Capítulo 777
Anaís volvió a levantar la mano para frotarse la frente, el dolor era tan intenso que parecía taladrar su mente, haciéndole difícil soportarlo.
A su lado, Santiago estaba realmente preocupado, pero al ver el rostro pálido de Anaís, decidió no decir nada.
En ese momento, su celular comenzó a sonar. Era su hermano mayor, Salvador, quien llamaba.
A diferencia de llamadas anteriores, esta vez Salvador fue directo al grano. -¿Qué hiciste hoy
en San Fernando del Sol?
Santiago entendió al instante que su hermano había descubierto su comportamiento imprudente con la familia Lobos.
-Hermano, yo…
Salvador dejó los documentos que tenía en las manos y habló con un tono calmado pero firme. -Siempre te he dicho que no te metas en problemas.
Santiago asintió, aunque nunca había comprendido del todo qué consideraba su hermano como un problema.
-Santi, ya es hora de que regreses. Lo que pasa con la familia Lobos no tiene nada que ver contigo. Ni siquiera entiendo las intenciones del abuelo, mucho menos tú.
Santiago apretó los labios, mirando a Anaís, quien estaba ensimismada mirando a lo lejos. Respiró hondo.
-Hermano, me gustaría quedarme aquí unos días más. Mi hermana…
-Ella no tiene la misma sangre que tú. Sé que te sientes solo, pero si quieres compañía, puedo hacer que nuestro otro hermano regrese también.
Santiago permaneció en silencio. La relación con su hermana era insustituible, aunque su hermano mayor parecía pensar que solo era un capricho pasajero.
Bajó la mirada, sintiendo un poco de dolor en su corazón. Pero siendo como era, esos sentimientos solo duraron unos segundos. -Volveré otro día.
Dicho esto, colgó el teléfono. Era la primera vez que desobedecía una decisión de Salvador.
Salvador se quedó mirando el teléfono, un poco aturdido, luego llamó a Fausto. -¿No estás todavía en el país? Ve a San Fernando del Sol, encuentra a Santi y tráelo de vuelta.
Fausto, quien acababa de salir de su carro deportivo, se detuvo al escucharlo.
-A Santi le gusta divertirse afuera. Hermano, siempre tan serio, te saldrán arrugas.
Salvador mostró una expresión de fastidio por un instante, luego respiró profundamente. -No deberías estar siempre causando problemas. Comparado contigo, Santi es el responsable.
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Fausto soltó una ligera risa, con una sonrisa en los labios. -Bueno, he encontrado información sobre ella aquí. Cuando la encuentre, regresaré.
Salvador sintió que eventualmente esos dos lo volverían loco. Uno había comenzado a rebelarse, el otro había rechazado matrimonios arreglados por una mujer que vio una vez en una fiesta, donde todos llevaban máscaras, y de quien ni siquiera recordaba el rostro. Solo recordaba la habilidad que ella mostró, que lo dejó cautivado.
Salvador decidió no seguir hablando y cortó la llamada.
En otro lugar, Santiago estaba sentado en el carro, en silencio. Después de diez minutos, le preguntó a Anaís: -Hermana, ¿cuál es tu plan ahora?
Las pestañas de Anaís temblaron ligeramente. -Quiero volver a Bahía de las Palmeras.
-Bien, entonces iremos a Bahía de las Palmeras.
El carro comenzó a dirigirse hacia Bahía de las Palmeras.
Anaís trató de calmar la inquietud en su corazón.
Una vez llegaron, se dirigió primero a la habitación de Efraín. Sabía que no estaba bien abrir su armario, pero la curiosidad era demasiado fuerte.
Recordaba haber visto una ropa similar al uniforme escolar antes, pero no había preguntado en
ese momento.
Ahora, al abrir el armario, encontró el uniforme escolar.
Sus dedos se tensaron, y sin atreverse a tocarlo, cerró la puerta del armario de inmediato.
Santiago, de pie en la puerta de la habitación, la observó sentada en la cama, perdida en sus pensamientos, y sugirió: -Podríamos irrumpir en la mansión de los Lobos, rescatar a tu cuñado por la fuerza y luego irnos de San Fernando del Sol para no volver jamás.
Después de todo, San Fernando del Sol no tenía mucho que ofrecer.
Anaís no pudo evitar sonreír. Entrar en la mansión de los Lobos no era tan sencillo. Hoy había logrado escapar fácilmente solo porque era el día del funeral de la anciana, y el patriarca no quería causar un escándalo, por lo que no había enviado a nadie tras ella.
Respiró profundamente. Solo quedaba esperar noticias de la mansión.
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