Capítulo 437
Adriana estaba aterrorizada, aunque trataba de no mostrarlo. Si no fuera porque era invierno y estaba bien cubierta, el hombre podría haber visto el escalofrío en su piel.
“Solo es un secuestro, ¿para qué tener miedo? No van a matarme.”
Su tono era casual, intentando parecer despreocupada, pero sin desafiar al hombre, ya que por fuera parecía tranquila, pero su corazón latía acelerado.
El hombre resopló: “¿Por qué no te mataríamos? Estás demasiado confiada.”
Esa frase hundió el corazón de Adriana. ¿Qué quería decir? ¿Realmente pensaban matarla?
Aunque no sabía si el hombre solo intentaba asustarla, ella sintió verdadero terror. No obstante, se esforzó por mantenerse calma y respondió: “Matar es ilegal, ¿cómo te atreverías a hacer eso? Seguro me estás tomando el pelo.”
El hombre pareció adivinar que ella lo estaba tanteando y soltó una risita sin responder. Él solo era un ejecutor, no conocía todos los detalles, pero reconocía su cara: era la exesposa del Sr. Suárez, Adriana.
Por lo que sabía de la relación entre Adriana, Rodrigo y su empleadora, sospechaba que el motivo del secuestro no era simple enemistad. A pesar de que Adriana y el Sr. Suárez ya estaban divorciados, debía haber algo más entre ellos y por eso, el empleadora quería deshacerse de ella. El destino de la chica era incierto, por lo que el hombre la miró con cierta lástima.
Adriana no sabía lo que pasaba por la mente del hombre, pero notó el cambio en su mirada. ¿Por qué la miraba con lástima? Un mal presentimiento la invadió, aumentando su miedo.
Al fin y al cabo, ella era guionista, no actriz; no podía ocultar su miedo por mucho tiempo, así que decidió cerrar los ojos y no decir nada más.
De repente, sintió un temblor en su bolsillo: su teléfono vibraba frenéticamente, causando que el corazón se le subiera a la garganta. Seguramente era Cecilia llamándola, pero con el hombre justo delante, no podía contestar. ¿Qué podía hacer?
Cecilia debía estar desesperada después de recibir esa llamada.
Adriana lo pensó y decidió abrir los ojos para preguntar: “¿Por qué no aparece la persona que te mandó a secuestrarme? ¿Está ocupado?”
El hombre, al ver que la chica no luchaba ni se quejaba, además de que era muy bonita, adoptó una actitud más amable y dijo: “No te preocupes por eso. Quédate quieta y no te haré daño.”
Esas palabras no aliviaron el miedo de Adriana, al contrario, la inquietaron más. Dejó de hablar con el hombre, pero su mente trabajaba a toda velocidad buscando una salida a su situación.
Pronto se le ocurrió un plan, pero dependía del entorno que la rodeaba. El problema era que había sido llevada inconsciente a esa fábrica, sin saber cómo era el exterior ni si su plan
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funcionaría. Sin embargo, solo había una manera de averiguarlo: intentarlo.
Se armó de valor y dijo: “Señor, ¿podría llevarme al baño? Necesito ir, prometo no intentar escapar.”
El hombre frunció el ceño, pensativo.
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