Capítulo 800
Anaís avanzaba por el camino, una ruta recta y solitaria.
Pronto llegó a un lugar sombrío, donde Lucas colgaba de una estructura. Parecía inconsciente y su cuerpo estaba cubierto de sangre.
Estaba al borde de la muerte, sobreviviendo por un hilo.
-Lucas… -murmuró Anaís, mientras observaba a dos sujetos que se acercaban rápidamente. Sin dudarlo, lanzó una patada que derribó a uno de ellos contra la pared, haciendo que escupiera sangre.
El otro, alarmado, intentó sacar una pistola. Pero antes de que pudiera apretar el gatillo, Anaís hizo volar el arma con otra patada.
Rápidamente, recogió las llaves de sus cuerpos y liberó a Lucas de sus ataduras.
-Lucas -llamó.
Lucas, con una herida en el rostro, abrió los ojos débilmente. Al verla, su voz salió ronca-.
Señora…
Por alguna razón, al escucharle usar ese título, Anaís sintió un nudo en la garganta y contuvo las lágrimas.
-Te sacaré de aquí.
Lucas negó con la cabeza, bajando las pestañas-. El viejo no te dejará en paz, ni a mí…
Anaís notó entonces que Lucas no podía sostenerse en pie.
-Tus piernas…
-Dijo que oculté que las piernas del presidente ya estaban recuperadas, y me castigó.
Una ola de ira inundó a Anaís. ¿Castigo? No, esto era más bien una sentencia. Le habían roto las piernas a Lucas, y estas apenas podrían recuperarse con fisioterapia, un proceso que Efraín había llevado a cabo durante dos años. Pero el viejo no le daría esa oportunidad.
-Te sacaré de aquí insistió, ayudando a Lucas a levantarse.
-No, no quiero que te pongas en peligro…
Anais sabía que el lugar estaba vigilado. Aunque ahora tenía la ventaja, si llegaban los hombres del viejo, la situación se complicaría. El viejo ya no tenía misericordia, ni siquiera con Efraín.
Sin decir nada, Anaís colocó el brazo de Lucas alrededor de su cuello.
Lucas intentó ponerse de pie, pero el dolor en sus piernas era insoportable, como si estuviera caminando sobre miles de agujas.
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Capitulo 800
Anais sabía lo doloroso que era para él simplemente mantenerse de pie. Cualquier otra
persona habría perdido el conocimiento, pero Lucas permanecía consciente, reconociendo a su salvadora.
-Lucas, Efraín te necesita. No puedes rendirte. Si él supiera lo que te sucede, no estaría en paz. Al oír el nombre de Efraín, Lucas se estremeció. Sus labios se movieron, y tras un largo suspiro, pareció recobrar algo de fuerza.
Anaís, viendo su reacción, lo sostuvo con más firmeza, conduciéndolo por las largas escaleras.
No sabía de dónde sacaba fuerzas, pero sentía que ese era el único camino posible.
-Señora, escúcheme, el presidente la necesita más a usted. Si alguna vez tienen un malentendido, debe confiar en él, ¿de acuerdo?
No era la primera vez que alguien le decía eso. Antes de morir, la anciana también le había hecho prometer, en medio del incendio, que nunca sería cruel con Efraín, incluso si surgían malentendidos.
¿Era tan despiadada ante los ojos de todos? Anaís se preguntaba. Aunque había tenido dudas entre Efraín y Z, sus sentimientos siempre habían sido genuinos.
-Lucas, guarda tus fuerzas. Tranquilo, trataré bien a Efraín. Nunca lo lastimaré.
Lucas esbozó una sonrisa débil, mientras el dolor lo hacía sudar y temblar. A pesar de todo, cooperaba con Anaís, avanzando con dificultad.
-Aún no sabe nada. El presidente guarda grandes secretos de usted, quizás más de uno. No me atrevo a decirle, temo que él tampoco lo haga. Pero si alguna vez recupera la memoria, visite Mirador del Descanso.
Tosió varias veces, perdiendo el último rastro de color en su cara pálida.
Anaís respiró profundamente, apoyando todo el peso de Lucas en su cuerpo. No digas más. No seré dura con él. Mientras no me enfrente a la verdad, seguiré confiando en Efraín.
Con esfuerzo, Anaís avanzó por el largo camino.
Lucas sonrió-. Nadie ha salido de aquí antes, este camino… -tosió nuevamente.
Anaís no dijo nada, solo continuó subiendo las escaleras, decidida a hacer lo que nadie había logrado antes.
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