Capítulo 31
-Me voy de aquí, ocúpate tú de calmarla–solté estas palabras mientras me escabullía por el extremo opuesto del salón.
Pero mi intento de evitar el drama fue inútil, pues Isabel no estaba dispuesta a dejarme escapar.
—¡No te atrevas a irte, María! ¡¿Así que primero me robas el marido y luego huyes como una puta cobarde?! -la voz chillona de Isabel retumbó en el salón, haciendo que todos los presentes se quedaran paralizados.
Los invitados comenzaron a murmurar entre ellos, tratando de entender semejante espectáculo que se desarrollaba.
-¡Alcánzame si te atreves pues zorra! -le lancé una sonrisa burlona mientras le hacía un gesto con la mano.
-¡Maldita seas, María! -Isabel cegada por la rabia daba vueltas sin rumbo.
-Por favor, Isabel, tranquilízate un poco. Solo vine a ver a María por los papeles de la casa. ¿ No eras tú la que insistía en que cortara todo vínculo con ella? No podemos divorciarnos sin resolver primero lo de los bienes -Antonio la contenía por la cintura mientras intentaba razonar con ella.
Una risa amarga brotó en mi interior al escucharlo.
Qué descarado resultó ser este hombre, que hace unos minutos me hablaba con dulzura y ahora le juraba a su amante que se desharía de mí lo antes posible.
Nunca imaginé que alguien con quien compartí tantos años de amor resultaría ser tan buen
actor.
-¿Entonces por qué me mentiste diciendo que estabas trabajando? Cada vez que te pido que me acompañes sales con la chorrada que estás ocupado. ¡Si no hubiera venido hoy seguiría engañada! ¡Y encima le compraste algo de beber! ¡¿Cómo puedes decir que exagero cuando la tratas con tanto cariño?!
Isabel no era fácil de engañar.
Seguramente notó que Antonio se estaba arrepintiendo y me trataba bien, por eso actuaba tan histérica.
El salón se llenó de gente instantáneamente. Yo ya había salido por la puerta de cristal cuando me di vuelta para ver: los dos seguían discutiendo e Isabel, furiosa, le arrojó el chocolate caliente encima a Antonio.
La gente alrededor se apartó rápidamente.
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Antonio quedó hecho un desastre.
Justo alcancé a ver esta escena y me sobresalté, encogiéndome de hombros involuntariamente.
Sofía tenía razón: Isabel era insoportable, ningún hombre podría aguantarla.
Antonio se lo había buscado él mismo.
Aunque no completamos el traspaso, eso no me impediría mudarme.
Viendo el comportamiento errático de Isabel, estaba más decidida que nunca a mudarme
inmediatamente.
Necesitaba alejarme de Antonio y los Navarro para estar segura.
Esa misma tarde, encontré una casa y me mudé.
Para evitar problemas, ni siquiera contacté a Antonio; hice que la administración lo llamara para avisarle.
Por la noche, mientras todavía organizaba cosas en el depa rentado, Antonio me llamó.
No contesté.
Luego me envió mensajes por WhatsApp.
[María, ¿adónde fue que te mudaste? ¿Es un lugar conveniente? ¿Es seguro el vecindario?]
[María, Isabel está pasando por un tratamiento difícil últimamente y está algo irritable, no te lo tomes personal. Le expliqué todo después y ella me pidió disculpas.]
Me quedé pasmada.
Sofía tenía razón otra vez: este tipo de manipuladoras saben exactamente cómo manejar a sus anchas a quienes caen en sus redes.
Isabel armó un escándalo en público y le tiró chocolate caliente encima, aun así logró calmarlo.
Me reí mirando el WhatsApp, aparentemente Antonio tenía tendencias masoquistas.
[Necesitarás dinero para vivir fuera, te enviaré algo ahora y haremos el traspaso cuando haya algo de tiempo.]
Me envió tres mensajes seguidos por WhatsApp, no respondí ninguno.
Poco después, mi celular sonó: una transferencia de cien mil dólares.
No lo entendía.
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¿Antonio amaba a Isabel o a mí?
¿O simplemente disfrutaba tenernos a ambas, jugando con nosotras las dos?
No podía comprenderlo, solo le respondí gracias.
Antonio envió varios mensajes más, pero ya no tenía ganas de leerlos.
Después de terminar de ordenar, tenía que ocuparme del gran pedido de los Montero.
Habíamos acordado hacer las primeras pruebas este fin de semana para que la señora Montero las revisara y hacer cambios si era necesario.
ay
El sábado temprano, el Pagani vino a recogerme nuevamente.
Estos últimos días había estado inquieta y no dormía bien, anoche solo pude dormir con ayuda de pastillas.
Al subir al lujoso carro Pagani de los Montero, con su andar tan suave y cómodo, me quedé dormida sin darme cuenta.
Cuando desperté y me incorporé, el auto estaba estacionado silenciosamente frente a la casa de los Montero, sin saber cuánto tiempo llevaba allí.
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