Capítulo 39 La cita a ciegas de Isabel (Primera parte)
-¡Viejo tonto! ¿Qué te crees que somos Rogelio y yo? Aunque no te caigamos bien, iseguimos siendo tu carne y tu sangre! Mira lo que has hecho. ¡Forzar a tu propia hija a casarse con un viejo asqueroso y usar a tu propio hijo para amenazarla! Si mamá estuviera viva, ¡imagina lo destrozada que estaría! -Isabel estalló.
La tez de Colin cambió rápidamente mientras luchaba por contener su rabia, sus pulmones amenazando con explotar. Justo cuando estaba a punto de perder los nervios, Amelia se adelantó y le arrebató el teléfono. Con una sonrisa falsa en la cara, habló en voz baja, fingiendo calma.
-Isa, no te enfades con tu padre. Sólo te está cuidando. Aún eres joven, pero cuando te cases, ya verás. Los hombres mayores saben cómo tratar bien a una mujer. El Sr. Herrera, el que he arreglado, es genuinamente un gran tipo. ¿Por qué no vienes y lo conoces? Tal vez te guste. Si realmente no te gusta, no insistiremos.
—Bien, iré —respondió Isabel, con los ojos fríos.
Sabía perfectamente lo que estaban haciendo: utilizarla para sus propios intereses. Se aseguraría de que comprendieran las consecuencias de jugar con ella.
Las heridas de Rogelio se estaban curando bien, pero seguía siendo aconsejable que permaneciera en el hospital a menos que fuera absolutamente necesario. Estaba segura de que los médicos habían informado a Colin cuando vino a buscar a Rogelio.
«A Colin no le importaba si su hijo vivía o moría por sus propios intereses egoístas», pensó Isabel con amargura. «Si mi padre puede ser tan despiadado, entonces yo tampoco tengo motivos para contenerme».
Isabel se puso un vestido rojo sin hombros. Se maquilló de forma atrevida y sensual y cogió su bolso. Isabel estaba lista para salir de la habitación.
Samuel se fijó en su atuendo y levantó la vista sorprendido. Al principio se le iluminaron los ojos, pero luego le picó la curiosidad.
-¿Adónde vas tan arreglada?
-A una cita a ciegas —dijo Isabel despreocupadamente mientras se ponía los tacones.
-¿Qué? —Samuel se quedó estupefacto un segundo. Entonces recordó la llamada que Isabel había recibido hacía unos días de los Zárate. Recordaba perfectamente que Colin le había dicho que había quedado con un hombre de unos cincuenta o sesenta años. Isabel se había negado en redondo. Isabel incluso bloqueó el número de su padre después de aquel incidente.
-¿No dijiste que no ibas a ir? ¿Por qué vas ahora?
Después de ponerse los zapatos, Isabel miró a Samuel y enarcó una ceja.
-¿No estás contento? Si esta cita a ciegas sale bien, podré divorciarme de Javier, y entonces no tendrás que preocuparte de que sienta algo por tu hermano.
-Bueno, entonces, te deseo éxito -dijo Samuel, con una extraña mezcla de emociones burbujeando en su interior que no podía precisar del todo.
4:00 pm L
Capítulo 39 La cita a ciegas de Isabel (Primera parte)
+5 Perlas
«¿Qué era ese sentimiento?», se preguntó. No podía entenderlo y, sinceramente, no quería hacerlo.
«¡Que te vaya bien!», pensó con amargura.
-Gracias por los buenos descos -respondió Isabel, girando sobre sus talones y saliendo.
Apenas Isabel se había ido, el teléfono de Samuel sonó. Era Javier.
-Hola, Javier, ¿qué pasa?-contestó Samuel.
-¿Se ha despertado ya?
La pregunta de Javier hizo que Samuel mirara hacia la puerta por la que Isabel acababa de salir. Dudó, preguntándose si debía decírselo a Javier.
-Eh? -Javier gruñó, extrañado por la falta de respuesta.
-Oh, eh, se fue -dijo Samuel finalmente.
-¿Se fue? ¿No dijo que iba a descansar? ¿Adónde ha ido?
-Ella dijo que iba a… -Samuel se interrumpió, sin saber si decirlo o no.
-¿A dónde? -Javier, sintiendo algo inusual en el tono de Samuel, lo presionó para que respondiera.
«Dilo o no lo digas, ¿qué más da?», pensó Samuel. «Después de todo, lo que ella haga no tiene nada que ver con nosotros. ¿Qué hay que temer?»
Con ese pensamiento, Samuel dejó de dudar y se sinceró:
-Dijo que iba a una cita a ciegas.
