Capítulo 80
La noche se extendía interminable mientras Anaís se revolvía entre las sábanas, incapaz de conciliar el sueño. Sus dedos recorrían la pantalla del celular con nerviosismo, buscando respuestas en los rincones más profundos de internet para apaciguar la tormenta de dudas que azotaba su mente.
La vergüenza teñía sus mejillas mientras tecleaba en un foro anónimo:
-¿Mi jefe me ha dado un baño? ¿Podría eso significar que nuestra relación ya no es puramente profesional?
Sus dedos temblaron al escribir un segundo mensaje:
-¿Qué debería hacer si me desmayé durante mi periodo y al despertar descubrí que mi jefe me había cambiado la ropa y me había dado un baño?
Las respuestas comenzaron a llover como una cascada imparable.
[“¿Estás segura de que es solo tu jefe y no tu novio?“]
[“Mi novio jamás tendría ese tipo de atenciones conmigo. ¿Segura que no hay algo más entre ustedes?“]
[“Ni mi esposo se toma esas molestias, y mira que llevamos años juntos. Si no te incomoda tanto, ¿por qué no le das una oportunidad?“]
[“Amiga, esa relación dejó de ser profesional hace mucho.“]
Anaís respondió con dedos temblorosos: [“Él no tiene ningún interés en mí.“]
Sus palabras desataron una avalancha de comentarios:
[“¿Cómo puedes estar tan ciega? ¿Has comparado cómo te trata a ti y cómo trata a los demás?“]
[“Es frío con todos, incluyéndome.“]
[“¿Frío? ¿Y te cuida así cuando estás indispuesta? ¡Eso no es ser frío, es todo lo contrario!“]
Las palabras se le atoraron en la garganta. Sus dedos encontraron el contacto de Efraín en WhatsApp y, tras una eternidad de dudas, se aventuró a escribir:
[Presidente Lobos, ¿está despierto?]
Los minutos se arrastraron como horas hasta que llegó la respuesta.
[Sí.]
[Gracias por lo de esta noche.]
[De nada.]
“¿Qué significa esto?” La respuesta escueta de Efraín solo multiplicaba sus dudas. El hombre
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era un laberinto indescifrable. La incertidumbre sobre quién la había ayudado esa noche la consumía por dentro, pero no encontraba el valor para preguntar directamente.
En su estudio, Efraín contemplaba la pantalla de su celular con la cabeza apoyada en una mano. Podía percibir la ansiedad de Anaís vibrando a través de los mensajes. Dejó el dispositivo a un lado y se sumergió en sus documentos, decidiendo no alimentar más su inquietud.
La mañana siguiente encontró a Anaís en su nuevo puesto, estratégicamente ubicado como guardián involuntario de la oficina de Efraín. Lucas la había guiado hasta allí con una expresión indescifrable. El escritorio, aunque simple, se había convertido en un punto de control inevitable para cualquiera que deseara ver al presidente.
Los días se deslizaron como agua entre sus dedos. La ausencia prolongada de Efraín finalmente permitió que sus nervios se sosegaran, dejándola concentrarse en sus responsabilidades.
Mientras tanto, en un bar de la ciudad, Roberto ahogaba sus frustraciones en alcohol, revisando obsesivamente su celular. La independencia repentina de Anaís, su cambio de departamento y su negativa a verlo lo carcomían por dentro. Por primera vez, la determinación en los actos de ella lo hacía temer que esta vez fuera definitivo.
-Rober–una voz femenina interrumpió sus cavilaciones mientras una mano delicada detenía su muñeca. Leopoldo me contó que has estado bebiendo demasiado. ¿Qué te está pasando?
Los recuerdos de Las Colinas asaltaban su mente constantemente. Anaís había resultado ser mucho más de lo que él había imaginado. Su belleza iba más allá de lo físico; había una bondad en ella que apenas comenzaba a descubrir.
-¿Estás así por Anaís? -Bárbara sonrió con dulzura estudiada-. Me mandó mensaje hace un rato. Dice que esta vez sin duda volverás a ella.
La manipulación sutil de Bárbara dio en el blanco. Roberto, acostumbrado a mantener el control en su relación con Anaís, no podía soportar la idea de ser el manipulado. Si esto era un juego de Anaís, cualquier cambio en sus sentimientos se congelaría al instante.
-¿De verdad te escribió eso? -preguntó, enderezándose en su asiento.
Los ojos de Bárbara destellaron con malicia contenida. La atención de Roberto hacia Anaís era evidente, y eso la enfurecía. Necesitaba arrancarlo de su influencia definitivamente.
-Sí, creo que sabe que he estado deprimida y quería provocarme.
-¡Maldita sea! -masculló Roberto, aunque un brillo de satisfacción traicionaba sus verdaderos sentimientos. Después de todo, Anaís aún pensaba en él.
Bárbara lo ayudó a ponerse de pie y lo guio hacia el auto. Ella había orquestado todo, incluso la presencia de Leopoldo. El heredero de los Moratalla llevaba tiempo enamorado de ella, un detalle que Bárbara cultivaba cuidadosamente por conveniencia.
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Capitulo 80
Después de acomodar a Roberto en el auto, Leopoldo no podía apartar la mirada de Bárbara. Sus ojos transmitían un deseo mal disimulado.
-No pensé que mi hermana pudiera actuar tan bien esta vez -murmuró ella con una sonrisa triste-. Siento que Rober está alejándose de mí.
-¡No digas eso, Barbi! Si Rober no te valora, está completamente ciego.
Las lágrimas de Bárbara brotaron con precisión teatral.
-No es su culpa, es mi hermana. Pero no importa. Últimamente he sufrido mucho por su causa, y mi familia se ha vuelto tan distante conmigo… Mejor no hablar de eso.
-Barbi, cualquier problema que tengas, cuéntamelo. Si Rober no está para ti, yo siempre estaré
aquí.
-No es nada -suspiró-. Solo me inquieta que trabajen en la misma empresa. Ya me las arreglaré. Gracias, Leopoldo.
Se dio la vuelta y subió al auto, dejando tras de sí una estela de tristeza calculada.
El corazón de Leopoldo se contrajo dolorosamente mientras su rencor hacia Anaís crecía. ¿Por qué seguía aferrándose a Roberto a pesar de su desprecio? Era una desvergonzada.
La vigilancia de Fausto limitaba sus movimientos, pero entonces recordó a Victor. Seguramente él también guardaba resentimiento contra Anaís y buscaría venganza.
Sin dudarlo, marcó su número. Víctor, como tío de Roberto, tenía una posición privilegiada. Si algo ocurría, la madre de Roberto intervendría, y Anaís, sin el respaldo de su padre ni el afecto de su madre, sería la única perjudicada.
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