Capítulo 140
Andrés había puesto a Luisa en la cama y dijo: -Estás cansada, duerme primero; voy a ver qué pasa afuera.
La puerta se abrió y Andrés frunció el ceño.
La persona de afuera era Carlos.
Casi se había olvidado de que Carlos estaba aquí ahora.
¡Qué interesante!
Andrés acababa de salir de la ducha, solo llevaba una toalla alrededor y los chupetones en su
clavícula eran claramente visibles.
Al ver de repente esta escena, las venas en la frente de Carlos se hicieron prominentes, su respiración se cortó, su rostro se puso pálido y sus ojos contenían una tormenta peligrosa.
-¡Qué le has hecho a Luisita!– Carlos apretó los puños, las venas de sus manos sobresaliendo.
Andrés soltó una risita.
-Somos pareja, ¿qué crees que hemos hecho?
Esa frase lo desmoronó completamente.
Carlos estaba furioso, sintiendo que toda la sangre en su cuerpo se había congelado, con un
dolor de cabeza insoportable.
Se había torturado a sí mismo pensando si Luisa y Andrés ya habrían tenido relaciones
sexuales.
Pero eso era solo una imaginación.
Ahora, en este momento, al ver las marcas ambiguas en el cuerpo de Andrés, Carlos sintió que por un segundo todo se volvió oscuro ante sus ojos.
Un zumbido agudo en sus oídos, acompañado de un dolor punzante en el corazón lo abrumaron y parecía a punto de desplomarse.
Al siguiente segundo, como un animal salvaje enloquecido, Carlos, con los ojos rojos e hinchados y gritando, se lanzó hacia él.
Andrés retrocedió un paso, se movió hacia un lado y luego, su puño golpeó fuertemente la cara de Carlos, y al mismo tiempo, le dio una patada feroz a Carlos.
Carlos sintió un dolor agudo en su rostro y su mente zumbaba.
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Él retrocedió repetidamente, hasta que su cuerpo chocó con la pared del pasillo, produciendo un sonido sordo.
-¡Je!
una mirada de burla cruzó por los ojos de Andrés, -Carlos, te di una oportunidad hace tres años, cuando Luisita se juntó contigo, también intenté convencerme de ella fuera feliz, yo los dejaría en paz, pero ¿cómo la trataste tú?
que mientras
El corazón de Carlos parecía estar siendo estrujado por una mano invisible, siendo torturado repetidamente, causándole un dolor que le impedía respirar.
Andrés no le dio tiempo para recuperarse, y continuó interrogándolo: -Carlos, ¿con qué derecho y con qué cara tienes para cuestionarme?
Esa frase fue letal.
Carlos quedó brevemente aturdido.
Cierto.
¿Qué derecho tenía ahora él?
Fue él quien destruyó su relación con Luisa, fue él quien la empujó hacia el otro.
La mirada de Andrés hacia Carlos era de desprecio y mofa, como si estuviera viendo a un perro
callejero.
Despreciaba a ese tipo de hombres.
No supo valorar lo que tenía cuando la poseía, y solo fingía profundidad después de perderla.
La profundidad tardía es la más inútil, ¿a quién intenta impresionar ahora con esa actitud?
Después de un breve silencio, la confusión en el rostro de Carlos desapareció, como si hubiera encontrado una justificación válida para sí mismo.
Tiró de sus labios en una sonrisa, la sangre en el borde de sus labios lo hacía parecer loco y
obsesivo.
-Por supuesto que tengo derecho, ¡porque la amo! ¡Nadie puede amarla más que yo!
Andrés soltó una risa irónica, levantó una ceja y dijo con burla: -¿La amas? ¡Ja!, tu amor, i hasta los perros lo rechazarían!
Carlos aún quería decir algo.
La voz de Luisa, alarmada y enfadada, llegó desde detrás de Andrés.
-Carlos, ¿qué estás haciendo aquí?
Ella lo miró fijamente, con una mirada que parecía la de un enemigo.
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Al oír la voz de Luisa, Carlos levantó la vista hacia ella.
Lo primero que vio fue el inusual rubor en el rostro de Luisa y el deseo aún visible en sus ojos.
Más abajo, un chupetón llamativo en su blanco cuello.
En ese momento, Carlos finalmente entendió lo que era el dolor de un corazón desgarrado.
Si antes, al escuchar las palabras de Andrés, aún albergaba una pizca de esperanza y podía engañarse a sí mismo pensando que era una mentira inventada por Andrés para provocarlo.
Pero ahora, al ver las marcas en el cuerpo de Luisa y la mirada en sus ojos, Carlos estaba casi enloqueciendo.
Olfateó débilmente en el aire el vestigio de un aroma post–coital.