Capítulo 121
La soberbia siempre había sido el escudo de Roberto, su armadura contra un mundo que últimamente parecía conspirar en su contra. Las miradas de reproche por los problemas con su madre lo perseguían como sombras implacables, y ahora, por culpa de Anaís, se encontraba en el punto más alto de la humillación pública, expuesto al escrutinio despiadado de sus compañeros de trabajo.
Todo por ella. Por Anaís, quien nunca lo había tratado con tal indiferencia. Un dolor punzante le oprimía el pecho, como si una mano invisible le estrujara las entrañas, robándole el color del rostro. Y sin embargo, ahí estaba ella, con una serenidad que lo hacía parecer un lunático.
Con la mejilla ardiendo por el golpe de los papeles, Roberto se pasó la mano por el rostro. Su voz emergió áspera, casi suplicante.
—Júralo… júralo que no hay otro hombre.
Anaís reprimió una risa sarcástica. El espectáculo ya había durado demasiado, así que levantó la mano con un gesto desdeñoso.
-Te lo juro, fue una picadura de mosquito.
La frustración de Roberto se diluyó momentáneamente en un mar de dudas. Las palabras se le atoraban en la garganta mientras observaba el fastidio en los ojos de Anaís.
-Roberto -su voz destilaba desprecio-, no porque tú andes en tus cosas, significa que los
demás haremos lo mismo.
El rubor de la vergüenza encendió el rostro de Roberto. Sus labios se entreabrieron, ansiosos por justificarse. Quería explicar que lo de Bárbara había comenzado como un desliz provocado por el alcohol. Pero la excusa se desmoronaba ante la verdad: las veces siguientes había estado perfectamente sobrio, con la única distracción de imaginar el momento en que Anaís los descubriría en la cama. Sin embargo, ese momento nunca llegó.
Sin más palabras que agregar, dio media vuelta y se marchó.
Anaís sintió que el aire volvía a ser respirable. Sus pensamientos volaron hacia la boda de Roberto y Bárbara, deseando que ese día llegara pronto.
Su momento de paz se vio interrumpido por una voz cercana.
-¿Por qué de repente tratas tan mal al presidente Lobos? Antes te agradaba mucho.
Anaís guardó silencio. Por eso ansiaba tanto que Roberto y Bárbara se casaran de una vez, que quedaran atados para siempre en su propia telaraña de mentiras.
Al salir del trabajo, condujo hasta el hospital donde Raúl permanecía internado. Apenas estacionó, divisó a Leopoldo en la entrada. Una columna de humo ascendía desde el cigarrillo entre sus dedos mientras sus ojos, al reconocerla, destellaron con desprecio.
10.45
Capítulo 121
Su presencia confirmaba que Bárbara también estaba ahí. Ese hombre carecía por completo de dignidad, persiguiendo como una sombra a una mujer embarazada. Anaís se preguntó si Roberto sabría que alguien codiciaba tanto a su futura esposa.
Sin dignarlo con una mirada, Anaís se apresuró hacia la habitación de Raúl. Antes de entrar, la voz de Bárbara llegó clara desde el interior.
-Raúl, Leopoldo no lo hizo a propósito. Vine para que te pida disculpas.
La frustración emanaba de Raúl como un aura palpable. La noche anterior nada debió haber ocurrido, pero Leopoldo había perdido el control. De no haber reaccionado a tiempo, probablemente estaría en la sala de emergencias. Sin embargo, siendo Leopoldo amigo de Roberto y cercano a Bárbara, tuvo que tragarse su molestia.
-No hay problema -respondió con sequedad.
Bárbara extendió su mano, acariciándole la cabeza con un gesto que pretendía ser maternal.
-¿Quieres que le pida a Anaís que te llame? Dime qué se te antoja comer, para que te lo prepare. Has pasado una noche en el hospital y pareces más delgado. Come bien, ¿sí? Si no, me preocuparé.
Una sensación amarga invadió a Raúl mientras recordaba las palabras de Anaís: “No prestes atención a lo que dicen, sino a lo que hacen“.
-Bárbara, ¿por qué no me cocinas tú?
La mano de Bárbara se detuvo en el aire, mientras su sonrisa se tensaba como una máscara a punto de resquebrajarse.
-Es que estoy embarazada, ¿no?
-Antes tampoco lo hacías.
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