Capítulo 33 Isabel protege a su marido
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Las pupilas de Isabel se dilataron de golpe, su mente quedó completamente en blanco mientras intentaba comprender la situación que se desarrollaba ante ella. Antes de que pudiera reaccionar, el hombre que tenía delante se inclinó, invadiendo su espacio con una intensidad abrumadora, sumiendo su mente en el
caos.
—¡Santo…! —A Lobezno casi se le salen los ojos de las órbitas. «Ni en mis sueños más salvajes imaginé que sería testigo de cómo besaban con fuerza a la fría y feroz jefa», pensó.
-Javier, suéltala! -gritó Lobezno, con los puños apretados mientras lanzaba un puñetazo hacia él.
Isabel rodeó rápidamente la cintura de Javier con los brazos, girando ambos para esquivar el golpe de Lobezno. Este se quedó inmóvil a medio movimiento, estupefacto, viendo cómo los dos casi se fundían, entrelazados.
«¿Qué demonios está pasando?», pensó. «¿Acaba de salvar la jefa a Javier? Es obvio que él es quien la atacó, así que ¿por qué lo protege?»>
Javier frunció el ceño en cuanto perdió el contacto con los labios de Isabel y se inclinó hacia adelante, pero ella le tapó la boca con una mano. Lanzó una rápida mirada a Lobezno y declaró:
-Le han drogado.
Mientras hablaba, Isabel sacó una aguja de plata y la clavó rápidamente en el cuerpo de Javier, suprimiendo temporalmente el fuego desenfrenado en él y haciéndolo caer en un estado semiinconsciente.
-No me importa en qué esté; él sólo… ¡espera! -Lobezno volvió repentinamente a la realidad, recuperando un poco la cordura mientras observaba más de cerca a Javier. Por su estado, estaba claro lo que había pasado. «No era de extrañar que Javier la hubiera besado: había caído en una trampa», pensó.
—¡Aún así, no puedes dejarlo ir tan fácilmente! Mantenlo quieto para que pueda golpearlo una vez —dijo Lobezno, agarrando a Javier por el cuello, con el puño listo para golpear.
—¡Lob, basta! —Isabel apartó la mano de Lobezno, mientras sujetaba a Javier como si fuera una gallina que protege a su polluelo.
<<¡No! ¡Al jefe está a punto de llevárselo la cabra!», pensó Lobezno mientras observaba la escena, sintiendo como si el cielo se hubiera caído.
En ese momento, los Paredes irrumpieron en escena. Estefanía, con los ojos ardiendo de furia, le gritó a Isabel:
-¡Bájalo, ahora mismo!
-Así que fuiste tú quien lo drogó. Qué cara tienes —dijo Isabel con frialdad, viendo a través de su plan con claridad-. Déjame adivinar, viste que los Benegas estaban a punto de cortar lazos con tu familia y temiste su deCamilo. Entonces, ¿creíste que recurrir a medidas desesperadas, drogar a Javier con la esperanza de casarte y hacerte rica, era la mejor forma de salvarte?
Sus palabras golpearon como flechas directas al corazón de su malicioso plan.
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Capítulo 33 Isabel protege a su marido
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-¡No! ¿De qué estás hablando? ¿Qué drogas? No te atrevas a acusarme —balbuceó Estefanía, negándolo todo.
-¿Lo sigues negando? Entonces explícame por qué está así —dijo Isabel, con su aguda mirada clavada en los ojos de Estefanía.
-Ha bebido demasiado, eso es todo. No está drogado. Dámelo -Estefanía dio un paso al frente y alargó la mano para agarrar a Javier.
Isabel le dio una fuerte patada sin dudarlo, haciéndola caer al suelo.
-¿Has dicho que está borracho? Si es así, ¿no debería ser yo quien se ocupara de él? ¿Quién te crees que eres? ¿Por qué debería entregarte a mi marido?
Estefanía se agarró el estómago y miró a Isabel con odio.
-¿Su esposa? ¡Como si lo fueras! No creo ni por un segundo que estén casados. Está enfadado conmigo porque lo dejé plantado en el ayuntamiento y te ha pagado para que me arrepienta. ¡Javier y yo estamos destinados a estar juntos! ¡Ahora devuélvemelo!
-Te has vuelto completamente loca por los hombres -Isabel miró a Estefanía con desdén antes de sujeta a Javier mientras se preparaba para irse.
Cuando Isabel estaba a punto de llevárselo, Estefanía se volvió rápidamente hacia los demás.
-¡Papá, abuelo, ayuda!
Alberto, sin perder tiempo, hizo una señal a los guardaespaldas que había dispuesto. z
-¡Deténganlos!
Ya se habían comprometido con este plan desesperado y no había lugar para el fracaso. «Pasara lo que pasara»>, pensó Alberto, «tenían que llevar a Estefanía a la cama de Javier esta noche. Si recuperaba el sentido, los Paredes estarían acabados».
-Lob, mantenlos a raya —dijo Isabel con calma.
—¡En marcha! —Lobezno les cerró el paso. Se crujió los nudillos y estiró el cuello, ansioso de pelea. Hacía demasiado tiempo que no conseguía estirar los músculos.
Isabel guió a Javier fuera del restaurante. Cuando llegaron al coche, Leo, que había estado esperando junto a él, salió corriendo.
-¿Qué le ha pasado al jefe? ¿Ha bebido demasiado? —preguntó Leo al verlos. «¿Y por qué está Isabel aquí?», pensó.
-Los Paredes le tendieron una trampa —dijo Isabel mientras ayudaba a Javier a subir al coche.
—¡¿Qué?! —jadeó Leo, observando el estado de Javier.
-No es gran cosa, sólo un poco de droga en su sistema -explicó Isabel.
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Capítulo 33 Isabel protege a su marido
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-Hay un hospital un poco más adelante dijo mientras se deslizaba en el asiento del conductor y arrancaba el motor.
En ese momento, Javier se despertó aturdido.
-No… no hay hospital -murmuró con la voz entrecortada.
-Jefe, dado su estado, ¿no deberíamos plantearnos llevarlo al hospital? -preguntó Leo, volviéndose hacia
él.
—A casa. Llévenme a casa -respondió Javier, luchando contra el malestar que sentía en su interior.
-Esto… —Leo vaciló. «Como ayudante de Javier, mi trabajo consiste en seguir órdenes», pensó, «pero ¿puedo confiar en su juicio en ese estado? ¿Y si no está pensando con claridad? ¿Y si está diciendo tonterías? Si algo pasa porque no lo llevo al hospital, la responsabilidad será mía».
-Haz lo que dice. Llévalo a casa. Yo lo trataré allí —le ordenó Isabel con firmeza.
Las palabras de Isabel le quitaron un gran peso de encima a Leo.
-Sí, señora —respondió agradecido.
Mientras tanto, en casa, Samuel estaba sentado en el salón, con un cubo de palomitas en la mano, viendo un partido de la NBA. Justo cuando el partido empezaba a ponerse emocionante, la puerta principal se abrió de golpe.
¿Ha llegado Javier?», pensó.
-Javier, llegas justo a tiempo, ¡acaba de empezar el partido! Tú… -Las palabras de Samuel se interrumpieron cuando se giró para ver a Isabel apoyando a Javier mientras entraban juntos—. ¡Javier! exclamó mientras se giraba rápidamente—. Isabel, ¿qué le pasa?
Samuel notó la cara sonrojada de Javier, la frente sudorosa y la respiración irregular. Le recordó a aquel día en que Isabel había sido drogada.
-Le tendieron una trampa -dijo Isabel mientras lo ayudaba.
-Fuiste tú, ¿verdad? Tú drogaste a Javier, ¿verdad? -les acusó Samuel, poniéndose delante de ellos.
-¿Puedes dejar de culparme por todo? —dijo Isabel, poniendo los ojos en blanco.
-¿Culparte? ¡Claro que te estoy culpando! Esta mañana le dijiste a mi madre que querías estar con Javier e incluso dijiste que lo drogarías si fuera necesario. Pensé que sólo estabas fanfarroneando, ¡pero no puedo creer que realmente lo hicieras!
Isabel se cubrió la frente con frustración. Lo que le había dicho antes a Ivana había sido por puro rencor. «¿Cómo podía saber que Javier acabaría siendo drogado?», pensó.
-Esto no tiene nada que ver conmigo -dijo Isabel.
-¡No te creo! Suelta a Javier–gritó Samuel, manteniéndose firme y bloqueándoles el paso escaleras arriba.
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Capítulo 33 Isabel protege a su marido
-¡Muévete! Tengo que llevarlo a su habitación y tratarlo insistió Isabel.
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-¿Tratarlo? ¡Ja! Ahí está, itu verdadero motivo! Sólo quieres aprovecharte de él, ¿no? Bueno, ino mientras yo esté aquí! No te lo vas a llevar a ninguna parte ladró Samuel, con los ojos encendidos de ira.
Isabel se volvió hacia Leo y le ordenó:
-Quítalo de en medio.
Leo se quedó sin habla. «¿Por qué siempre soy yo el desafortunado en estas situaciones?»>, pensó.
-¡No te atreverías! -gruñó Samuel, fulminando a Leo con la mirada.
Leo quería llorar. «¡La vida es dura!», pensó. «¡Ni siquiera he hecho nada!»
Justo cuando Leo reflexionaba sobre su terrible suerte, el estado de Javier empeoró de repente. Sus ojos se clavaron en el rostro de Isabel y, al contemplar sus labios suaves y rosados, se le hizo un nudo en la garganta de deseo. Incapaz de oír lo que decían, sólo sintiendo el calor que surgía en su interior, Javier ya no pudo contenerse. Agarró a Isabel y la empujó hacia el sofá.
Todos se quedaron paralizados, totalmente sorprendidos por lo que acababa de ocurrir.
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