Capítulo 135
Los tacones de Anaís resonaban contra el pavimento mientras se alejaba del hospital. La brisa vespertina agitaba suavemente su cabello cuando Juan la alcanzó, casi tropezando en su prisa. Sus dedos temblorosos se aferraron a la tela de su blusa, la desesperación marcada en cada línea de su rostro.
-¡Anaís, espera! Necesito darte algo -jadeó Juan, su voz apenas un susurro entrecortado.
Anaís observó con interés la pequeña grabadora que Juan sostenía en su mano sudorosa. El médico se pasó la manga por la frente empapada mientras continuaba:
-Te lo explicaré todo, pero primero prométeme que cuando limpies tu nombre, me ayudarás a conservar mi puesto en el hospital.
Una ligera sonrisa se dibujó en los labios de Anaís. El pánico en los ojos de Juan era palpable; sin duda el conductor del camión lo había asustado lo suficiente. Era interesante que, en lugar de acudir a Roberto, hubiera decidido entregarle las pruebas a ella. Una decisión más inteligente, sin duda.
-¿Qué es exactamente lo que me estás dando, Juan?
-¡Es la prueba de cómo la señorita Villagra te difamó! -sus palabras salieron atropelladas-. Nunca estuvo embarazada, aquí está grabada nuestra conversación. Anaís, eres una buena persona, sé que no me abandonarás.
Anaís sopesó la grabadora en su mano, sus labios curvándose en una sonrisa enigmática.
-Gracias, Juan. Ahora vete a casa. Mi hermana tiene métodos bastante… peculiares. Es más seguro que te mantengas alejado. En unos días todo estará resuelto.
-Sí, sí, por supuesto. Todo está en tus manos, Anaís.
Cuando los pasos apresurados de Juan se perdieron en la distancia, Anaís examinó la grabadora. Con movimientos precisos, transfirió el contenido a su teléfono. Antes de que pudiera hacer algo más, un automóvil negro se detuvo junto a ella con un suave ronroneo. El emblema de la familia Villagra brillaba en las puertas, y de su interior emergieron varios guardaespaldas de traje oscuro.
“Vienen por mí. El hospital psiquiátrico“, pensó Anaís, manteniendo la compostura. Sin perder un segundo, envió la grabación a Efraín. No era una decisión basada en la confianza ciega; como le había explicado a Roberto, aunque Efraín fuera implacable en sus métodos, al menos no albergaba malicia hacia ella. Además, pronto necesitaría su papel como somnífero. Él la
necesitaba.
“Al final, las relaciones humanas perduran porque existe una necesidad mutua, ¿no es así?”
[presidente Lobos, tu somnífero está en tus manos ahora.]
Apenas el mensaje se envió, los guardaespaldas la rodearon como sombras silenciosas. Anais no ofreció resistencia; un movimiento en falso podría resultar en violencia innecesaria. Dos de
14:57 F
Capítulo 135
ellos la escoltaron hacia el vehículo donde Raúl aguardaba.
El rostro de Raúl era un mosaico de emociones contenidas. Sus labios se separaron como si quisiera hablar, pero se contuvo, limitándose a dirigirse a los guardaespaldas:
-Procederemos según lo planeado. Todo está preparado.
Sus ojos enrojecidos evitaban encontrarse con los de Anaís, delatando las lágrimas recientes. Ella tampoco buscó su mirada. Una vez en el segundo vehículo, cerró los ojos, permitiéndose un momento de descanso.
Los guardaespaldas, creyéndola dormida, intercambiaron miradas de desprecio.
-Alguien tan cruel como la señorita tendrá su merecido, tarde o temprano -murmuró uno.
-Mira que dejar a la señorita Bárbara sin su bebé y dormir tan tranquila… Es increíble que dos hermanas puedan ser tan diferentes.
Anaís abrió los ojos, observando la devoción ciega en sus rostros cuando hablaban de Bárbara. Arqueó una ceja con desprecio.
-Mi hermana ha entrenado bien a sus mascotas.
Bárbara siempre había sido así: vanidosa hasta la médula, experta en manipular hombres, pero insegura ante cualquier mujer que pudiera opacar su brillo. Lo que nunca entendió es que no
todas anhelaban ser el centro de atención masculina.
Uno de los guardaespaldas, con el rostro contorsionado por la ira, levantó la mano para golpearla.
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