Capítulo 306
Adriana sentía que su corazón latía a mil por hora mientras estaba sentada en el asiento del copiloto sin poder moverse. Rodrigo salió del coche y la sacó.
Los dos se encontraban junto al capó humeante, observando el coche dañado. Ella tenía los ojos bien abiertos y él fruncía el ceño.
“El culpable se fugó,” dijo Rodrigo, “esto es muy extraño.”
“¿Por qué te parece extraño?” Le preguntó Adriana.
“Vi por el retrovisor un coche que venía a toda velocidad. Justo cuando intenté esquivarlo, se dirigió directamente hacia nosotros. No me pareció un accidente, sino más bien un golpe intencionado.”
En un golpe normal por detrás, ambos coches se habrían quedado en el lugar. Pero el coche de atrás los embistió y se fue a toda velocidad. Eso requería un control preciso, lo cual sugería que fue intencional.
Adriana entendió eso. Se cubrió el corazón que le latía con fuerza, su visión se nubló un poco y con los dientes apretados dijo: “¡Bárbara, tiene que ser ella!”
Bárbara era una tonta sin cerebro. Esos días, encerrada en casa por Vicente, seguramente pensaba en cuanto la odiaba y quiso vengarse de esa manera.
“Puede ser Bárbara, o también podría ser algún enemigo mío, no te preocupes, investigaré esto.” Dijo Rodrigo.
Ella asintió y preguntó: “¿Y ahora qué hacemos? ¿Llamamos a alguien para que nos recoja?”
“Sí, primero llamaré a César, luego revisaré el coche para ver si tiene algún problema. Si todo está bien, esperaremos en el asiento trasero.”
Era principios de invierno y el clima estaba un poco frío. Rodrigo abrió el capó y verificó que no hubiera riesgo de explosión, luego se metieron al asiento trasero del coche.
Adriana no podía creer que salieron a buscar a Cecilia y Rubén, pero fueron ellos quienes tuvieron un problema primero, era casi irónico.
Debido a que el coche estaba dañado, no podían encender la calefacción y la temperatura había bajado considerablemente, por lo que Adriana se abrazó los hombros.
Rodrigo la miró y se quitó la chaqueta para cubrir sus hombros.
Ella inmediatamente intentó devolvérsela: “No la necesito.”
“Póntela,” Rodrigo sujetó su mano, “Yo no tengo frío, pero tú podrías resfriarte.”
Adriana miró su físico; al ejercitarse regularmente, ese hombre tenía un cuerpo fuerte y más resistente al frío. Aunque no parecía tener frío, Adriana pensó que ella, a pesar de llevar una chaqueta, tenía la piel de gallina, ¿cómo podía haber tanta diferencia entre dos personas?
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Con firmeza, le devolvió la chaqueta: “Realmente no la necesito, aquí dentro no hace tanto frío.” Rodrigo no tenía frío, pero ese no era motivo para que aceptara su chaqueta.
El tono del hombre se volvió serio: “¿Es tan difícil para ti aceptar que te trate bien?”
Le sostuvo la barbilla, y Adriana sintió que su mirada era un poco sombría.
En el estrecho interior del coche, la atmósfera se volvió cada vez más tensa, principalmente porque la mirada de Rodrigo era aterradora.
Ella apretó los dientes y dijo: “Está bien, me la pondré.”
Ese hombre, insistiendo en que se pusiera su chaqueta, era muy mandón. Bueno, era mejor evitar problemas, así que se la pondría.
Una vez que se puso la chaqueta, ambos se sentaron en extremos opuestos del asiento trasero, Adriana perdida en sus pensamientos, y Rodrigo mirando por la ventana.
De repente, ella se dio cuenta de que llevaban cinco minutos así, sin hablar. Rodrigo había estado mirando por la ventana, sin moverse, como si la evitara deliberadamente, eso era particularmente extraño. Desde que se quitó la mascarilla, Rodrigo la miraba mucho menos. Mientras estaban afuera le pareció normal, pero ahora en el mismo coche, esa sensación fue aún más evidente, por lo que se sentía incómoda y deseaba que César llegara pronto.
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