Capítulo 486
Al ser llevada hasta la puerta, Anaís no pudo evitar preguntar:
-¿Qué le pasa al presidente Lobos?
-No es nada grave, solo está un poco alterado y últimamente no ha descansado bien.
Ella dio unos pasos hacia adelante, pero se detuvo.
-¿Sigue con insomnio? Puedo quedarme esta noche y me voy mañana temprano.
Lucas, que estaba de pie junto al carro, respiró hondo al escucharla.
-Señorita Villagra, que le vaya bien, y que tenga unas felices fiestas.
Era una forma educada de rechazar su oferta.
Después de subir al carro, Anaís no se dirigió a casa, sino que fue a la puerta de la habitación
de Raúl.
Durante todo el trayecto, su mente estaba hecha un lío, incapaz de comprender las intenciones de Efraín, lo que la tenía bastante inquieta.
Esa inquietud se intensificó al ver a Raúl, que permanecía en silencio.
Raúl ya había despertado, y la fiebre había cedido, pero no le había llamado. En ese momento, estaba tranquilamente comiendo el caldo que Lucía le daba.
Anaís tenía muchas preguntas, pero en ese instante se sintió impotente.
Se paró al lado de la cama, y después de un rato, solo pudo decir:
-Me alegra que estés bien.
Raúl no la miró y siguió mirando por la ventana.
-Mmm.
Lucía, con una expresión de satisfacción, continuó dándole una cucharada de caldo.
-Raúl, si quieres comer algo más, solo dímelo y le pido a mi tía que te lo prepare.
Raúl bajó las pestañas, sus labios estaban algo resecos; apenas había despertado hace unos
minutos.
Anaís no quiso ver más y se dio la vuelta para salir.
Se sentó en un banco fuera del hospital por un buen rato, y luego recordó a Sergio, así que
decidió llamarlo.
Para su sorpresa, la voz de Sergio sonaba débil, como si estuviera herido.
-Sergio, ¿qué te pasa?
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Capítulo 486
Sergio soltó un pequeño quejido, y con tono malhumorado respondió:
-Solo me hice un pequeño daño, nada serio.
Anaís, que también se sentía perdida, le hizo unas pocas preguntas y colgó. En ese momento, escuchó pasos a su lado.
Una persona que no había visto en mucho tiempo apareció detrás de ella, con una bolsa de medicamentos en la mano.
-¿Rodrigo?
Al ver al futuro del Grupo Villagra, Anaís se sintió un poco mejor y rápidamente le hizo un espacio para que se sentara.
-¿Estás enfermo? ¿Por qué compras tantas medicinas?
Rodrigo, con la apariencia de un estudiante universitario, alzó la bolsa.
-Son medicamentos para el resfriado, solo estoy abasteciéndome.
Sentados juntos, Anaís le preguntó sobre sus estudios. Él sonrió.
-Acabo de regresar del extranjero, participé en un seminario con mi profesor. No te preocupes, tu inversión no será en vano.
Siempre había tenido confianza en sus estudios.
Anaís sonrió y le dio una palmada en el hombro.
-Bien, si necesitas algo, no dudes en decírmelo. ¿No vas a volver a casa para las fiestas?
-Me quedaré en la universidad haciendo algunos experimentos.
Anaís estuvo a punto de invitarlo a cenar en Año Nuevo, pero recordó que había prometido
cenar con Z.
Lo que no sabía era que, en un piso más arriba, Raúl observaba la escena desde la ventana con el rostro sombrío.
Lucía, a su lado, comentó con tono sarcástico:
-Ese es el chico al que Anaís ha visto muchas veces, siempre está muy atenta con él. Raúl, no te equivocas al escucharme. Anaís solo está interesada en la fortuna de la familia Villagra. Si no, ¿por qué recibirías un mensaje para ir tan lejos y casi no regresar?
Ese mensaje de un desconocido aún no sabía quién lo había enviado.
Raúl apretó la cortina con su mano al escuchar a Lucía, que continuaba tratando de consolarlo. -Por ahora, deberías concentrarte en recuperarte.
El resto de los asuntos, ella se encargaría de ellos.
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