Capítulo 498
El ambiente en el que Lucía vivía era difícil de imaginar. Raúl lo descubrió cuando entró en esa habitación, que no era más que un espacio diminuto, tan pequeño que ni siquiera se podía estirar las piernas. Lucía había sido desalojada, y sus pertenencias estaban esparcidas por el suelo después de haber sido arrojadas por sus propios padres. Solo quedaba un pequeño armazón de cama, y en la ventana más alta, aún se alineaba una fila de sus cosas.
Raúl pudo notar que, si sus padres hubiesen sido un poco más altos, probablemente esas cosas también habrían volado por la ventana.
Los padres de Lucía, al ver a Raúl dentro de su casa, se alteraron enseguida. Con rapidez, tomaron una escoba y se lanzaron hacia él.
-¿Quién demonios eres tú? ¡Sal de nuestra casa de inmediato! ¿Acaso Lucía te pagó para venir y hacernos la vida imposible? ¡Lárgate! ¡Fuera de aquí!
-Esa maldita mocosa seguramente está tan asustada de que la golpeemos de nuevo que no se atreve a regresar. Ja, ¿crees que te tenemos miedo? ¡Te podemos golpear también!
Raúl, en un estado de ánimo peculiar, apartó todos los obstáculos en su camino y se puso en puntillas para alcanzar las cosas de Lucía sobre el marco de la ventana. El padre levantó la escoba para golpearlo en la cabeza, pero antes de que pudiera hacerlo, Anaís apareció y detuvo el golpe.
El hombre, que no era más que un matón sin oficio ni beneficio, además de ser un alcohólico que maltrataba a su esposa e hija, no tenía fuerza alguna. Anaís empujó la escoba, y el
hombre cayó al suelo de espaldas, quejándose del dolor.
Fue entonces cuando notó la presencia de Anaís, y su mirada cambió al instante. La mujer era hermosa, y él tenía una debilidad por las mujeres. Su vicio de frecuentar el barrio rojo del pueblo, donde las mujeres se vendían barato sin importarles las enfermedades, lo delataba.
Al ver a Anaís, su deseo se encendió de inmediato. Se levantó y se lanzó hacia ella.
-Oye, linda, ¿cuánto cobras por una noche?
Con un tono frío y decidido, Anaís le propinó una patada en el estómago.
-Si quieres llorar toda la noche, son cinco mil -respondió.
El miedo en los ojos del hombre era palpable, y al escuchar la frialdad en la voz de Anaís, eligió quedarse callado. La esposa del hombre quiso intervenir, pero un simple vistazo de Anaís la hizo bajar la cabeza.
Estos padres eran del tipo común y corriente, anodinos, que habían encontrado en su hija la oportunidad de sentirse poderosos, aunque fuera oprimiéndola. Lucía había crecido en un entorno tan cerrado, que su visión del mundo era, inevitablemente, limitada.
Anaís no sentía compasión, ya que aún no sabía que Lucía había muerto. Raúl, al haber recuperado el pequeño frasco con el diente de perro, preguntó:
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Capítulo 498
-¿Ya es suficiente? ¿Podemos irnos ahora?
Pasada la medianoche, su vigésimo cumpleaños había llegado a su fin. Raúl comenzó a caminar hacia la salida, pero la mujer, aún aferrándose a su última pizca de valentía, gritó:
-¡Los voy a denunciar! ¡Entraron a nuestra casa y se llevaron nuestras cosas! ¡Esto es un robo!
Raúl se detuvo y, con un tono burlón, respondió:
-¿Cuánto quieres por eso?
Los ojos de la mujer brillaron con avidez, al darse cuenta de que estas personas eran adineradas. Lucía debía haber encontrado una buena conexión, y eso explicaba su falta de
contacto.
Ella exigió una cantidad desmesurada.
-¡Quinientos mil!
Nunca en su vida habían visto tanto dinero, ni siquiera sabían qué se había llevado Raúl, pero aun así se atrevieron a pedir esa cantidad.
Raúl, sorprendido por su descaro, no tuvo tiempo de responder antes de que Anaís interviniera.
-Quinientos mil son suficientes para comprar sus vidas. Piensa bien antes de hablar. Tu hijo trabaja para mí. Si quiero que desaparezca, desaparecerá.
El miedo se apoderó de la mujer, que retrocedió, pálida.
-¡No queremos dinero, solo váyanse!
Mientras salían de la casa, Raúl le preguntó a Anaís:
-¿De verdad su hijo trabaja contigo?
-No, no lo conozco -respondió ella.
Raúl quedó sin palabras, sin saber qué añadir.
Caminaban de regreso al carro, rodeados de oscuridad y el susurro del viento en los árboles. Al llegar al vehículo, Anaís escuchó a Raúl murmurar:
-Anaís, le fallé a Lucía y al bebé.
Ella estaba a punto de decirle que, si se sentía culpable, podría compensar a Lucía en el futuro. Pero antes de que pudiera hablar, de la nada, aparecieron varios hombres armados con machetes, rodeándola por completo.
Miró a Raúl, pero él, con la mirada perdida en el frasco del diente de perro, parecía uno con la oscuridad.
-Lo siento, Anaís. No puedo confiar en ti porque tú no confías en mí -dijo Raúl-. Alguien me dijo que puede ayudarte a recuperar tus recuerdos, así que ve con ellos.
La última palabra había sido dicha. Anaís, rodeada por los hombres, no pudo moverse. Raúl, sin
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Capitulo 498
embargo, se dirigió hacia el carro, esta vez sin intención de regresar.