Capítulo 827
En Estados Unidos, además de la mayoría de los magnates locales, el resto de las familias poderosas provienen de los primeros inmigrantes de otros países. Entre ellas, la familia Lobos y la familia Marín son las más fuertes; incluso pueden competir de tú a tú con los grandes consorcios de allá.
A lo lejos, la chica que más miedo tenía cayó de rodillas y se cubrió la cabeza con las manos.
-Ya les dije que no vinieran aquí, pero no me hicieron caso. ¿De verdad pensaron que esto era un lugar para vacacionar? Seguro la persona que nos pasó esta dirección quería que nos pasara algo -aventó, temblando de coraje.
Otra mujer, aunque un poco más tranquila, tenía los labios tan pálidos que parecía que le faltaba el aire.
-No digas tonterías. Fue Nerea Marín quien dijo que aquí estaba divertido, no creo que tuviera malas intenciones -replicó, aunque la inseguridad se le notaba en la voz.
-¿De verdad crees que no tenía otras intenciones? ¿Piensas que esa niña rica te ve como su amiga? Siempre te ha tenido envidia por cómo te ves. Seguro te trajo aquí para meterte en problemas.
Las dos mujeres empezaron a discutir, mientras los tres hombres que las acompañaban ya se notaban hartos.
-¿No se dan cuenta de la situación? ¿De verdad creen que este es el momento de pelearse? -interrumpió uno de ellos, con el ceño fruncido.
No había terminado de decirlo cuando uno de los tipos armados disparó a la pierna de la chica arrodillada, soltando una sarta de groserías.
El lugar se llenó de gritos y súplicas. El pánico reinaba.
Anaís, al escuchar que estas personas tenían relación con la familia Marín de Estados Unidos, ya estaba pensando en intervenir. Apenas dio un paso, vio que alguien más actuó antes.
Eran conocidos: Liam y Enrique.
Desde que Liam y Enrique se habían ido, no los había vuelto a ver. No esperaba topárselos aquí, y menos en esas circunstancias.
Anaís sintió un fastidio inmediato, como si todo el mundo se hubiera puesto de acuerdo para encontrarse en ese lugar.
De inmediato quiso irse, pero en ese momento Enrique habló.
-Anaís, qué coincidencia verte aquí. Ya te habíamos notado, pero ni siquiera hiciste el intento de ayudar. ¿Vas a quedarte mirando hasta cuándo? -le soltó, con esa sorna que tanto la sacaba de quicio.
Los tres hombres y las dos mujeres que acababan de ser rescatados miraron a Enrique con
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agradecimiento, pero al escuchar que había alguien más escondido, se indignaron.
Anaís respiró hondo, tomó a Efraín de la mano y se dirigió hacia la fogata.
Liam, al ver a Efraín, se quedó paralizado; bajó la mirada, como si quisiera desaparecer.
Enrique, vestido con ropa muy formal, llevaba en la cara una mueca burlona, pero al ver a Efraín, su actitud cambió de inmediato. El sarcasmo desapareció, y hasta pareció incómodo.
Era claro que ninguno de los dos esperaba ver a Efraín ahí.
La chica que más había llorado se llamaba Viviana Santana. En cuanto tuvo oportunidad,
encaró a Anaís.
-Si ya estabas aquí escondida, ¿por qué no saliste a ayudarnos? ¿Querías vernos sufrir? ¿Sabes siquiera quién soy yo? -le gritó, con los ojos llenos de rabia.
Cuando estaba amenazada, Viviana sólo lloraba y se quejaba. Ahora que Liam la había salvado, ya no le importaban los cadáveres alrededor; lo único que quería era buscar culpables, y Anaís era su blanco.
Anaís no pudo evitar reír. Le echó una mirada de arriba abajo antes de contestar.
-La verdad, no tengo idea. ¿Tú quién eres? -replicó, sin darle importancia.
Viviana se sonrojó de rabia y se limpió las lágrimas con furia.
-Ya verás, esto no se va a quedar así -espetó, dando media vuelta.
La otra chica era su hermana, Mónica Santana. Al ver que su hermana menor trataba así a una desconocida, se apresuró a disculparse.
-Perdónala. Mi hermana anda muy alterada -dijo, tratando de mediar.
-¿Por qué te disculpas, hermana? Seguro ella sí nos conocía y no nos ayudó para burlarse. Capaz que la molestamos antes y por eso se vengó -aventó Viviana, sin soltar el tema.
Anaís decidió no engancharse. Prefirió dirigir la mirada hacia Liam y preguntarle:
-¿Y ustedes qué hacen aquí?
-I… -Liam apenas iba a responder, pero Enrique lo interrumpió.
-¿Y nosotros por qué no podríamos estar aquí? Más bien tú, ¿qué haces trayendo a Efraín a un lugar así sabiendo que no está bien de salud? ¿Qué buscas, Anaís? ¿Acaso quieres vengar a tu novio muerto? Ya me enteré de lo que pasó en San Fernando del Sol, ja -soltó Enrique, con ese tono venenoso que lo caracterizaba. Pero apenas sus ojos se cruzaron con los de Efraín, desvió la mirada, como si le diera miedo enfrentarlo.
Efraín mantuvo la cabeza agachada, sin mirar a nadie más. Sólo le preguntó a Anaís:
-¿Ya terminaste aquí?
Él sólo quería regresar.
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Para Anaís, no había nada más qué decir. Se puso de pie, lista para irse.
Pero entonces Viviana, al ver el rostro de Efraín, abrió los ojos de par en par y se sonrojó de
inmediato.
-Tú… tú eres Efraín, ¿verdad? Te vi en una entrevista financiera. Eso…
Se notaba que estaba nerviosa y no podía ni hablar. Todos los presentes se giraron a ver a
Efraín.
Él se mantenía de pie, sin acercarse, pero su presencia llenaba el lugar.
Viviana, ya de pie, se acercó trotando a él.
—Escuché que te vas a comprometer con Nerea, ¿es verdad? -preguntó, casi sin aire.
Si no fuera por esos comentarios, Anaís ya hubiera olvidado a esa niña mimada.
Sin más, tomó la mano de Efraín.
-Vámonos, regresemos.
Efraín, sin mirar a nadie más, bajó la mirada a sus manos entrelazadas y sonrió apenas.
-Sí.