Capítulo 485
Anaís estaba sentada en el carro de Efraín, sintiendo una inquietud inexplicable. Desde la muerte de Adrián, se sentía atrapada en una red de incertidumbre.
El auto se detuvo en Bahía de las Palmeras. Anaís no bajó inmediatamente; se tomó un par de minutos antes de preguntar con cautela:
-Presidente Lobos, ¿usted mismo investigará lo de Adrián?
Esta noche, Samuel no tenía intención de dejarla ir fácilmente, y ahora que estaba aquí con Efraín, se preguntaba si él también tenía preguntas para ella. No lograba entender la situación.
Efraín ya
había bajado de su silla de ruedas, y ante la pregunta de Anaís, se detuvo por unos segundos antes de continuar en silencio. Anaís no tuvo más remedio que seguirlo.
Llegaron hasta la puerta de su dormitorio. Ella dudó un momento antes de entrar lentamente. En la cabecera de la cama todavía estaban las mismas flores de cerezo, maravillosamente
frescas, como si las hubieran preservado con alguna técnica especial.
Justo cuando iba a preguntar al respecto, el celular de Efraín comenzó a sonar. Aunque su rostro mantenía una expresión serena, sus ojos reflejaban una ligera amenaza.
-No tengo tiempo, no iré mañana por la noche -dijo con frialdad.
Anaís pudo deducir algo. Se decía que la familia Lobos tenía muchas responsabilidades durante el Año Nuevo, y Efraín, como heredero, debía coordinar muchas cosas. Probablemente estaba muy ocupado.
Las llamadas continuaron, una tras otra, durante media hora. Anaís no se atrevía a buscar un lugar donde sentarse. Finalmente, después de una hora, Efraín colgó la última llamada y la
miró.
-Lo de Adrián, Samu lo resolverá.
Con eso, dejó claro que ella no tenía que preocuparse por el asunto. Anaís se sintió aliviada, pero no podía evitar preguntarse por qué Efraín siempre la ayudaba.
A pesar de su torpeza, Anaís se dio cuenta de que desde que había perdido la memoria, Efraín siempre había estado a su lado, apoyándola. Observó su silla de ruedas, y la pregunta que había estado guardando por mucho tiempo salió finalmente:
-Presidente Lobos, en cuanto a lo de tus piernas, ¿de verdad nunca me has culpado?
Conociendo su carácter, si realmente guardara rencor contra alguien, ¿cómo podría estar ella viva y bien ahora? Entonces, ¿por qué la ayudaba?
Efraín bajó la mirada, sus muñecas tensas, pasando junto a ella. Anaís escuchó una respuesta casi susurrada:
-Digamos que te lo debo.
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Capitulo 485
Ella rápidamente lo siguió, empujando su silla de ruedas.
-Entonces, si me ayudas esta vez, estaremos a mano.
La silla de ruedas se detuvo. Efraín miró al frente, frotándose las sienes. Anaís notó que no se veía bien.
-¿Presidente Lobos?
Él negó con la cabeza y se dirigió al ascensor, bajando a la sala donde preparaba sus bebidas. Sacó un frasco de medicinas.
Anaís no prestó atención a qué medicamento era y rápidamente le sirvió un vaso de agua.
Efraín intentó tomar el vaso, pero sus dedos temblaron, derramando el agua sobre sus piernas. Su mano, caída a un lado, se cerró en un puño, luchando por contener algo.
Anaís tomó unas servilletas para limpiar el agua, justo cuando Sofía entró por la puerta. Sofía llevaba varias flores de cerezo, pero al ver a Anaís, las flores cayeron al suelo, rompiéndose.
-¡Anaís!
Sofía se acercó apresuradamente, levantando la mano para golpearla, pero se detuvo al ver la expresión en el rostro de Efraín.
-Efraín, ¿qué te pasa?
Efraín cerró los ojos, y el sudor le corría por la frente. Anaís llamó rápidamente a Lucas, quien con calma tomó el medicamento y le dio una pastilla a Efraín, luego se colocó frente a Anaís.
-Señorita Villagra, ya que está bien, haré que alguien la lleve de regreso.
Anaís intentó ver a Efraín, pero él ya se había girado, dejando solo una vista de su muñeca tensa.
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