Capítulo 503
Pero pronto, se vio atraída por la nueva idea de Julián, escuchándolo con atención y luego discutiendo el nuevo desarrollo con él.
Después de un intercambio de opiniones, ambos llegaron a una decisión sobre la trama controvertida. Julián se levantó rápidamente, pagó el café y antes de que Adriana pudiera reaccionar, dijo que tenía otra cita. Sin esperar una respuesta, se fue apresuradamente.
Adriana lo observó alejarse con una sonrisa. El próximo grupo con el que trabajaría prometía ser particularmente interesante.
“¡Vaya, si es Adriana! Me preguntaba por qué al salir hoy escuché a los cuervos graznar. Resulta que me iba a encontrar contigo. Si hubiese sabido que iba a ver algo tan desagradable, no habría salido.” Dijo Bárbara con una voz sarcástica.
Adriana se giró y vio a Bárbara y Valeria acercándose del brazo. Bárbara llevaba un vestido rojo y su cabello caía sobre sus hombros. A decir verdad, tanto ella como Fabiana adoraban el rojo. Sin embargo, a pesar de lo que se pudiera decir de Fabiana, su elegancia y gracia eran incomparables. Bárbara, en cambio, tenía una apariencia más sencilla y su vestido rojo hacía que su aspecto pareciera aún más apagado.
A su lado, Valeria, que en cuanto a estilo superaba a Bárbara, la miraba con una expresión tan sombría que resultaba inquietante, como si fuera un espectro.
Adriana desvió la mirada hacia Bárbara, quien la miraba con una expresión de triunfo. ¿De qué estaba tan orgullosa? ¿De haberla insultado sin que ella pudiera responder?
Ciertamente, Adriana estaba molesta, pero responder directamente solo la haría quedar como si hubiera perdido la calma. Sin embargo, no responder era frustrante. Después de pensarlo un momento, Adriana sonrió de manera natural, sin rastro de burla.
“A diferencia de ti hermana, cuando salí hoy no vi cuervos, sino urracas.” Comentó.
Esa respuesta dejó a Bárbara y Valeria sorprendidas. Para empezar, Adriana nunca había
llamado “hermana” a Bárbara. ¿Acaso el sol saldría al revés ese día?
Además, Bárbara había insinuado que Adriana traía mala suerte al hablar de cuervos. ¿Por qué no lo había refutado Adriana?
“Ver una urraca me indicó que algo bueno sucedería hoy, y claro, te vi a ti,” sonrió Adriana. “Además, viniste a darme una actuación gratuita, como una payasa en el escenario, haciéndome reír. Estoy muy contenta.”
“¿A quién llamas payasa?” Exclamó Bárbara con incredulidad y los ojos bien abiertos.
Adriana sonrió. Bárbara era realmente fácil de provocar, con pocas palabras la había puesto furiosa. Comparada con su madre, no tenía ni un ápice de su astucia.
“A ti,” continuó Adriana sonriendo. “No tienes ninguna habilidad especial, además, te falta
intelecto. Vienes a burlarte sin siquiera saber cómo hacerlo de manera efectiva, diciendo
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cosas vacias. ¿Si no eres tú la payasa, entonces quién?*
Esas palabras hicieron que Bárbara temblara de rabia. Lo que más la enorgullecia era ser la hija de Vicente Noriega, provenir de una familia adinerada y tener acceso a abundantes recursos sin esfuerzo alguno. Sin embargo, lo que más la avergonzaba era su falta de interés en los estudios y su ausencia de talentos, lo que la hacía quedar mal comparada con otros jóvenes bien educados. Ahora, Adriana la había llamado payaso y tonta. ¿Cómo no iba a enfurecerse?
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