Capítulo 810
Fausto no dijo nada, solo mantenía las manos firmes en el volante.
Al llegar a la entrada del Grupo Lobos, tampoco hizo preguntas, simplemente marcó el número de Efraín.
Aunque era su llamada, como siempre, contestó primero el asistente.
Al escuchar que era Fausto, el asistente le pasó de inmediato la llamada a Efraín.
-¿Qué sucede?
-Efraín, tengo que decirte algo, es sobre la familia Lobos de Estados Unidos. ¿Puedes bajar un momento?
Fausto no fallaba: siempre sabía exactamente lo que más le interesaba a Efraín en ese instante.
Anaís estaba sentada a su lado, sin entender bien qué decía la otra parte, pero Fausto colgó y estacionó el carro en el sótano.
Pasaron unos diez minutos hasta que Anaís vio a Efraín bajando del elevador junto a aquel nuevo asistente.
Volver a verlo le produjo una extraña sensación, como si el tiempo se hubiera distorsionado.
Se quedó quieta unos segundos en su asiento, observando cómo Efraín llegaba rápidamente a la ventanilla de Fausto y tocaba suavemente el vidrio.
Fausto no bajó la ventana por completo, solo dejó una pequeña rendija. Su tono, igual de tranquilo que siempre.
-¿Has estado tan ocupado? Sé que también tienes tratos con la familia Moratalla. Justo hoy quería hablar de eso.
Efraín no contestó. El asistente, parado detrás de él, parecía querer intervenir.
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Pero Fausto bajó del carro y, sin darle más vueltas, abrió la puerta trasera.
-Súbete.
Efraín lo hizo. Fausto miró al asistente nuevo.
-Solo lo llevo a mi oficina. En una hora estará de vuelta.
El asistente echó un vistazo al interior del carro, pero desde donde estaba no podía ver a Anaís, quien se mantuvo oculta de manera intencional.
Fausto regresó al volante, pisó el acelerador y salieron del estacionamiento.
Fue entonces, ya en camino, que Efraín se percató de que alguien ocupaba el asiento del copiloto.
No preguntó nada, ni siquiera intentó averiguar quién era. Simplemente desvió la mirada hacia la ventana, perdido en sus pensamientos.
El carro se detuvo frente al hospital. Anaís miró por el retrovisor y justo en ese momento se cruzó con la mirada de Efraín.
-Lucas necesita tu ayuda. Tú puedes traer de regreso a los especialistas que están en el extranjero.
Efraín la miró de frente por unos segundos antes de apartar la vista.
Fausto, al ver que no respondía, bajó del carro.
-Platiquen ustedes.
Ya afuera, Fausto encendió un cigarrillo y miró alrededor con atención.
Siempre alerta, notó que de momento no los seguían, pero eso podía cambiar en cualquier instante.
Anais sabía que tenía poco tiempo.
Se pasó al asiento trasero, encarando a Efraín con seriedad.
-¿De verdad no recuerdas nada?
Él no respondió. Bajó la mirada hacia la muñeca de su mano.
Anaís, sin más rodeos, le tomó la mano y la puso sobre su propio pecho.
Las pestañas de Efraín temblaron. Intentó retirar la mano, pero la fuerza de ella era mayor.
¿Era que no quería soltarla, o simplemente no podía superar la determinación de Anaís?
Él mismo no lo sabía.
Anaís respiró hondo y, de pronto, sacó una pistola, apuntándole al hombro.
La reacción de Efraín fue de una calma inquietante, como si no sintiera el menor miedo.
-Efraín, llama a los especialistas que están fuera del país y soluciona lo de Lucas. Si no lo haces ahora, me temo que cuando recuperes la memoria te vas a arrepentir.
Efraín apretó los labios, con la mirada fija en el arma que ella sostenía.
La pistola tenía algo especial, le resultaba familiar, pero no lograba recordar el porqué.
Anaís inhaló profundo, giró el cañón de golpe y en lugar de apuntarle a él, lo dirigió hacia su propio hombro.
Sin titubear, apretó el gatillo.
El disparo atravesó su cuerpo. El dolor le blanqueó el rostro en un instante.
Apenas se estaba recuperando físicamente, sus palmas todavía llenas de heridas, y ahora
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Capítulo 810
sumaba una nueva.
Los ojos de Efraín se abrieron de par en par. Aquella escena se le quedó grabada en la mente, el rojo de la sangre reflejado para siempre en sus pupilas.