Capítulo 8 ¿Sigues aferrada
a esa idea
En un abrir y cerrar de ojos, Brian se acercó con pasos grandes; su rostro reflejaba preocupación.
Tracy, al percibir su desasosiego, lo tranquilizó rápidamente: “No te preocupes, Brian. Lo ocurrido fue culpa mía, porque no sostuve la taza bien. Ella no tuvo nada que ver“.
Rachel esbozó una sonrisa sarcástica y sus ojos lucían fríos y llenos de desdén. Por un breve momento, cuando Brian se le acercó, se permitió creer que realmente le importaba y que estaba preocupado por ella.
Su corazón se ablandó un poco, solo para romperse en mil pedazos al darse cuenta de que se había equivocado.
No se acercó por ella, ¡en realidad quería proteger a Tracy!
Ante eso, la expresión de Rachel se endureció. Su voz carecía de toda emoción cuando por fin dijo con tranquilidad, pero cortando: “Así es, lo sucedido no tiene nada que ver conmigo. Si hubiera querido hacerle daño, le habría arrojado toda la taza de café, no solo unas cuantas gotas“.
La expresión del hombre se ensombreció y sus ojos mostraron una intensidad ilegible. Antes de que pudiera detenerse, extendió la mano y sus dedos se cerraron firmemente alrededor de la muñeca de su prometida.
“Rachel…“, murmuró con una voz ronca y marcada por una vacilación desconocida.
El sonido de su voz, el cual alguna vez fue un bálsamo para el alma de la aludida, en ese momento le provocó un dolor punzante en el pecho. Se armó de valor, enmascarando la tormenta que la abrumaba bajo su exterior tranquilo,
“Suéltame“, dijo en voz baja, sin embargo, el leve temblor en sus palabras la delató.
Para su sorpresa, Brian no la liberó. En cambio, su agarre se hizo más fuerte.
La joven inhaló profundamente, obligándose a sostenerle la mirada.
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“Está bien, entonces“, dijo aún en voz baja. Su tono tenía el peso de algo tácito cuando inquirió: “¿Sabes siquiera a lo que yo le temo?“.
“A…“. El hombre titubeó, sorprendido por esa pregunta. Se quedó momentáneamente sin palabras, al darse cuenta de lo poco que la conocía.
“Olvídalo. Creo que pedí demasiado“, dijo ella en voz baja, mientras su mano se deslizaba de la de él y lo apartaba suavemente.
Acto seguido, se dio la vuelta. Cada uno de sus pasos firmes llevaba el peso de una verdad insoportable. Ni siquiera miró hacia atrás, porque no quería revelar la confusión que atormentaba su interior. A pesar de que su exterior permanecía sereno, el dolor ya había dejado heridas profundas en su corazón.
Brian siempre había recordado todo sobre Tracy: sus miedos, sus ansiedades, así como los pequeños detalles que la hacían ser quien era. Sabía que le temía a la oscuridad y a los espacios reducidos.
Sin embargo, desconocía los miedos de Rachel, nunca se había dado cuenta de que ella también le temía a la oscuridad, ni que la sensación de caídas repentinas la hacía entrar en
pánico.
Rachel y su hermano mellizo nacieron el mismo día, pero desde el principio sus vidas estuvieron marcadas por la pérdida de su madre, quien murió durante el parto, dejándolos en manos de un padre y una abuela que nunca los quisieron de verdad.
Al principio, el hermano de Rachel fue su única fuente de consuelo. Las duras palabras y la fría indiferencia le dolían menos con él a su lado. Al menos no estaba completamente sola. Sin embargo, todo cambió el día que al chico le diagnosticaron autismo, pues el mundo lo etiquetó como una persona defectuosa e indigna. A partir de ese momento, ambos se convirtieron en una carga para su familia.
Cualquier calidez que alguna vez existió en su hogar se desvaneció, y fue reemplazada por crueldad y desprecio. Rachel aprendió rápidamente que el afecto era un privilegio, no un derecho, y que sobrevivir significaba soportar desdichas, adaptarse y no esperar nada de
nadie.
Todo empeoró cuando Moira Haynes se convirtió en su madrastra.
Deseoso de mantener contenta a su nueva esposa, su padre hizo todo lo posible para que Rachel y su hermano pasaran desapercibidos. Se les prohibía salir de casa y ser vistos, sobre todo cuando Moira estaba presente.
Ocultos como secretos, pues a su padre le resultaban demasiado vergonzosos para
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reconocerlos, pasaban sus días encerrados en áticos, sótanos y habitaciones sin ventanas,
donde la oscuridad se extendía interminablemente.
Por la noche, la oscuridad era sofocante. Las sombras se confundían unas con otras, borrando toda sensación de espacio y tiempo. A pesar de todo eso, Rachel no podía arriesgarse a encender ni una sola luz, porque la visibilidad significaba descubrimiento, lo cual a su vez representaba castigos. Si alguna vez Moira se enteraba de ellos, las consecuencias serían
impensables. En el mejor de los casos, recibirían una paliza. Sobrevivir no les garantizaba la vida; solamente significaba que soportarían otro día de tormento.
¿Cómo podría Rachel no temerle a la oscuridad? Era un terror crudo y visceral que se filtraba en sus huesos, y un miedo tan intenso que la consumía. Sin embargo, Brian nunca llegó a
conocer esa parte de ella. No tenía ni idea de todo lo que había soportado.
Abrazándose a sí misma, Rachel siguió caminando, obligándose a avanzar como siempre lo
había hecho: un paso doloroso cada vez.
Cuando salió del ascensor, chocó inesperadamente con Ronald. La expresión de este era de sorpresa cuando preguntó: “Señorita Marsh, ¿por qué se va?“.
Los ojos de la joven se posaron en el ungüento que el hombre tenía en la mano. No dijo nada,
pues era obvio que Brian lo había enviado a comprar ese medicamento para Tracy.
El dolor de esa revelación la golpeó con fuerza. El ungüento no era para ella, quien había
estado para su prometido todo el tiempo.
Cuando Ronald entró en el ascensor, notó que Rachel cojeaba ligeramente y que su andar era
inestable y tenso. “¿Se lesionó?“, preguntó con el ceño fruncido.
Evitando la mirada del hombre, la chica respondió con voz tensa: “Sube. Brian debe de estar esperándote“.
Cuando Ronald llegó a la oficina de su jefe, rápidamente se dio cuenta de que el medicamento era para Tracy.
Mientras se acercaba al escritorio de Brian, este lo miró de forma casual, pero decidida, y le ordenó: “Aplícale el ungüento, por favor“.
La joven retiró la mano a toda prisa. Su tono era juguetón e insistente cuando le dijo: “¡Brian,
quiero que tú me lo apliques!“.
El aludido tomó el tubo de medicamento, desenroscó la tapa y, cuando estaba a punto de aplicárselo, algo dentro de sí lo hizo cambiar de opinión. Con un suspiro silencioso, le entregó el ungüento a la chica.
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“Usa tu mano derecha para aplicártelo tú misma“, dijo con voz firme.
“Pero…“. Tracy hizo una mueca, visiblemente molesta, y entrecerró los ojos con frustración.
“Si no puedes hacerlo, le pediré a Ronald que te lleve al hospital“, ofreció Brian con voz tranquila, casi indiferente.
La chica dudó y su orgullo se apoderó de ella.
“No es necesario. Puedo hacerlo
yo misma“.
Luego de aplicarse el medicamento, se quedó ahí un rato, esperando en silencio un momento de atención o tal vez una señal de empatía de parte de Brian. Sin embargo, mientras lo observaba inmerso en su trabajo, totalmente concentrado, una sensación de frustración comenzó a crecer en su interior.
Apretó los labios en silencioso fastidio y con un profundo suspiro decidió marcharse. ‘Ya habrá otras oportunidades‘, pensó.
Cuando Rachel y Samira llegaron a la modesta empresa, la recorrieron rápidamente con la mirada.
No tardaron mucho en identificar a la joven responsable de haber plagiado el diseño de Rachel. Era tímida, introvertida y parecía recién egresada de la universidad. Su apariencia conmovió a Rachel, que recordó sus primeros días después de graduarse, cuando era igual de ingenua e insegura.
“Samira, trae el borrador, por favor“, instó Rachel con voz tranquila y autoritaria.
La joven que estaba frente a ellas levantó la mirada, luciendo confundida. “Disculpen… ¿Las conozco?“, preguntó con voz vacilante.
Rachel colocó el borrador del diseño sobre el escritorio, mirando fijamente a la otra.
“Supongo que reconoces esto“, dijo con voz tranquila, pero con una intensidad subyacente.
Los ojos de la chica se abrieron de sorpresa, mientras examinaba el borrador.
“¿Por qué lo tienen ustedes?“, preguntó entre tartamudeos y visiblemente sorprendida.
La voz de Rachel se mantuvo tranquila, pero firme, cuando contestó: “Porque fui yo quien creó este diseño. Pasé una semana trabajando en él. El borrador que enviaste a Titan Innovations es casi idéntico; solo le has hecho ligeras modificaciones. Lo que has hecho no solo es plagio, sino también una infracción de mi propiedad intelectual“.
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Capítulo 8 ¿Sigues aferrada a esa idea
Rachel hizo una pausa, dándole tiempo a la otra parte para asimilar sus palabras.
“Espero que te retractes de tu propuesta a Titan Innovations y admitas tu error. Si te niegas, no tendré más remedio que emprender acciones legales para proteger mis derechos“.
La joven permaneció sentada en un silencio atónito, con una expresión que combinaba confusión y comprensión. Era evidente que estaba tratando de comprender la gravedad de la
situación.
Movida por la curiosidad, Samira se acercó más a Rachel.
“¿Qué está sucediendo? Parece perdida. ¿Cree que esté fingiendo o realmente no sabe a qué
nos referimos?“.
Rachel permaneció serena. Sus ojos nunca dejaron de mirar a la joven que estaba frente a ella mientras contestaba: “Esperemos y veamos. Pronto lo sabremos“.
“De acuerdo“, respondió la asistenta.
Transcurrieron varios minutos en silencio, la tensión era realmente pesada en la oficina, antes de que la joven por fin dijera con voz temblorosa: “¿Plagio? ¿Cómo puede ser eso posible? No sabía que ese diseño es suyo“.
Rachel levantó una ceja y, sorprendida inquirió: “¿Cómo que no lo sabías?“.
El rostro de la otra se distorsionó y las lágrimas brotaron de sus ojos.
“Yo… No tenía ni idea. Hace unos días, mi novio me mostró un diseño. Dijo que lo había creado él mismo. Él sabía que mi empresa estaba buscando asociarse con Titan Innovations, así que me pidió que le hiciera algunos ajustes, incorporando mis ideas“.
Esa revelación golpeó a Rachel como un rayo. Después de enterarse de que la chica no tenía la culpa, suavizó su expresión y declaró con voz firme pero comprensiva: “Te ha engañado“.
Acto seguido, extendió tranquilamente sus bocetos y borradores originales sobre el escritorio, dejando que la evidencia hablara por sí sola.
“Como verás, este diseño es enteramente mío. Cada línea, cada detalle. Las acciones de tu novio constituyen tanto plagio como robo de secretos comerciales“.
A medida que el peso de esas palabras calaba en la chica, su rostro palidecía y su ansiedad y miedo se hacían evidentes.
El resto de la conversación transcurrió con tranquilidad. Sin oponer resistencia, la joven reveló a regañadientes el nombre de la persona que la había engañado.
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Rachel se volvió hacia Samira y, con voz serena pero decidida, le ordenó: “Te harás cargo de los siguientes pasos, pero aún no lo pongas sobre aviso. Empieza a recopilar pruebas y yo me encargaré de los procedimientos legales“.
“Entendido“, respondió la asistenta, mientras su atención se dirigía momentáneamente al tobillo hinchado de Rachel. “Necesita descansar. Debe de estar sintiendo mucho dolor. ¿Por qué no vuelve a casa?“.
Poco después, cuando Rachel llegó a casa, las luces de la sala de estar estaban encendidas, proyectando un brillo cálido sobre el espacio. Brian estaba sentado en el sofá, con su habitual aire de compostura y elegancia.
La joven estaba agotada física y mentalmente, así que moría por darse una ducha y
descansar tranquilamente.
Con pasos decididos, pasó junto a Brian, optando por ignorar su presencia por completo.
Pero justo cuando iba pasando, la mano del hombre se disparó y le agarró la que se quemó en la oficina, por lo que le palpitó de dolor, enviando una oleada de incomodidad a través de
su brazo.
“¡Suéltame!“, exigió la chica bruscamente, con la voz teñida de enfado.
Sin embargo, el agarre del hombre se apretó ligeramente, mientras su paciencia se agotaba.
“Sigues aferrada a esa idea, ¿verdad? ¿Tienes que seguir con esa pelea?“.