Capítulo 172
El médico dejó escapar un suspiro cargado de resignación mientras contemplaba los monitores que mantenían con vida a su paciente.
-Por ahora, mantenerlo estable es lo mejor que podemos hacer -explicó con voz suave-. El gobierno ofreció trasladarlo a un hospital más equipado e incluso traer especialistas del extranjero para evaluar su caso. Pero conozco demasiado bien la situación de Bruno. Ya hemos agotado todas las opciones; solo nos queda esperar que el destino nos conceda el milagro de verlo despertar.
Anaís observó con detenimiento el nombre en la placa junto a la cama: Bruno Galván. El joven, que aparentaba unos veinticinco años, poseía facciones armoniosas y bien definidas que ni siquiera el prolongado estado de inconsciencia había logrado marchitar.
Un torbellino de preguntas sin respuesta giraba en su mente. ¿Qué clase de vínculo la unía a Bruno antes de perder la memoria? ¿Qué la había impulsado a invertir una fortuna en mantenerlo con vida? Sin embargo, al ver la genuina gratitud y honestidad que emanaban de los ojos del anciano médico, las palabras se le atoraron en la garganta.
-Solo vine a hacer una visita rápida -musitó con suavidad-. No tengo otros pendientes por el momento. Volveré después. Por favor, cuídese mucho.
-Tú también, mi niña -respondió él con genuina preocupación paternal-. Come bien, te veo muy delgada.
Al salir del hospital, el eco de unos pasos persistentes la seguía de cerca. Roberto, quien se había mantenido como una presencia silenciosa durante toda la visita, finalmente estalló.
-¿Quién es ese Bruno? -su voz vibraba con una mezcla de rabia y dolor-. ¿Cuántas cosas más me estás ocultando, Anaís? ¿Mientras fingías estar interesada en mí también andabas con otros? Primero Efraín y ahora sale a la luz Bruno. ¡No puedo creer lo voluble que eres!
El tono acusatorio de su voz desconcertó a Anaís.
-Roberto, ¿necesito recordarte otra vez que estás a punto de casarte? -respondió con firmeza-. Ya dejamos todo claro. Cada quien por su lado, sin meternos en la vida del otro.
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Roberto descargó su frustración contra la puerta del auto.
-Si todo fue un teatro, entonces no hemos aclarado nada -espetó-. Te lo advierto: cuando descubra toda la verdad, vas a tener que rendirme cuentas.
La mirada de Roberto ardía con el dolor de quien se siente traicionado. En San Fernando del Sol, todos sabían que Anaís había sido su más fiel admiradora, derramando lágrimas en silencio durante años. Pero ahora la duda lo corroía: ¿y si esa mujer, a quien tanto había menospreciado, hubiera estado jugando un doble juego todo este tiempo? La mera posibilidad le revolvía las entrañas.
Al observar el desprecio en el rostro de Anaís, su mirada se encendió con mayor intensidad.
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Capítulo 172
-Te lo advertí en la oficina: no te confíes de Efraín -continuó-. No es tan noble como aparenta. Llegó a donde está pisoteando a otros. En Wall Street, donde la frialdad es ley, prosperó a costa de arruinar vidas ajenas. Si crees que es buena persona, Anaís, es porque está actuando.
Las palabras de Roberto la dejaron atónita. Que él, siendo el protegido de Efraín, hablara así de su mentor resultaba desconcertante.
Los hechos hablaban por sí mismos: desde que Efraín había tomado el control del Grupo Lobos, las acciones se habían multiplicado varias veces. Incluso después de su accidente, su reputación como genio de los negocios permanecía intacta.
Más aún, a pesar de las constantes provocaciones de Roberto, Efraín jamás había mostrado rencor, manteniendo siempre una actitud noble y educada. Nunca había pronunciado una palabra negativa sobre nadie, ni siquiera sobre el mismo Roberto.
¿Con qué derecho se atrevía entonces Roberto a lanzar semejantes acusaciones?
Sin mediar más palabras, Anaís pisó el acelerador, dejando atrás aquella voz llena de veneno.
Roberto permaneció inmóvil, sintiendo cómo la impotencia lo consumía. Se culpaba por no haber creído que Anaís realmente había perdido la memoria. Sus acciones impulsivas solo habían servido para alejarla más, poniéndolo en desventaja desde el principio.
Mientras tanto, Efraín, con su habilidad para manipular las situaciones, había construido una imagen de bondad que se había ganado la confianza absoluta de Anaís.
“¡Maldita sea!“, rugió en su interior.
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