Capítulo 807
Pero ella se repetía a sí misma que Efraín ya había pasado por momentos así de duros muchas veces antes, así que no podía dejarse vencer por lo que estaba viviendo ahora.
-Anaís, no te pongas triste. El presidente Lobos no es como cualquier persona, seguro se recupera pronto. Y, bueno… ¿te quedarías en Bahía de las Palmeras si eso pasa?
La gente de Bahía de las Palmeras todavía le hacía caso a Anaís, así que no era nada sencillo hacerle daño.
Si lograba que Anaís se fuera por su cuenta, seguro el viejo seguiría presionando más.
Fabiana le daba vueltas al asunto, pero no encontraba la forma de sacar a Anaís de ahí.
Ya no podía contar con Raúl Villagra. Por alguna razón, Raúl tampoco quería compartirle información últimamente, ni siquiera le contestaba el teléfono.
Al principio, temía que Raúl hubiera descubierto algo y se lo fuera a contar a Anaís.
Pero ahora, era obvio que esos hermanos no confiaban el uno en el otro.
La voz de Anaís sonaba gastada.
-La gente de Bahía de las Palmeras me sigue, pero no me puedo quedar aquí para siempre.
Fabiana apretó la mano que tenía colgando a un lado.
-Anaís, yo te voy a ayudar. Lo que sea que necesites, cuenta conmigo. De verdad, podríamos ser las mejores amigas.
Anaís frunció el ceño, sin entender por qué Fabiana decía eso tan de repente. Aunque sí, esta vez todo había salido gracias a Fabiana.
Las dos se quedaron calladas un rato, hasta que Fabiana, después de unos segundos, preguntó:
-La otra vez escuché a Roberto decir que tu novio había muerto y que todavía no encuentran al culpable. ¿Es cierto?
Al mencionar a Z, un dolor le atravesó el pecho a Anaís, su cara se puso más pálida y hasta el último rastro de color desapareció de sus mejillas.
-Sí.
Fabiana miró la pulsera de semillas rojas en la muñeca de Anaís, y dejó escapar una sonrisa. Habló con un tono ligero.
-Qué bonita está esa pulsera de semillas. ¿Te la regaló tu novio?
Anaís casi nunca usaba joyería, a menos que fuera algo que le hubiera dado su novio. Lo quería muchísimo,
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Capítulo 807
Fabiana ya lo sabía, así que solo lo dijo para confirmar.
No esperaba que Anaís asintiera y, recostándose hacia atrás, dejara ver lo cansada que estaba. -Yo la hice para él. Es única.
-Tú sí que lo querías. Siempre lo he dicho. Ya no te pongas triste, Anaís, lo mejor es que te recuperes primero.
Anaís asintió y se fue acostando poco a poco, cerrando los ojos para intentar dormir.
Fabiana decidió quedarse en Bahía de las Palmeras por esa noche. Pero a la mitad de la noche, escuchó ruidos afuera, como si hubiera llegado un carro.
Se levantó rápido y fue hacia la ventana. Vio que el carro que acababa de estacionarse era el de Efraín. ¿De verdad había vuelto esta noche?
Fue corriendo al dormitorio principal y tocó la puerta.
-Anaís, el presidente Lobos acaba de regresar. ¿Quieres salir a verlo?
Apenas terminó de decirlo, Anaís ya le había abierto la puerta.
Anaís estaba de pie en la entrada, mirando hacia las escaleras.
Ya podía caminar, aunque la pierna le seguía doliendo mucho y se notaba el esfuerzo en cada
paso.
Se acercó despacio al descanso de la escalera y vio que efectivamente, Efraín había regresado. Afuera caía la lluvia, y aún tenía gotas en los hombros.
Subía con calma, pero ni siquiera la miró. Cuando pasó junto a ella, ni se detuvo.
Anaís se quedó quieta, sintiendo como el viento y la lluvia que él traía se le quedaban pegados
al cuerpo.
No se movió, solo lo vio entrar a la oficina.
Las dos veces que regresó, nunca fue al dormitorio principal. Seguro otra vez iba a dormir en la
otra casa.
Dudó unos segundos, levantó un pie para ir tras él, quería preguntarle en qué andaba tan ocupado,
Pero la pierna le dolió tanto que le cubrió el cuerpo de sudor.
Al regresar Efraín, las empleadas que ya estaban dormidas se despertaron y, al ver a Anaís ahí afuera, una de ellas le aconsejó:
-Señora, mejor cuídese usted primero. Puede que el señor todavía esté molesto, pero sabemos cuánto la quiere. Si no se mejora, seguro se va a enojar más.
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Capítulo 807
Anaís pensó en eso y, despacio, se fue de regreso.
Fabiana seguía parada en la puerta del dormitorio, lista para ayudarla, pero Anaís habló primero.
-Fabiana, mejor duerme tú también.
Fabiana asintió, preocupada.
-No le des tantas vueltas.
-No me estoy haciendo ideas, sé que así no es como él piensa de verdad.
Se llevó la mano al pecho, donde seguía su anillo.
Recordaba cada palabra que él le había dicho ese día.
Cerró los ojos, por fin tranquila.
Apenas se acostó, se quedó dormida.
Fabiana, en cambio, miró hacia la oficina. Esperó a que las empleadas se fueran y fue hasta la puerta. Tocó suavemente.
Desde adentro se escuchó su voz:
-Pasa.
Fabiana abrió y entró con un vaso de agua tibia.
-Presidente Lobos, ¿va a seguir trabajando? Le traje un poco de agua.
No se atrevió a llamarlo por su nombre, no quería faltarle al respeto.
Nadie podía saber qué estaba pensando Efraín en ese momento. Cuando no le gustaba Anaís, era igual de seco con todos.
Por eso, Fabiana pensó bien cada palabra.
Pero Efraín ni la miró. Solo soltó, tajante:
-Vete.
Fabiana no salió. Dejó el vaso a un lado y le habló con tono suave:
-Tome agua. Anaís está bien, no se preocupe.
Efraín dejó de escribir, abrió despacio el cajón de al lado.
Los ojos de Fabiana se abrieron de par en par: ahí estaba, sin duda, una pulsera hecha de semillas rojas.
No era su imaginación. ¡Era la misma pulsera!
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