Fausto era el único entre ellos que realmente entendía a Anaís. Precisamente por eso nunca la había mirado de manera distinta o juzgado. Para él, las emociones entre hombres y mujeres eran simplemente un estorbo.
Desde pequeño, siempre había considerado que las mujeres eran complicadas, y los romances aún más. Lograr hazañas en el campo laboral le resultaba mucho más emocionante que conquistar a una mujer,
Esa sensación de estar al filo del peligro, de tomar riesgos en el trabajo, era algo qelas relaciones románticas no podían ofrecerle. Por eso, no lograba comprender esos sentimientos que para muchos eran tan importantes.
No entendía, pero respetaba.
Quizás, pensó, cuando una persona ya ha alcanzado el máximo poder, empieza a buscar cosas más simples y comunes. Para él, el amor era precisamente eso: algo común y corriente.
Samuel observaba la actitud de Fausto y no podía evitar sentirse incómodo.
-Fausto, ahora que tienes asegurada la línea internacional, todos los que quieran transportar mercancías tendrán que seguir tus reglas, ¿verdad?
El negocio del transporte marítimo era extremadamente lucrativo. Que Fausto lo tuviera en sus manos era prueba de todo el esfuerzo y la preparación que había realizado anteriormente.
Fausto sonrió ligeramente y levantó un poco la pierna. —Sí, y para ti, la tarifa será del cien por ciento.
Samuel apoyó su cara con una mano y, viendo la arrogancia de Fausto, no pudo evitar preguntar:
-No me refería a eso. Quiero saber, has estado tanto tiempo entre aquí y el extranjero, ¿cómo es que no tienes ningún escándalo? No me digas que todavía eres virgen.
El que siempre mostraba una actitud arrogante se quedó en silencio ante ese comentario, y su sonrisa se desvaneció.
Incluso Iván, que estaba al lado, no pudo evitar echarle un vistazo, y luego, al parecer recordando algo, se echó a reír.
Fausto cerró los ojos, ignorándolos. -No soy tan ordinario como ustedes.
Para él, las mujeres solo interferían con su capacidad de actuar rápidamente.
Samuel levantó una ceja, examinando a Fausto de arriba abajo sin reparo.
Fausto era el más equilibrado de todos ellos y había sido el primero en darse cuenta de que Efraín sentía algo por Anais. No es que no entendiera los sentimientos, sino que los consideraba insignificantes.
Samuel se preguntó si alguna vez Fausto se enamoraría. Quizás, si vivía lo suficiente, podría presenciar un milagro.
Mientras pensaba en esto, se escucharon pasos en el piso de arriba.
Anaís había terminado de atender a Efraín y bajaba para descansar un poco. Sin embargo, al llegar al rellano de la escalera, vio a los tres hombres sentados abajo.
Se detuvo en seco, retrocedió un par de pasos y luego decidió regresar. No estaba dispuesta a enfrentarse a esos tres. Uno, Fausto, siempre tenía una expresión sombría, como si ocultara algo detrás de su sonrisa. Samuel, por otro lado, no disimulaba su desprecio hacia ella. Y finalmente, Iván, que la miraba con desdén. Si bajaba, sería como lanzarse a una trampa, donde probablemente la destrozarían verbalmente.
Comparados con ellos, estar con Efraín era mucho más seguro.
Al ver su retirada, Iván soltó una risa sarcástica. —Parece que sabe que no es bienvenida.
‘Fausto lo miró fijamente. Conocía bien la lealtad de cierto amigo y sabía que Iván podría meterse en problemas si seguía
molestando a Anaís. Así que le dio un consejo.
-Deberías dejar de buscarle problemas a Anaís. Mientras mantenga su identidad, por el bien de Efraín…..
Iván se mostró impaciente y agitó la mano. -Lo sé.
Fausto no dijo más. Si Iván continuaba atacando a Anaís y se metía en líos, tendría que asumir las consecuencias por su cuenta.
Anais regresó al cuarto de Efraín y finalmente encontró a Lucas, lo que le hizo hervir la sangre.
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Capítulo 569
-Martínez.
Lucas se quitó los auriculares y, con una actitud respetuosa, la saludó. -Señora,
Anaís ignoró el título. Desde que asumió su identidad de casada, Lucas@iempre la trató con respeto, aunque desaparecía en los momentos críticos, dejándola lidiar sola.
-El presidente Lobos está muy débil. Se desmayó hace un momento. ¿Dónde estabas?
Lucas mantuvo una expresión tranquila, su mirada baja. -Con usted cuidándolo, re,siento tranquilo,
-¡Tu!-exclamó Anaís, frustrada.
