Capítulo 465
¡Maldita sea!
¡Anaís, esa maldita!
-¡Lucía, suéltame!
Lucía no quería soltarla, sus ojos se llenaron de lágrimas en un instante. -¡A mí también me duele el estómago! ¿Por qué no te preocupaste por mí antes? ¡Yo también necesito tomar analgésicos!
Levantó la mano, le arrebató las pastillas y se las metió todas en la boca, para luego escupirlas.
Estaba embarazada, no podía simplemente tomarlas. Fingió vomitar para que ya no pudieran
usarse.
Raúl tembló de rabia mientras veía cómo desperdiciaban las pastillas.
No pudo evitarlo, y le dio una bofetada.
En ese instante, la ira lo cegó; deseaba estrangular a Lucía.
Algo oscuro creció en su interior mientras la miraba fijamente, luego salió apresuradamente a comprar más analgésicos, sin ganas de discutir con Lucía.
Lucía, después de recibir la bofetada, comenzó a llorar, pensando que Raúl la consolaría, pero él se fue en silencio.
Cubriéndose la cara, Lucía estaba furiosa. Esto era justo lo que Anaís quería, esa maldita había logrado su objetivo.
¡Era la primera vez que Raúl le pegaba!
Ella era su futura esposa, la futura señora de la familia Villagra, y aun así él la golpeó.
Llena de ira, sintió el cuero cabelludo entumecido y subió las escaleras de un pisotón, pateando la puerta de la habitación donde Anaís yacía.
El rostro de Anaís estaba completamente pálido, y apenas podía escuchar los sonidos a su alrededor.
Todo era un caos, y el dolor desgarrador la estaba llevando al borde del desmayo.
Lucía, con los ojos enrojecidos, se paró al lado de la cama y soltó una risa fría.
-¡Qué bien finges! Raúl salió a comprarte analgésicos, ¿feliz ahora, maldita? Veamos hasta cuándo sigues fingiendo.
Fue al baño, llenó un balde de agua fría y se lo arrojó a Anaís.
-¡Deja de fingir!
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Cap
Con cada punzada de dolor en su rostro, su furia aumentaba.
Pero Anaís permanecía inmóvil en la cama, ni siquiera se resistió.
Al borde del desmayo, apenas sentía cómo el frío calaba hasta sus huesos. Intentó levantarse, pero no podía ver nada y se inclinó sobre el borde de la cama para vomitar, sin éxito.
Lucía arqueó una ceja y dejó caer el balde.
-Lo sabía, estabas fingiendo. Hace un momento parecías muerta, y ahora te levantas.
Aunque Anaís ya podía oír su voz, no le quedaban fuerzas para enojarse; el dolor era demasiado.
Lucía, al ver que Anaís no le respondía, furiosa, levantó el balde para llenarlo de nuevo. Justo cuando iba a arrojar otra ronda de agua, la puerta de la habitación se abrió de golpe.
Raúl, cubierto de sudor, apareció y al ver a Lucía con el agua, su voz se volvió completamente
fría.
-¿Qué crees que estás haciendo?
Sin inmutarse, Lucía lanzó el agua fría. -Raúl, ¿no ves que está fingiendo? ¡No te dejes engañar por ella!
Hasta ese momento, Raúl nunca había pensado que una mujer pudiera ser tan detestable. No era de extrañar que Anaís le advirtiera sobre Lucía; ahora veía claramente la maldad en el corazón de esta mujer.
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