Capítulo 813
Anaís sentía como si algo le taladrara la cabeza, así que se llevó una mano a la frente e intentó masajearse el entrecejo, buscando alivio.
Roberto, creyendo que ella seguía obsesionada con Efraín, soltó una risa burlona.
-Te lo advertí desde el principio, tu novio fue asesinado por Efraín, pero tú te negaste a creerme. ¿Cómo pudiste enamorarte de Efraín? ¡No lo acepto! Antes lo detestabas con todas tus fuerzas.
En su mente, Efraín no era más que un oportunista, un tipo ruin que se había aprovechado del olvido de Anaís para conquistarla. Y eso, a su parecer, era imperdonable.
El mundo de Anaís giraba como un carrusel desbocado. En los últimos días, los mareos se habían vuelto tan intensos que, por un momento, ni siquiera escuchó lo que Roberto gritaba con tanto odio.
-¿Anaís?
Roberto la llamó varias veces, pero al verla ensimismada, retrocedió de golpe, como si hubiera visto un fantasma.
-¿En quién piensas ahora? ¿Ni siquiera en este momento puedes dejar de pensar en Efraín? ¿Acaso te hace falta tanto un tipo que te trate así? ¡Qué bajo has caído!
Mientras tanto, allá abajo, justo al pie del acantilado, Fabiana había recobrado el sentido.
Fabiana siempre había sido una mujer que valoraba su vida por encima de todo, jamás imaginó que Roberto pudiera llegar tan lejos en su locura.
Sus ojos estaban enrojecidos mientras le gritaba a Anaís con voz entrecortada.
-¡Anaís, no te preocupes por mí! ¡Te juro que estoy bien!
Aunque sus palabras estaban teñidas de sollozos, en el fondo Fabiana seguía actuando, como si estuviera interpretando el papel de su vida.
Míró a su alrededor, analizando el acantilado. La caída era muy alta, pero notó que unos metros más abajo crecían varios árboles robustos. Si tenía suficiente suerte, podría aferrarse a una de esas ramas y salvarse.
Nunca había depositado su destino en manos de otros, y mucho menos en Anaís. Fabiana siempre había tenido muy claro que la única persona que de verdad la amaba era ella misma. Su vida era asunto suyo, por eso acostumbraba a ser cautelosa. Lo que jamás previó fue
estrellarse con una bestia como Roberto.
Mientras calculaba sus posibilidades de sobrevivir, no dejaba de fingir un lazo inseparable con
Anaís.
Roberto, impaciente, perdió el mínimo interés en sus palabras y su mirada se volvió aún más desquiciada,
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Capítulo 813
-¡Anaís, acepta de una vez! Mi helicóptero está por llegar, en unos minutos. Sube conmigo, y te prometo que en cuanto estemos arriba, soltaré a Fabiana. Nos vamos juntos, nadie podrá detenernos.
Había planeado todo con detalle. Sabía que nadie se atrevería a matarlo mientras Anaís estuviera a su lado. Una vez en el helicóptero, la dejaría inconsciente y podría llevársela a donde quisiera sin que nadie pudiera evitarlo.
De pronto, Anaís se dejó caer de rodillas, cubriéndose la cabeza con ambas manos. El sudor le caía en gotas gruesas, empapándole la cara.
Y aun en ese instante, Fabiana seguía con su teatro.
-¿Anaís, qué te pasa? ¿Te sientes mal? Mira, no te preocupes por mí, vete. Si Roberto quiere arrastrarme, que lo haga. Mi vida no vale nada, pero haber sido tu amiga ya ha sido suficiente para mí.
Sus frases sonaban épicas, pero sus ojos no paraban de escudriñar el acantilado, buscando con ansiedad esas ramas salvadoras.
Roberto notó que algo no andaba bien con Anaís, pero lejos de preocuparse, pensó que se
trataba de otro truco.
-¡Anaís, ponte de pie! ¡No creas que con eso vas a ablandarme! Mi helicóptero llega en diez minutos. ¿Vas a aceptar o no?
Dentro de la cabeza de Anaís, las imágenes se atropellaban sin piedad. Recuerdos mezclados, voces, rostros, todo desordenado, como si su memoria estuviera en guerra consigo misma.
De repente, Roberto se quedó sin palabras. A lo lejos, vio estacionado un carro. Era el de Efraín.
¿Efraín había llegado hasta ahí?
El pánico se apoderó del rostro de Roberto. Dio varios pasos hacia atrás, tan alterado que estuvo a punto de caer por el borde del acantilado.
Nunca había podido derrotar a Efraín, y la sola idea de enfrentarse a él lo llenaba de miedo.
Pero del carro nadie bajaba.
Roberto comenzó a dudar. Tal vez Efraín no estaba realmente ahí. O tal vez, sí…
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