Capítulo 782
Al terminar la reunión, Efraín fue el primero en levantarse y dirigirse hacia la salida.
Los altos mandos del Grupo Lobos no entendían qué había sucedido con él. La esposa del presidente había dicho que él necesitaría descansar un mes en casa, pero apenas habían pasado dos semanas y ya estaba presente.
Nadie se atrevía a preguntar, asumiendo que Efraín simplemente extrañaba a su esposa.
Mauro se acercó a Efraín y se colocó a su lado.
-Presidente, en media hora tenemos otra reunión, ¿quiere que la reprogramemos?
Efraín frunció el ceño y respondió con tono desapasionado:
-¿Por qué deberíamos moverla?
Mauro echó un vistazo hacia Anaís, que esperaba afuera.
-La esposa del presidente preparó la comida. Seguro querrá disfrutarla con calma. Media hora no será suficiente.
Efraín miró hacia Anaís. Ella le sonrió al notar que él la observaba.
Inexplicablemente, Efraín bajó la mirada y tras unos segundos murmuró:
-Reprograma la reunión veinte minutos más tarde.
Mauro comprendió de inmediato, pensando que la influencia de la esposa del presidente era notable. En los últimos días, Efraín había sido una máquina implacable, pero ahora estaba dispuesto a ajustar su agenda.
Anaís aguardaba junto a la puerta de cristal y, al verlo salir, se acercó.
-¿Tienes hambre? Es hora de desayunar.
Efraín bajó la mirada hacia el termo que ella sostenía.
-La próxima vez, no te molestes en traerlo.
La sonrisa de Anaís se desvaneció, sintiéndose un poco decepcionada.
Él dio unos pasos hacia adelante.
-Este tipo de cosas, puedes dejarlas en manos de alguien más. Tú…
Pensó en preguntar si no tenía un trabajo que atender, pero notó que en los últimos cuatro días había sido puntual llevando la comida, como si no tuviera otras obligaciones.
-Si te gusta, continúa haciéndolo.
Efraín no comprendía bien a las mujeres.
Anaís sonrió y lo siguió de cerca.
1/2
16:46
-Dime qué te gustaría comer y lo traeré para el almuerzo.
Al llegar a la oficina, Efraín cerró la puerta y tomó el termo que ella le ofrecía.
-Yo…
¿Qué le apetecía comer? No lo sabía. Todo le parecía tener el mismo sabor. De hecho, no. percibía bien los sabores, por eso le había pedido que no se molestara.
Bajo la mirada y mencionó varios platillos al azar, pero Anaís los memorizó todos.
Efraín, sosteniendo el termo, se sentó en el sofá cercano.
Anaís colocó los cubiertos en sus manos, sus ojos llenos de entusiasmo.
-Hoy cociné los tomates hasta que se deshicieron. Deberían estar deliciosos.
Con una cuchara, vertió un poco de jugo de tomate en su plato.
Él levantó la vista hacia su rostro.
-Iba a decirte…
Quería confesarle que no podía saborear bien, pero algo inexplicable lo detuvo.
Así que solo bajó la cabeza y comenzó a comer en silencio.
-¿Qué tal? ¿Está rico?
Él asintió.
Anaís se sintió aliviada. Había modificado la receta a su gusto y estaba orgullosa de su talento culinario.
Sentada a su lado, observó cómo él comía pausadamente y preguntó:
-¿Te ha dolido el estómago últimamente? ¿Has tenido algún episodio de gastritis? ¿Te estás acostando a las diez en punto?
Cada pregunta era muy personal y, conociendo a Efraín, no debería haber respondido.
Pero detuvo sus cubiertos por unos segundos y seriamente consideró su rutina reciente.
Parecía estar bien.
-Si.
Comía y descansaba a tiempo. De lo contrario, Lucas lo recordaría a las diez en punto.
Ella suspiró de alivio y le sonrió.
-Eso es bueno. Temía que ya no quisieras seguir mis consejos.
Efraín apretó los cubiertos sin hablar, queriendo llamarla por su nombre, pero no lo recordaba.
Así que cerró la boca nuevamente.
212