Roberto se recargó en el respaldo de la silla, cada vez más irritado. -Hablas mucho, pero ¿acaso tienes un plan?
Andrés soltó una risa que no llegaba a sus ojos, cargada de un aire sombrío. -Si, de hecho, tengo un plan. ¿Recuerdas cuando en San Fernando del Sol se rumoreaba que Anais estaba manteniendo a un modelo? Mis hombres la siguieron por un tiempo y notaron que apenas se veían. Solo se encontraban de noche. Tengo una teoría, pero necesitaré que alguien me ayude a confirmarla.
Roberto comprendió que Andrés quería involucrarlo en su plan. Sin embargo, su interés no era mucho. Miró por la ventana y al ver que el carro pasaba por una parada, habló sin rodeos. -Déjame aquí. No tengo interés en asociarme contigo. Efrain te dejó en la ruina, ¿qué podrías idear que sea útil?
Las palabras de Roberto hicieron que Andrés se pusiera serio por un momento, pero pronto recuperó la compostura, confiado en su información. -Rober, puedo salir adelante porque sé un gran secreto. Siempre te has sentido molesto porque Anais eligió a un modelo en vez de a ti, ¿verdad? Pues déjame decirte que Anais nunca estuvo interesada en ti. Solo fingia. A quien realmente quería era a un sujeto al que llamaba ‘hermano mayor‘. Nunca lo vi, pero sé que Efraín fue la causa de su muerte.
Roberto, quien había estado a punto de salir del carro, se detuvo al escuchar esto. Se acomodó nuevamente en el asiento. Siempre supo que el interés de Anais hacia él era una actuación y eso le frustraba. No soportaba ser solo un condimento en la vida de otra persona. Sin embargo, por más que investigó, nunca descubrió quién era el verdadero interés de Anais.
No podía ser Efraín. Antes de su pérdida de memoria, su relación con él era pésima, y no era algo que pudiera fingirse. Roberto bajó la mirada, reflexionando sobre las palabras de Andrés. ¿Acaso lo eligió a él porque se parecía a quien realmente amaba? ¿O había algún otro parecido?
Andrés había captado su atención. -Durante mis años en el extranjero, me crucé con Anaís una vez -recordó Andrés, sumergiéndose en sus pensamientos.
En San Fernando del Sol, todos sabían que Anaís era una seguidora incansable de Roberto, corriendo tras él constantemente. Pero era innegable que su belleza destacaba en todo el pueblo. Si no fuera porque estaba enamorada de Roberto, probablemente tendría un séquito de pretendientes que podría dar la vuelta al mundo.
Roberto, en su arrogancia, siempre hablaba mal de Anaís frente a los demás, empeorando su reputación. La gente comenzó a verla como una simple admiradora, superficial y sin valor. Nadie se molestó en descubrir quién era realmente.
Andrés la había visto en el extranjero una noche, y esa experiencia le dejó una profunda impresión. La Anaís que vio no coincidía con la imagen que tenía de ella, basándose en los rumores.
Aquella noche, Andrés estaba en un país donde la seguridad era precaria, y las armas eran comunes. Por eso, la gente evitaba salir después de las siete de la noche. Sin embargo, él debía asistir a un compromiso de trabajo hasta las diez.
En el camino de regreso, a pesar de estar acompañado por dos guardaespaldas, fueron atacados por una pandilla armada. Se desató un tiroteo, y sus guardaespaldas resultaron heridos. Andrés fue acorralado y pensó que ese sería su fin.
En medio de la desesperación, los atacantes cayeron repentinamente. Al voltear, vio a una mujer sentada en un muro cercano. Era tan hermosa que parecía irreal. Aunque no la conocía bien, sabía que Roberto tenía una prometida que se parecía a esa mujer.
Ella lo miró con desdén y le dijo: -¿Así de inútiles son los que cría la familia Lobos?
Andrés, aún en su traje, se levantó con dificultad. No pudo ver bien su rostro, pero la voz, fría y desafiante, era idéntica a la
de Anaís.
Durante días pensó que estaba equivocado hasta que la vio nuevamente en un bar caótico. Desde el piso superior, Anais hablaba con un hombre de aspecto rudo y actitud respetuosa hacia ella. El hombre jugaba peligrosamente con un cuchillo, pero nunca se lastimó.
Anaís le dio una patada al hombre en la muñeca, desarmándolo. Tomó el cuchillo, levantó una ceja y, tras decir algo más, sonrió abiertamente.
Fue entonces cuando Andrés confirmó que Anais había sido su salvadora. Una Anaís desconocida, pero que irradiaba una luz propia.
Eso había sucedido seis años atrás, cuando Anaís tenía apenas dieciocho años.
1/1