Capítulo 818
Lucas apretaba las sábanas, sin mostrar la menor preocupación por sus piernas. Al momento de la condena, ya había calculado que tenía un treinta por ciento de probabilidades de recuperarse después con rehabilitación.
Desde el principio, había esperado que alguien fuera a rescatarlo, pero jamás imaginó que sería Anaís quien se presentaría.
El presidente la apreciaba, y no era por nada.
Cuando Anaís decidía ayudar a alguien, era como si una luz cálida atravesara la oscuridad de repente, imposible no sentirse atraído.
-Presidente, sobre la familia Lobos que vive en el extranjero…
-Eso lo hablamos después.
La voz de Efraín resultó tan indiferente que Lucas sintió que el tipo solo dejaba pasar la vida sin buscar nada más.
A pesar de su fuerza, ¿por qué permitía que su vida se deslizara así, sin rumbo ni pasión?
Parecía que, mientras los secretos ocultos no salíeran a la luz para Anaís, mientras ella no supiera todo y aun así lo amara de corazón, él seguiría siendo así.
No temía que Anaís muriera a causa de alguna conspiración, porque podría seguirla hasta el final.
La muerte no le asustaba; lo que sí le daba miedo era la idea de no volver a encontrarse con ella jamás.
Si ese día llegaba, preferiría morir junto a ella, al menos así tendrían la oportunidad de encontrarse en la próxima vida.
En ese aspecto, Efraín era alguien desbordado, oscuro, incapaz de mostrarle a nadie su propio lado sombrío.
Con una personalidad como la suya, ¿cómo podría Anaís quererlo?
Jamás. Ella siempre se sentiría atraída por ese hermano mayor brillante que tenía.
La habitación del hospital permanecía en silencio cuando el celular de Lucas vibró. Era una llamada de Anaís.
Su voz sonó suave, casi susurrando.
-¿Cómo te sientes ahora?
Lucas, casi por reflejo, miró al hombre sentado junto a su cama.
-Mucho mejor, señora, gracias.
Capitulo 818
Anaís no entendía por qué le agradecía, si Lucas la había ayudado en muchas ocasiones antes. Ella apretó los labios, dudando si preguntar sobre el asunto del Mirador del Descanso, pero él apenas acababa de despertar, y tal vez Efraín seguía ahí.
Quizás el hecho de que ella hubiera hurgado en la oficina ya era una espina clavada en el
corazón de Efraín.
¿Cómo pudo confiar tan fácilmente aquella noche?
Subió despacio las escaleras y, al empujar la puerta de la oficina, encontró el mismo desastre de papeles por todos lados.
Eso demostraba cuánta desesperación y ansiedad había sentido esa noche.
Se quedó de pie frente al escritorio, inclinándose para recoger los documentos. Antes de colgar, le dio una recomendación a Lucas.
-Recupérate bien, por favor. Tienes que ponerte mejor.
-Sí, señora. Usted y el presidente también, cuídense mucho.
Anaís sintió una punzada repentina en el pecho, sin saber qué responder.
Terminado el llamado, limpió la oficina hasta dejarla impecable.
Volvió al primer piso y jugó un rato con los dos mayores, pero seguía sintiendo una incomodidad difícil de explicar.
Fausto le había advertido que no saliera de casa, que el viejo podría estar planeando algo grande. Sin embargo, la noche que fue a buscar a Roberto no se encontró con ningún obstáculo.
Repasó todo en su cabeza y, cuando llegó la tarde, decidió salir otra vez.
Al principio vigiló con cautela su entorno, pero incluso al llegar a la casa de Raúl, nadie la detuvo.
Apenas abrió la puerta de la sala, Raúl la miró sorprendido, casi sin poder creerlo.
-¿Anaís?
Ella entró despacio, notando que él también había adelgazado, aunque su mirada se veía más firme que antes.
-¿Ya resolviste todo lo del doctor?
Recordaba que Raúl le había llamado para decirle que el viejo doctor había fallecido, y que su muerte podía estar relacionada con el origen de Anaís.
-Sí, ya quedó. Como no tenía familiares, pedí ayuda a algunos vecinos y lo enterramos cerca de la casa, junto a…
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Capitulo 818
Junto a la verdadera Anaís, en el pequeño cementerio detrás de la vivienda.
Anaís se sentó a un lado, percibiendo un suave aroma a hierbas en el aire. Raúl notó su curiosidad y explicó.
-Es que Noelia Guzmán puso a secar un montón de plantas en el patio. No logró convertirse en aprendiz, pero trajo muchas hierbas de la montaña para trasplantarlas aquí. Es buena
persona.
Anaís sostuvo la taza entre las manos y preguntó:
-¿Cuando volviste, notaste si alguien te seguía?
Raúl frunció el ceño, pensativo, y respondió con un dejo de tristeza.
-Anaís, yo no tengo sus habilidades. No soy tan bueno para darme cuenta de esas cosas.
Desde que Anaís lo salvó aquella noche, entendió que vivían en mundos completamente diferentes. Tal vez Efraín pertenecía de verdad al mundo de Anaís, por eso ya no le molestaba
tanto.
Anaís meditó unos segundos, se puso de pie y le advirtió:
-En estos días ten mucho cuidado al salir. Si puedes, mejor quédate en casa.
Raúl empezó a preocuparse.
-Anaís, ¿será que los que saben de tu pasado van a buscarte?