Capítulo 529
La voz de Efraín sonó ligera, sin carga emocional aparente, pero Anaís percibía que si no respondía correctamente, las consecuencias serían terribles. Sentía que esa pregunta podía marcar el rumbo de su vida.
Anais no conocía a su padre biológico y no tenía ataduras en San Fernando del Sol. Si se fuera al extranjero, ¿se solucionarían los problemas actuales de Efraín? Después de todo, Anselmo solo buscaba una muestra de disposición.
Con el cuello de su blusa apretado en su mano, Anaís reflexionó durante varios minutos, intentando discernir algo del aura de Efraín, pero su postura no le revelaba nada. Finalmente, con voz suave, aceptó: -Está bien, te prometo que no regresaré en toda mi vida.
Tan pronto como pronunció esas palabras, la atmósfera se tornó densa y amenazante. El rostro de Anais se puso pálido de repente, sin entender por qué su respuesta lo había enfurecido. ¿Acaso no era eso lo que él había preguntado?
-Anaís, cuando respondiste, ¿pensaste en tu novio, aunque fuera por un segundo?
Ella guardó silencio. Aunque le gustaba Z, su situación actual le preocupaba más. A veces, el amor no es suficiente para sobrevivir, y ¿quién puede asegurar que la persona a tu lado ahora será la misma para toda la vida?
AZ le había hecho muchas promesas, pero él podría olvidarlas algún día. Hay hombres que, aunque sufren la pérdida de su esposa, no dudan en casarse de nuevo.
Anaís realmente quería a Z, y sabía que la idea de irse al extranjero le dolería, pero veía en ello la mejor opción.
-Entonces, ¿qué respuesta espera de mí, presidente Lobos?
Optó por dejar de adivinar sus emociones y fue directa con su pregunta. Efraín se volvió y la miró. Por primera vez, Anaís notó una chispa de odio en su mirada, una mezcla de resentimiento y frustración tan intensa que casi la dejó sin aliento. Instintivamente, dio un paso atrás.
Efraín se levantó de su silla de ruedas y se dirigió al vestidor. Luego de tomar ropa limpia, entró al baño. Anaís se quedó afuera, sin comprender su intención. El último vistazo de Efraín había sacudido sus nervios; la imagen del hombre distante se desdibujaba ante una presencia más
oscura.
Permanece inmóvil hasta que la puerta del baño se abre de nuevo, liberando no vapor cálido, sino una corriente fría. En pleno invierno, Efraín se había duchado con agua fría.
Emergió del baño con un albornoz, mientras gotas de agua resbalaban por su pecho. Su cabello empapado goteaba en el suelo mientras se dirigía a la ventana. Anaís, que había estado en calma hasta entonces, percibió súbitamente una agresividad en el ambiente que la inquietó.
Recordó las palabras de Lucas: Efraín estaba enamorado de ella. Esa idea la desestabilizó aún
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más. Las cortinas se cerraron de golpe, y aunque la habitación estaba bien iluminada, el sonido de las cortinas al cerrarse resonó como una advertencia en su mente.
Retrocedió un paso más, observándolo con cautela. Efraín pronunció una sola frase:
-Cásate conmigo, rompe con tu novio.
Anaís pensó que había escuchado mal. Cuando procesó sus palabras y se disponía a refutar, él
añadió con tono mordaz:
-De todos modos, tu novio parece ser prescindible para ti.
Por alguna razón, sintió que sus palabras no solo cuestionaban su sinceridad, sino también la
valía de Z.
-Presidente Lobos, usted me resulta irreconocible así.
Pero antes de que pudiera decir más, Efraín la sujetó del brazo y la atrajo hacia él. Los ojos de Anaís se abrieron de par en par, y antes de que pudiera reaccionar, él la besó.
Su corazón latía frenéticamente, llevándola a un estado que nunca había experimentado. ¿Efraín la estaba besando a la fuerza? ¿Se había vuelto loco?
Intentó retroceder, pero él la mantenía firmemente, su abrazo era implacable como una enredadera que la envolvía. En un intento desesperado, mordió su labio, el sabor metálico
inundando sus bocas. Pero incluso el dolor no lo hizo soltarla.
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