Capítulo 474
Ella pisó el acelerador a fondo, nunca había manejado a tal velocidad.
Al llegar frente a la pequeña casa de Z, se bajó rápidamente del carro y corrió hacia adentro.
Los hombres en los autos que la seguían no esperaban que se detuviera ahí. Se detuvieron también, con una expresión de emoción en el rostro, pensando que Anaís había caído en su propia trampa. Esta noche la eliminarían en ese lugar para cumplir con la misión encomendada.
Anaís llegó a la puerta y entró usando un código.
Apenas se detuvo en el vestíbulo, alguien la abrazó.
-¿Z?
-Sí.
Ella levantó la mano y le dio unas palmaditas en la espalda. -¿Tienes alguna arma por aquí?
-Sí, conseguí un par de pistolas en Nocturnia, pero son muy peligrosas. Nunca las he usado.
Nocturnia era una zona sin ley, así que no era raro conseguir armas ahí.
Anaís sabía que eso era justo lo que necesitaba.
-Bien, dame las pistolas.
Él abrió un cajón cercano y le entregó las armas, luego se escondió detrás de ella con un gesto
temeroso.
Anaís se dio cuenta. -¿Tienes miedo?
-Sí, ¿y qué? Tú puedes protegerme.
Ella pensó rápidamente, abriendo una pequeña rendija en la puerta. -No es problema, es curioso verte así. Quédate aquí, voy a asustar a esos tipos y vuelvo enseguida.
Dicho esto, abrió la puerta.
Afuera había alrededor de ocho sujetos, cada uno con una barra de metal en la mano, gritando obscenidades.
-Anaís, esconderte aquí no servirá de nada. Hoy tenemos la misión de acabar contigo. Sal ahora y prometemos no profanar tu cuerpo.
Al escuchar esto, los demás rieron, convencidos de que Anaís estaba atrapada.
Con habilidad, Anaís cargó su pistola y disparó una bala.
La bala rozó la mejilla del hombre que había hablado, dejando un rastro de sangre.
Los demás quedaron atónitos, sin esperar que ella tuviera una pistola, mucho menos que
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disparara.
Algunos comenzaron a retroceder, a pesar de que habían recibido mucho dinero por esta tarea, no querían arriesgar sus vidas.
Sin embargo, cuando dieron un paso atrás, el hombre con la mejilla herida se limpió la sangre con odio.
-Ella solo está tratando de intimidarnos. No tiene muchas balas y no sabe usar la pistola. Si no, me habría dado en la frente.
Los demás asintieron y se lanzaron hacia Anaís.
-¡Pum, pum, pum!
Después de unos disparos, todos los atacantes terminaron heridos en las piernas, cayendo de
rodillas.
El terror se reflejaba en sus rostros. Esta mujer no era una principiante con las armas, era una experta. Había apuntado a sus piernas a propósito.
Anaís salió lentamente de la sombra del porche, preguntándose por qué se sentía tan cómoda usando una pistola. ¿Había tenido experiencia con armas antes?
Se acercó a los hombres arrodillados, visiblemente incómodos bajo el resplandor de las luces
del carro.
Eran rostros desconocidos para ella.
Se agachó frente al hombre que parecía más dolorido.
-¿Quién los envió?
El hombre, pálido, apartó la mirada sin responder.
Anaís le apuntó a la frente con la pistola, con una mirada imperturbable. -¿Quién los mandó?
El hombre temblaba de miedo, consciente del peligro de morir.
Estaba a punto de hablar cuando el hombre con la herida en la mejilla lanzó una daga, clavándola en la garganta de su compañero.
Anaís observó al hombre morir frente a ella, levantó una ceja. Aquel que había atacado no era un simple matón.
Retrocedió rápidamente, pero la daga del atacante ya se dirigía hacia ella, rápida como un rayo. Logró esquivarla a tiempo, pero la daga le rozó el brazo. Anaís levantó su arma y disparó al pecho del hombre.
Él cayó sin poder articular palabra.
Con dos hombres muertos, el lugar se llenó de gritos.
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Anaís se levantó lentamente, tocándose el brazo, con el rostro sombrío. -Silencio.
Los otros hombres, aterrorizados, algunos de rodillas y otros huyendo, parecían perdidos sin su
líder.
Molesta, Anaís respiró hondo. -¿Quién los envió?
Los cuatro hombres de rodillas negaron con la cabeza. -No sabemos, de verdad no sabemos. Seguíamos a Yeray. Nos pagó treinta mil a cada uno para encargarnos de una mujer.
Así que, además del hombre muerto, nadie más conocía al cliente.
Los hombres, temiendo por sus vidas, negaron frenéticamente. -Por favor, no nos mates. No sabemos nada. Quizás si revisas el lugar donde vivía Yeray encuentres algo. Tal vez su celular
tenga pistas.
Anaís buscó en el cuerpo del hombre muerto, pero no encontró celular.
-¿Dónde vivía?
Uno de ellos le dio una dirección. Era en un barrio pobre y peligroso en San Fernando del Sol.
Pero tenía que ir.
Pateó al hombre caído frente a ella y solo dijo una palabra. -Váyanse.
Los hombres huyeron despavoridos.
Anaís miró al cadáver, preocupada de repente. ¿Z estaría asustado después de todo esto?