Él no dijo nada, solo siguió adelante, gulando el camino.
Avanzaron toda la mañana. A medida que se internaban más, los árboles se volvian tan frondosos que apenas unas poces manchas de luz lograban filtrarse entre las hojas.
Anais tenía ganas de preguntar si habría por ahí alguna fruta comestible, pero justo en ese momento notó que él se detenta
en seco.
-¿Qué pasa?
-Hay gente.
Apenas terminó de hablar, se escuchó un disparo.
Anais, con reflejos de superviviente, se lanzó al lado y se pegó a él.
-¿Cuántos son?
-Unos diez o más. Mantente alerta.
Anais asomó la cabeza con cuidado y vio un grupo de personas bastante hábiles peleando por unas cosas.
No le interesaba meterse en ese tipo de líos. No quería repetir lo de la noche anterior y atraer problemas innecesarios.
Le señaló con la mano un desvío entre los arbustos, indicándole a Efraín que tomaran esa ruta, pero él se quedó quieto, sin
moverse.
-¿Qué tienes?
Efraín apretó apenas los labios, como si tomara una decisión.
-Justo quiero ir por ese lado.
Anaís alzó una ceja, cada vez más convencida de que él sabía a dónde iba y, además, no pensaba cambiar de opinión.
-Bueno, pues le damos la vuelta, vámonos por ahí.
Apenas terminó de hablar, una bala impactó justo frente a sus pies.
Los dos bandos que se estaban enfrentando, al notar la presencia de un tercero, de inmediato dejaron su pelea y se aliaron. Anaís tomó a Efraín del brazo y se lanzaron a correr. Esquivando disparos a toda velocidad, le gritó:
-¡Tú dime por dónde! Yo te sigo a donde quieras.
Sus cuerpos se movían antes que su mente; era como si sus reflejos ya estuvieran entrenados para sobrevivir en ese tipo de situaciones.
Corrieron por lo menos tres kilómetros entre la maleza. Fue entonces que Anaís divisó un árbol peculiar.
El tronco estaba marcado por varias balas incrustadas, ya tan viejas que apenas se distinguían como pequeñas cicatrices de metal fundidas en la madera.
Se quedó mirando el árbol un buen rato, intrigada por lo natural que le resultaba identificar esas marcas como balas. ¿Por qué lo supo de inmediato?
Y no solo eso, sino que se notaba que llevaban años ahí, la corteza y el plomo ya casi eran uno solo.
Alzó la mano y, apenas tocó el tronco, una punzada de dolor le atravesó la cabeza. De repente, los recuerdos de antes regresaron en ráfagas.
Era en una selva como esa, llena de peligros. Ella luchaba por sobrevivir, envenenada y con la vista borrosa.
Pero, ¿quién fue la persona que la rescató después?
Los recuerdos pasaban tan rápido que apenas podía aferrarse a ellos. Sintió un escalofrío en los dedos y apartó la mano del
árbol.
Efraín, que estaba a su lado, abrió la boca para preguntarle algo, pero ella lo interrumpió:
-Creo que ya estoy recordando.
El esbozó una sonrisa discreta.
Ajá
Pero Anaís se quedó callada. El rostro borroso que vela en su mente no era el de Efraín. ¿Por qué había llegado ella a ese lugar en aquel entonces?
Por más que sospechara que en el pasado hizo muchas cosas, no era
de
las que seguía a un hombre solo por capricho
Eso estaba claro ¿Entonces qué hacía allí y quién era esa sombra difusa en sus recuerdos?
Inspiró profundo.
ཡཾ ༤ T
He estado aquí antes. En ese entonces, alguien me salvó. Luego pasaron cosas que…
Se llevó la mano a la cabeza, un nuevo dolor la obligó a cerrar los ojos.
El aire húmedo y pegajoso de la selva la hacía sentir incómoda.
Efraín, atento, tomó una hoja grande y empezó a abanicarla.
-No te esfuerces, site duele mejor no pienses en eso.
Anaís, agotada, se dejó caer contra el tronco y cerró los ojos. El sudor le corría por la frente.
-Déjame recuperarme tantito… Últimamente siempre me pasa esto, ni dormir tranquila puedo.
Los recuerdos desordenados iban y venían en su mente. Por un instante, creyó ver de nuevo esa zona en ruinas, buscaba algo entre los escombros, desesperada, mientras alguien detrás trataba de calmarla. Ella no hacía caso y seguía adelante, empecinada en encontrar lo que fuera que buscaba.
-¿Anaís?
-¡Anaís!
Abrió los ojos de golpe. Estaba recostada en los brazos de Efraín.
La luz anaranjada del atardecer se colaba entre las ramas, tiñendo la escena de un dorado suave. Anaís volvió a cerrar los ojos, respiró hondo y murmuró:
-Sí, de verdad he estado aquí antes.