Capítulo 307
Consciente de haber formulado una pregunta inapropiada, Anaís se inclinó rápidamente y rozó sus labios con delicadeza. Él, sin embargo, giró el rostro con expresión melancólica.
-¿Te acordaste de algo?
-No, en este momento solo existes tú en mis pensamientos.
-¿Estás segura?
-Completamente segura.
Complacido por la respuesta, sus labios dibujaron una sonrisa mientras volvía el rostro para recibir finalmente aquel beso. Anaís exhaló aliviada, dejándose envolver nuevamente por otra oleada de pasión desenfrenada.
Tras culminar el encuentro, se sumió en un profundo sueño entre sus brazos, exhausta. Durante su descanso, comenzó a soñar con una figura difusa que la llamaba “Anaís” con inusitada ternura. La voz resonaba cálida y reconfortante, como una suave caricia de primavera sobre su piel. Su ceño se frunció ligeramente; el sueño no transcurría en completa calma, y repentinamente acudió a su memoria lo escrito en su cuaderno: “No confíes en Efraín.”
Efraín…
Su cuerpo ardía como en un infierno mientras una mano tersa limpiaba delicadamente el sudor de su frente. Intentó girarse para escapar de aquel fuego abrasador, pero fue atraída nuevamente hacia él; las manos del hombre la envolvían como enredaderas que se negaban a
soltarla.
-Efraín…
Lo pronunció audiblemente, despertando de golpe con la respiración entrecortada. El brazo que rodeaba su cintura se tensó instantáneamente.
-¿A quién estabas llamando?
Anaís tragó saliva buscando desesperadamente una excusa convincente, pero su mente seguía atrapada en aquel extraño sueño. Bajó la mirada y él repitió la pregunta.
-¿A quién nombraste?
-A mi jefe. Supongo que porque renunció hace poco y todavía no me acostumbro a su ausencia. No significa nada especial, ni siquiera éramos cercanos.
Al pronunciar estas palabras, una punzada de culpabilidad la atravesó. El hombre se incorporó junto a ella y apoyó la cabeza en su cuello mientras emitía un leve “mmm“.
La mente de Anaís bullía en confusión con aquella frase “No confíes en Efraín” martilleando en su cabeza. Evidentemente lo había escrito antes, pero ¿por qué motivo? Después de lo ocurrido en la isla con Efraín, no podía simplemente preguntarle directamente. Además, considerando sus impulsos masculinos o cualquier otra razón, resultaba obvio que no lo vería en un futuro
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Capítulo 307
próximo. Lo más sensato era evitar cualquier contacto.
A la mañana siguiente despertó en su automóvil. Z siempre mantenía ese halo de misterio; hasta ese momento, jamás había contemplado su rostro. Observó una tumba solitaria y exhaló suavemente antes de encaminarse hacia El Grupo Villagra.
Mientras tanto, en otra ubicación, Andrés examinaba meticulosamente los documentos de investigación con una sonrisa delineando sus labios. El subordinado detrás de él se disculpaba cabizbajo.
-Señor, hasta ahora no hemos logrado encontrar información sobre el novio de la señorita Villagra.
Andrés depositó los documentos sobre el escritorio con el ceño fruncido.
-¿Estás completamente seguro que Efraín no salió anoche de Bahía de las Palmeras?
-Totalmente seguro.
Anaís había mencionado que visitaría a su novio, pero su rumbo no fue hacia Bahía de las Palmeras. Si su novio no era Efraín, entonces ¿cómo reaccionaría Efraín ante esta situación?
Observó los documentos prácticamente vacíos sobre la mesa, mientras sus ojos reflejaban un destello sombrío. Justo cuando se disponía a llamar a Anaís para concertar otro encuentro, uno de sus hombres irrumpió apresuradamente.
-Señor, han inspeccionado la mercancía que teníamos en el puerto.
La expresión de Andrés cambió instantáneamente; aquella mercancía era extremadamente confidencial y había invertido un tercio de su patrimonio en ella. ¿Cómo habían podido descubrirla tan repentinamente?
Respiró profundamente, convencido de que Efraín estaba detrás de todo, intentando impedir sus encuentros con Anaís. Se levantó rápidamente dispuesto a salir, pero se detuvo y esbozó una ligera sonrisa.
-Entrega esta fotografía a Anaís.
Extrajo una imagen de un cajón. La fotografía era borrosa; se distinguían dos personas, una de ellas Efraín. En ese momento, su pierna estaba intacta y sostenía una pistola apuntando hacia la otra figura. Sin embargo, este segundo individuo solo se apreciaba de espaldas. El entorno aparecía envuelto en niebla, proyectando una atmósfera desoladora.
La razón por la que identificó al hombre armado como Efraín fue porque su porte resultaba verdaderamente inconfundible.
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