Capítulo 426
Cuando el coche se detuvo en Bahía de las Palmeras, ella bajó primero y le tendió la mano para ayudarlo.
Pero Efraín retiró la mano bruscamente, como si se hubiera quemado.
Anaís se quedó desconcertada. Hacía un rato, aturdido por la fiebre, le había tomado la mano, y ahora que estaba lúcido, la evitaba.
Ella retrocedió unos pasos e indicó con un gesto al personal de Bahía de las Palmeras que lo ayudaran.
Ayudaron a Efraín a bajar del coche; todavía sostenía la rama de flores de ciruelo.
El corazón de Anaís se enterneció de repente. “Bueno, al menos tiene el mismo gusto que Z“.
-Señor Lobos, entonces ya me voy. Acuérdese de tomar sus medicinas y cuídese.
-Mm.
Ya lo ayudaban a entrar, sin que él siquiera volteara a verla.
Anaís tampoco quiso quedarse a presenciar su indiferencia, así que se fue directamente.
No era fácil conseguir un taxi por ahí.
Al poco rato, un coche salió de Bahía de las Palmeras y se ofreció a llevarla.
Ella no se negó; al fin y al cabo, seguía nevando y el mes siguiente ya era Navidad.
Dentro de Bahía de las Palmeras, Efraín, visiblemente animado, le dijo a Lucas:
-Consígueme un florero.
Lucas, sabiendo perfectamente de dónde venía la rama, se apresuró a buscar un florero.
Efraín colocó la rama en el florero, pero no quedó satisfecho y la sacó de nuevo.
-Tráeme uno más bonito.
Después de probar más de una docena, seguía insatisfecho; su expresión pasó de la complacencia al fastidio.
Lucas llamó rápidamente a alguien, pidiendo que trajeran algunos floreros de valor.
Veinte minutos después, llegó un florero de un reconocido maestro artesano, subastado anteriormente por dos millones de pesos.
Al ser pieza única, su valor seguía en aumento.
Efraín contempló el florero, una pieza de gran valor artístico, y sus facciones se relajaron al instante. Colocó la rama dentro.
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-Así está bien.
Dijo eso y se llevó el florero con la rama hacia el elevador.
Lucas se secó el sudor, pensando en cómo un florero de millones de pesos apenas hacía juego con una simple rama silvestre traída de quién sabe dónde.
Además, el presidente había dejado pendientes un montón de asuntos de la empresa, como si estuviera jugando a la casita con la señorita Villagra.
Efraín llegó al segundo piso y colocó el florero junto a su cama, para poder ver las flores cada día al despertar.
Sin embargo, las flores terminarían por marchitarse. Al pensar en eso, una mueca de disgusto asomó a sus labios.
Lucas, que lo había seguido y vio la escena, sugirió rápidamente:
-Podemos usar la técnica más avanzada para preservarla, convertirla en una flor eterna que no se marchite.
Efraín asintió con un “mm” y luego añadió:
-En realidad, no me importa.
Lucas se mordió el labio, sin ganas de replicar; ya estaba haciendo llamadas para encargarse
de eso.
Cuando Anaís llegó a casa, estaba tan cansada que sentía que no podía mover ni un dedo.
Sintió que todo el viaje se la había pasado cuidando a Efraín.
Cayó en la cuenta, algo tarde, de que en realidad no había sacado nada en claro. Pero Efraín no podía haberle mentido; no iba a movilizar a tanta gente solo para ir por una rama de flores.
Se sintió extrañamente enfadada, como si le hubieran tomado el pelo.
Sacó su celular y le mandó un mensaje a Efraín.
[Señor Lobos, ¿ya tomó su medicina?]
[Mm.]
“Qué seco“.
Se molestó aún más, sin entender bien por qué.
Quiso preguntarle si le estaba tomando el pelo, pero pensó que el presidente del Grupo Lobos no se rebajaría a un juego así.
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