Capítulo 226
El directivo se regodeaba en su propia astucia, satisfecho con la propuesta que había desplegado ante Efraín como un trofeo. Sin embargo, su orgullo se desvaneció cuando el presidente, con un gesto casi teatral, dejó caer los documentos sobre el escritorio. La voz de Efraín, serena como un lago helado, rompió el silencio.
-¿Ya terminaste?
-Sí, claro, ya terminé -respondió el directivo, inclinándose ligeramente-. Sé que está ocupado, presidente. Déjeme estos asuntos a mí.
Efraín, sin alzar la vista, hizo un leve movimiento con la mano. La puerta se abrió y Lucas entró con pasos firmes. Acomodándose las gafas sobre el puente de la nariz, esbozó una sonrisa afilada como una navaja.
-Estás despedido.
El directivo parpadeó, convencido de que había escuchado mal. Enderezó la espalda, buscando en los rostros de Lucas y Efraín alguna señal de error. Pero el presidente ni siquiera lo miró; su frialdad era un muro infranqueable.
El rostro del hombre enrojeció como si el sol lo hubiera abrasado, y sus labios temblaron en un intento fallido de articular palabras.
-Presidente, he manejado bien los negocios recientemente dijo al fin-. Varios proyectos han dejado buenas ganancias. Me gustaría entender por qué.
Efraín dejó la pluma sobre el escritorio con una calma que helaba la sangre. Tomó unos reportes de una pila cercana y habló con voz pausada, como si recitara un veredicto.
-Cuentas personales en los libros de la empresa.
El directivo sintió que el aire se le escapaba. Su rostro, ya encendido, se tiñó de un rubor más profundo. Había sido discreto, o eso creía. Tomar dinero del socio, no del Grupo Lobos, era casi una costumbre tácita entre los de su rango. Lo había hecho antes sin consecuencias, pero esta vez lo habían atrapado.
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-Presidente, todos lo hacen -replicó, alzando la voz-. ¿Por qué solo yo tengo que pagar por esto?
Efraín se reclinó en su silla, y el leve rastro de buen humor que había en su semblante se esfumó como bruma al amanecer.
-Ellos no son tan descarados como tú.
El directivo palideció, su mente un torbellino de confusión. ¿En qué había fallado? ¿No estaba, acaso, velando por los intereses de la empresa? Lucas, con un gesto seco, le indicó que se retirara. El hombre bajó la cabeza y salió arrastrando los pies, resignado a su destino.
Los murmullos sobre el cambio en la cúpula del Grupo Lobos se propagaron como fuego entre
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los empleados de la planta alta. Un despido así, sin previo aviso, era un terremoto en la jerarquía. Normalmente, tales movimientos se anunciaban con pompa y circunstancia, pero esta vez había sido un golpe silencioso y letal.
Anaís llegó a la empresa justo a tiempo para captar el eco de los chismes. ¿Un directivo. destituido de la noche a la mañana? La sorpresa le arqueó las cejas. Si había sido tan repentino, solo podía ser obra de Efraín, y eso significaba que el presidente estaba de un
humor sombrío.
El reloj marcaba casi el fin de la jornada. Ella había ordenado que enviaran el contrato revisado a esa hora precisa, y pronto estaría en manos de Efraín. “¿Me estaré metiendo en la boca del lobo?“, pensó, mientras el pulso se le aceleraba.
“¿Y si pospongo la entrega?” Anaís tomó su celular con dedos inquietos, pero antes de que pudiera marcar, Lucas apareció a su lado como una sombra.
-El presidente quiere verte —dijo con esa frialdad que siempre reservaba para ella.
Anaís guardó el teléfono y enderezó los hombros antes de entrar a la oficina. Al cruzar el umbral, sus ojos captaron de inmediato el contrato de la familia Villagra sobre el escritorio de Efraín. Lo reconoció al instante; ella misma había elegido el diseño de la portada. Apenas un minuto antes había llegado a sus manos.
“¡Carajo! Cuando se trata de otras cosas, nadie mueve un dedo tan rápido. ¡Pero hoy sí que se apuraron!” La frustración le quemaba el pecho. Efraín la había llamado para exigirle cuentas, no había duda.
Él señaló el documento con dedos elegantes, dejando escapar una risa breve, casi un suspiro burlón.
-¿Crees que el Grupo Lobos es un juego, Anaís?
Un nudo se apretó en su estómago. La furia apenas contenida en la voz de Efraín era un filo que cortaba el aire.
-Presidente Lobos, yo no tenía idea de esto mintió, buscando ganar tiempo.
Efraín entrecerró los ojos, perforándola con la mirada.
-Tengo entendido que esta propuesta salió de tu cabeza.
“¡Maldito Valerio!” El nombre resonó en su mente como un eco traicionero. Intentó tejer una excusa, pero no había escapatoria. La maniobra contra la familia Villagra era una afrenta directa a Efraín, y ella, aún trabajando aquí, era cómplice de esa traición. Para alguien como él, el poder era sagrado, y la deslealtad, un pecado mortal.
El nerviosismo le trepaba por la garganta, pero entonces Efraín apartó el contrato con un gesto casi despreocupado.
-¿Tienes planes esta noche?
-¿Eh? ¡No, no, ninguno! -respondió ella.
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Mientras lo hacía, un destello travieso brilló en los ojos de Efraín. ¿O solo lo había imaginado?
