Capítulo 409
La tensión se apoderó del ambiente tras aquellas palabras. No era la primera vez que Iván lanzaba esa amenaza, y lo peor era que hablaba completamente en serio.
Irene respiró hondo y depositó con firmeza los cubiertos sobre la mesa.
-Lárgate de aquí y no me busques más. La familia Moreno me ha estado llamando y no quiero que esto se salga de control.
Cada encuentro con Iván terminaba igual: ella suplicándole que dejara de hacer escándalos, y él ignorando por completo sus peticiones.
Iván se levantó violentamente de un salto, arrastrando consigo el mantel. Los platos se estrellaron contra el suelo, esparciendo comida y fragmentos de porcelana por todas partes. Dirigió su mirada hacia Gustavo y, sorpresivamente, esbozó una sonrisa cargada de amargura. -Irene y yo crecimos juntos. No me importa qué los mantiene unidos, pero mientras yo exista, nunca se casarán. Profesor Fajardo, usted es joven, puede encontrar a otra persona.
Gustavo, imperturbable tras sus gafas, tomó la mano de Irene y la estrechó con firmeza. Su jesto lo decía todo: no tenía intención alguna de buscar a nadie más, solo quería a Irene.
Iván contempló sus manos entrelazadas y apretó los labios. Su respiración se volvió pesada y, tras un momento de silencio opresivo, murmuró:
-No entiendo qué tiene él que yo no.
-Iván, te comportas como un niño. No me gustan los hombres inmaduros. Gustavo jamás entraría así a casa ajena ni tiraría la comida al suelo.
La voz de Irene era glacial y su mirada carecía por completo de emoción.
-Si sigues con estos escándalos, me iré a trabajar al extranjero. Ya lo tengo planeado.
Ella podía alejarse de la familia Moreno si lo deseaba; no tenía por qué soportar esto.
Las pupilas de Iván se contrajeron abruptamente. Tras un instante de desconcierto, comenzó a recoger los fragmentos de porcelana del suelo. Sacó su celular y pidió comida a domicilio.
Buscó una escoba y un trapeador para limpiar el desastre que había provocado. Pero él, nacido en la opulencia de la familia Moreno, jamás había realizado tareas domésticas, así que cuanto más intentaba limpiar, más desastres creaba.
Irene permanecía inmóvil, sintiendo una punzada en el pecho. No era indiferencia hacia Iván, pero la familia Moreno y esa deuda de gratitud que la asfixiaba estaban siempre en medio. No podía actuar como él, ignorando todas las consecuencias.
Gustavo se acercó a Iván e intentó tomar el trapeador de sus manos.
-Déjame hacerlo yo.
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Captulo 499
-Aléjate -respondió Iván con voz ronca.
Limpió él mismo el suelo, arrojó los fragmentos rotos a la basura y llevó la bolsa hasta la puerta. Con la mano en el picaporte, se volvió hacia ella.
-La abuela está muy enferma y pregunta por ti. El abuelo también. Si tienes tiempo, deberías
visitarlos.
Irene guardó silencio. Esperó a que se marchara antes de sacar un cigarrillo y encenderlo.
Gustavo miró el suelo, ahora limpio, y sonrió con suavidad.
-Podríamos casarnos ya y quitarle toda esperanza. O quizás tú todavía no puedes dejarlo ir.
Irene bajó la mirada y respiró profundamente.
-La familia Moreno teme que si Iván y yo nos unimos, nos desviaremos del camino correcto y eso dañará su reputación. Lo entiendo, pero ellos no han sido malos conmigo. Mis padres adoptivos han sido buenos; cuando otros querían mandarme lejos, ellos solo me compraron una casa para que Iván y yo nos viéramos menos.
Durante más de veinte años cuidó de Iván. Cuando él era pequeño y se caía, ella se sentía culpable. ¿Cómo podría ahora simplemente ignorarlo y fingir que no le importa?