manuel y a doña Ximena.
Andrés mantenía el rostro indiferente.
No mostraba ninguna intención de detenerse.
Jorge tampoco estaba seguro de cuáles eran en realidad sus intenciones.
Sabía lo importante que era Luisa para Andrés.
No dudaba ni un solo segundo de que fuera capaz de torturar y matar a Valentina para vengarse por ella.
Pero si lo hacía, ¿cómo se lo explicarían a don Manuel y a doña Ximena?
Valentina era la hija adoptiva de la familia Martínez, y doña Ximena la quería con locura. Era fácil imaginar que, según el parecer de ambos, incluso si Valentina hubiera cometido delitos, debía ser entregada a las autoridades judiciales.
Jorge creyó que Andrés en realidad quería que Valentina muriera esa noche fría bajo la nieve.
Sin embargo, unos minutos más tarde, Andrés le hizo una señal con la mano.
Jorge entendió al instante y, de inmediato, habló por su radio: -Está bien, deténganse.
El helicóptero comenzó a descender una y otra vez.
Valentina estaba tan congelada que su rostro había adquirido un tono morado, los labios negros, y ta. sus pestañas como su cabello estaban cubiertos por una capa de hielo y nieve.
Se encontraba en el suelo sin poder moverse, aparentemente inconsciente.
Andrés ordenó con frialdad a Jorge: -Llama al personal médico. Que la revisen. No quiero que muera tan fácil.
-Sí, señor Andrés.
Valentina fue reanimada. Estaba acostada en la enfermeria de la base; aunque había sobrevivido, su estado era como el de una muerta en vida.
Al día siguiente, Andrés regresó a la Casa Martínez.
Patricia estaba tomando café en la sala. Al ver a Andrés, preguntó algo extraño: -Andrés, ¿por qué volviste?
Andrés se sentó en el sofá, cruzando despreocupado sus largas piernas frente a él, y le preguntó a Patricia: ¿Mi papá no ha regresado todavía?
Patricia lo miró.–¿Hay algo que necesites de él?
-Sí. -le respondió Andrés con voz serena.–Acabo de llamarlo. Supongo que ya debe estar por llegar.
Patricia preguntó: -¿Dime de qué se trata?
Andrés tenía una expresión serena y su tono era natural, sin emoción alguna.–Sobre la expulsión de
Valentina de la familia Martínez.
-¿Capturaron a Valentina? -Patricia abrió asombrada.- ¿Cuándo fue eso?
Hace unos cuantos días, cuando Patricia se enteró de que Valentina estaba trabajando para Daniel, casi
se muere de la rabia..
Pensaba imponerle primero un castigo interno de la familia antes de entregarla a don Manuel, pero los hombres que había enviado para capturarla regresaron diciendo que Valentina había escapado.
Doña Ximena, por su parte, se negaba rotundamente a creer que Valentina hubiera ayudado a Daniel a enfrentarse a la familia Martínez. De la rabia, sufrió una recaída y estuvo hospitalizada por un par de días; apenas fue dada de alta ayer.
-La trajeron de regreso desde Solévia ayer.
Patricia se sobresaltó muchísimo.–¿Le dijiste algo a tus abuelos sobre esto?
-Sí. El abuelo no puede regresar y me dijo que me encargara de todo este asunto. Y a la abuela también se le notificó.
Patricia suspiró preocupada.–Tu abuela acaba de salir del hospital. Si ya le diste la noticia, quizá…
Hizo una pausa e hizo mala cara antes de continuar: -Tu abuela siempre ha consentido a Valentin Esta vez, seguro hará todo lo posible por protegerla.
Andrés sonrió y dijo con frialdad: -¿Y qué si la consiente? Lo que yo he decidido, ni siquiera la abuela podrá impedirlo.