Capítulo 316
En el instante en que Irene lo vio, su expresión se torció en una mueca de desagrado que Romeo percibió claramente. Parecía como si él hubiera insistido en estar ahí, cuando nada estaba más lejos de la realidad.
Otra vez, Irene le lanzó una mirada fría, y eso lo irritó profundamente.
Irene captó el tono velado en las palabras de Romeo y finalmente lo miró de frente: “Si no te agrada verme, ¿por qué hablas tanto?”
Romeo se quedó sin palabras.
“Es cierto que el doctor Morales te trajo aquí,” continuó Irene, “pero si me hubiera dicho antes que necesitaba ayuda, no te habría llamado a ti.” En su.mente, Irene pensó que ya había llegado a un punto en que nada le importaba, entonces, ¿por qué temerle a Romeo?
Lo único que realmente le preocupaba era que Romeo sabotease el tratamiento de Daniel, impidiendo que Esteban lo atendiera.
Así que, después de lanzarle un par de pullas, se dio la vuelta y regresó a su asiento en el graderío.
Romeo estaba furioso, a punto de romperse los dientes de tanto rechinar.
¿Y si no a él, a quién pensaba llamar? ¿A David?
Con ese respaldo, Irene ahora hablaba con una seguridad que antes no tenía.
Esteban, habiendo dado las últimas instrucciones a Daniel, se acercó al auto desde el lado del copiloto y notó cómo el ceño de Romeo se iba frunciendo más y más. Le dio una palmada en el
hombro.
“Ya que estás aquí, haz lo que toca. Al menos coopera con el tratamiento de hoy y no te pongas de necio hablándole. Súbete al carro.”
Mientras hablaba, Esteban ya había abierto la puerta del copiloto y se acomodaba en el
asiento.
Romeo, con el orgullo herido, no dijo nada. Su rostro se oscureció aún más mientras dirigía una mirada asesina a Esteban, antes de subirse a otro auto.
Desde su asiento en el graderío, Irene contenía la respiración, entendiendo lo que Esteban planeaba.
Daniel sufría de un trauma por un accidente automovilístico, y Esteban pretendía enfrentarlo con ese miedo al ponerlo de nuevo al volante, como si regresara al lugar del accidente para superar esa barrera.
Aunque el estado de Daniel no era el ideal para realizar pruebas en exteriores, el circuito de carreras estaba vacío y contaba con todas las medidas de seguridad.
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Capítulo 316
Si Daniel perdía el control, Romeo estaría a su lado para ayudar a controlar el auto, evitando cualquier problema.
Esteban no arriesgaría su vida sin motivo, y Romeo tenía habilidades de conducción comparables a las de un piloto profesional.
Pero Irene no podía evitar preocuparse, su mirada seguía cada movimiento del auto de Daniel.
El vehículo comenzó a moverse lentamente, apenas más rápido que un paseo a pie, acelerando gradualmente en la pista lisa.
Para sorpresa de todos, Daniel parecía estar en un estado excepcional, lo que permitió que Esteban, sentado a su lado, relajara un poco sus nervios.
Un sonido repentino rompió el silencio en el interior del coche: el timbre del celular.
Esteban, sin mirar quién llamaba, contestó directamente. “¿Quién habla? ¡Hable rápido!”
“Doctor Morales, soy David. ¿Tiene un momento? Hay algo de lo que me gustaría hablar.”
David había encontrado la tarjeta de Esteban y decidió llamarlo durante sus horas de trabajo.
“¿David?” Esteban se quedó en silencio por unos segundos antes de recordar. “Ah, sí, te debo un favor. Está bien, ven a recogerme al circuito en el norte en una hora. ¿Te parece? Podemos hablar en el camino.”
“Por supuesto,” respondió David sin titubear.
Aunque estaba sumamente ocupado, estaba dispuesto a perder toda la mañana por esa conversación.
Esteban guardó el celular y le dio unas palmadas a Daniel en el brazo. “Aumenta la velocidad un poco, no temas, no hay nadie adelante.”
Daniel no respondía, conduciendo de manera mecánica mientras las imágenes del parabrisas pasaban velozmente, formando un collage desordenado en su mente.
Sus manos se apretaron con fuerza en el volante.
“Aprieta el pie derecho,” instruía Esteban con calma, repitiendo la indicación una y otra vez.
Cuando finalmente parecía que Daniel estaba estable, de repente, presionó el acelerador a fondo.
El coche deportivo salió disparado como una flecha, y desde el graderío, Irene se levantó de un salto, aferrándose con fuerza a la barandilla mientras mantenía la vista fija en el auto que iba
adelantado.
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