Capítulo 363
El dinero de Efraín se ganaba con sorprendente facilidad. Anaís regresó a su vehículo con el cheque en mano, aún asimilando lo ocurrido. Cinco millones por apenas un intercambio de palabras y un golpe menor en su automóvil. Sin perder tiempo, se acercó a varios estudiantes para obtener información y pronto descubrió el nombre del genio que todos buscaban. Al encontrarlo finalmente, sentado en silencio absorto en su lectura, sintió una revelación súbita, como si un relámpago atravesara su mente.
-¿Rodrigo Tovar?
El joven levantó brevemente la mirada de su libro, parpadeó al reconocerla y volvió a sumergirse en su lectura sin mayor interés.
Anaís contuvo el impulso de maldecir. Ahora deseaba fervientemente poder encontrar a Raúl y propinarle otra paliza. El mismo estudiante al que su hermano había atormentado resultaba ser el prodigio de inteligencia artificial que todas las empresas perseguían. Se aproximó
decididamente y tomó asiento junto a él.
-¿Hay alguien ocupando este lugar? Me gustaría hablar contigo.
-No–respondió Rodrigo con expresión impasible, evidentemente parco en palabras.
Anaís decidió ir directamente al asunto que le interesaba.
-Te falta un año para graduarte, ¿ya tienes planes para después?
-¿Quieres que trabaje en tu empresa? -Rodrigo fue aún más directo que ella.
Evidentemente estaba al tanto de las noticias recientes. No era tan reservado como
aparentaba.
Anaís se sintió brevemente desconcertada pero se recuperó con rapidez.
-Sí, imagino que muchas empresas te han contactado últimamente. A diferencia de las grandes corporaciones, no tengo tantas ventajas que ofrecer, pero puedo darte acciones de la
empresa.
Era una propuesta extraordinaria. Aunque otras compañías confiaran en su talento, seguía siendo un estudiante y resultaba improbable que le ofrecieran algo tan valioso como participación accionaria.
Las pestañas de Rodrigo temblaron ligeramente mientras levantaba la mirada para observarla.
-La señorita Villagra apuesta fuerte.
Aunque Anaís lo había conocido anteriormente, apenas habían cruzado palabra. Sin embargo, este breve intercambio bastó para revelarle que no trataba con alguien ordinario. Su forma de expresarse distaba mucho de la típica de un estudiante. Incluso al interactuar con ella, su potencial empleadora, mantenía una serenidad y confianza inquebrantables.
-Si he venido personalmente, es porque quiero ofrecerte las condiciones más sinceras. ¿De
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qué otra forma podría convencerte de elegirme?
Nadie había llegado con una propuesta tan impactante de entrada. Las acciones
representaban un beneficio que en otras empresas solo se concedía a empleados con al menos quince años de antigüedad.
-De acuerdo -respondió Rodrigo tras apenas unos segundos de silencio.
Anaís no esperaba que todo avanzara con tal facilidad. Se quedó momentáneamente paralizada por la sorpresa.
-Dije que acepto -aclaró Rodrigo con una ligera sonrisa.
El rostro de Anaís se iluminó repentinamente.
-Entonces prepararé un contrato de inmediato. Y recuerdo que en el campo de la inteligencia artificial hay expertos destacados en universidades extranjeras. Podría financiar tus estudios en el exterior.
-No es necesario, un profesor extranjero me contactó anoche y va a darme clases en línea.
Que un académico estuviera dispuesto a ofrecerle instrucción personalizada a distancia revelaba mucho sobre el nivel de Rodrigo. Lo mencionó con tanta naturalidad que resultaba casi desconcertante.
Anaís le dio una palmada amistosa en el hombro.
-Perfecto, haré que preparen el contrato cuanto antes.
Cuando se disponía a marcharse, Rodrigo la detuvo con una pregunta inesperada.
-¿Raúl está bien?
Anaís se detuvo en seco.
-Pensé que lo odiabas.
-Sí lo odio.
Ante tal respuesta, Anaís no supo qué decir.
-Suspendimos temporalmente nuestra relación de hermanos. Lo dejamos que recapacite -explicó finalmente.
-Entonces debe estar muy asustado y angustiado.
Porque Raúl dependía profundamente de su hermana, rozando lo obsesivo.
Anaís sonrió con amargura. El miedo y la angustia no cambiaban nada; lo incorrecto seguía siendo incorrecto, especialmente en un asunto como éste. No cabía la indulgencia.
Al salir del aula, llamó inmediatamente a Miguel para que preparara el contrato. Después de colgar, contactó a Efraín para preguntarle cuándo terminaría sus asuntos. Para su sorpresa, él respondió que ya había concluido.
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Se preguntó qué estaría haciendo Efraín en la universidad. ¿Sería posible que se hubiera reunido con las autoridades académicas tan rápidamente?
Iván, quien efectivamente había acudido para reunirse con los directivos universitarios, también se mostró confundido al encontrar a Efraín sentado en su automóvil.
-¿Qué haces aquí? -preguntó con genuina curiosidad.
Efraín detestaba las reuniones con líderes institucionales y sus interminables formalidades, y definitivamente no había acudido para ver a su amigo. Un hombre tan indiferente como él difícilmente mostraría tal nivel de preocupación. Habitualmente eran los demás quienes se esforzaban por encontrarse con él.
Mientras Iván reflexionaba sobre esto, observó que Efraín mantenía la cabeza baja, aparentemente concentrado en responder algún mensaje en su teléfono.
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