Capítulo 497
Raúl de pronto hundió la cabeza en el volante, con un tono que destilaba cierta burla.
-Anaís, ¿acaso piensas que Lucía es una persona extremadamente egoísta y que no vale la pena que haga nada por ella?
Anaís se quedó en silencio. Aunque Lucía pudiera tener virtudes, eso no impedía que fuera realmente egoísta.
Raúl parecía agotado, una leve sonrisa asomó en sus labios.
-Ya basta, baja del carro.
Anaís solo sintió una oleada de tristeza, y en ese momento no tuvo ganas de seguir hablando con él. Abrió la puerta del carro y salió caminando.
Raúl había dicho que alguien la esperaba abajo, pero caminó unos cientos de metros en la oscuridad sin encontrar a nadie. Sin embargo, pronto escuchó pasos detrás de ella.
Al voltear, vio que era Raúl.
Él la seguía en silencio, aunque a cierta distancia.
La escena le recordó a aquel día en que él se había perdido en la nieve y ella fue a buscarlo; ambos terqueando, ninguno dispuesto a ceder.
Anaís continuó caminando unos doscientos metros más, hasta que finalmente vio una hilera de luces.
Se sorprendió un poco, y entonces notó que no es que no hubiera gente alrededor, sino que las casas eran tan bajas y estaban tan escondidas entre los árboles que no pudo verlas al principio.
Raúl la alcanzó en ese momento, con un tono de voz sereno.
-Aquí es donde viven los padres de Lucía, cerca del barrio pobre de San Fernando del Sol. En comparación, aquí hay incluso menos vida.
Dicho esto, avanzó unos pasos y luego se detuvo, manteniendo su voz calmada.
-Anaís, en el carro dijiste que yo iba a secuestrarte por Lucía. En el fondo, tampoco confías completamente en mí, ¿verdad?
Anaís se sintió repentinamente avergonzada, y se dio cuenta de que Raúl había cambiado, ya no era tan ingenuo.
La desconfianza en su corazón seguía presente, quizás ahora incluso mayor, porque él había comprendido que ella no confiaba en él al ciento por ciento.
El silencio se extendió entre ellos.
Anaís no supo qué decir, así que simplemente lo siguió.
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Capítulo 497
Raúl se detuvo frente a una casa de una planta, de la que emanaba una luz tenue. Tocó la puerta, y pronto alguien vino a abrir.
Era un hombre de unos cincuenta años, delgado, con un aspecto que delataba una vida de
excesos.
-¿Quién eres tú?
El hombre habló con desgano.
Raúl echó un vistazo al interior, donde vio muchas botellas de licor esparcidas por el suelo. La naturaleza de aquel hombre era evidente a simple vista.
-Soy amigo de Lucía.
Apenas terminó de hablar, el hombre reaccionó como si algo lo hubiera alterado.
-¿Lucía? ¿Dónde está esa desgraciada ahora? ¡Dimelo ya! Le dije que se vendiera para comprarle una casa a su hermano, pero ella solo dio diez mil y luego no quiso regresar. Maldita sea, para eso no debí criarla.
Su voz era tan fuerte que una mujer desde el interior también salió.
Tenía el rostro marcado por golpes, pero al hablar de Lucía, su timidez se transformó en una
actitud autoritaria.
-Lucía es mi hija, si de verdad eres su amigo, dile que se comunique con nosotros. Ya no podemos contactarla, no sé si encontró a alguien rico que la mantenga y no quiere traernos a nosotros, sus pobres padres, a vivir bien. Vaya hija inútil.
Raúl soltó una risa irónica, mientras buscaba con la mirada al hermano de Lucía, el que había oído tanto sobre él.
-¿Y su hijo?
Al mencionar a sus hijos, la actitud de la pareja cambió drásticamente, llenos de orgullo.
-Nuestro hijo trabaja en el lugar más próspero de la ciudad y gana muchas decenas de miles al mes. Dice que pronto podrá remodelar nuestra casa. Es mucho mejor que la hija, que no hace más que gastar. Las hijas no son más que una carga, se van y no quieren volver.
Anaís observaba desde unos pasos atrás. La luz de la casa le permitía ver la fealdad de aquella pareja.
Aunque la sociedad haya avanzado, muchos aún piensan como en tiempos feudales: un hijo es siempre superior, no importa cuán inútil sea, y una hija, por más capaz que sea, siempre será la de otro.
Muchas mujeres luchan por ser independientes, pero cuando tienen hijos, todo se reduce a querer un niño. Las palabras bonitas sobre las niñas son solo autoengaño.
La mujer agarró a Raúl del brazo.
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Capitulo 497
-¡Llévanos a donde está Lucía!
Raúl se zafó de ella y entró en la casa.
y
Durante su tiempo encerrado, había intercambiado mensajes con Lucía. En esos momentos él pensaba que Anaís lo había abandonado y solo le quedaba Lucía.
Lucía, por su parte, en esos momentos de charla, también se abrió emocionalmente.
Le confesó que no sentía nada por su familia, pero que si no les daba algo, sería considerada una hija desagradecida.
Una etiqueta que podía aplastar a cualquier hija.
Raúl la consoló entonces y obtuvo mucha información.
Lucía había crecido sola en el campo mientras sus padres trabajaban en San Fernando del Sol, llevándose consigo al único hijo y dejando a la hija a su suerte.
Ni siquiera la llamaban en las festividades. Una niña sola en el pueblo era blanco fácil para el
abuso.
El perrito que crió fue asesinado, y solo guardó uno de sus colmillos.
Ese colmillo es lo único que realmente le importa, y esta noche Raúl está aquí para llevárselo.