Capítulo 310
Berta también vio a Luisa, y en sus ojos se reflejó una expresión de sorpresa. -¿No es la abogada Luisa? Qué grana coincidencia.
Luisa sonrió y le dijo: -Estaba dando un paseo por el parque y de pronto escuché el llanto de una niña, así que me acerqué a ver qué pasaba. Qué casualidad, resulta que la mamá de Aída eres tú.
-¿Fue la abogada Luisa quien trajo a Aída hasta este lugar? -Los ojos de Berta reflejaban una inmensa gratitud.- Muchísimas gracias.
Luisa sonrió y respondió: -No hay de qué, fue solo un pequeño gesto.
-Aída, dale las gracias a Luisa.–Berta sonrió mientras le decía a Aída.
La bella Aída, con sus grandes ojos claros y brillantes, miró a Luisa y dijo con una vocecita
clara y suave: – Muchas gracias, Luisa.
-La bella Aída era muy buena. —Luisa se agachó, le acarició la cabeza y sonrió con dulzura,
cerrando los ojos.
Berta, mientras sostenía la mano de Aída, dijo: –Abogada Luisa, de verdad, muchísimas gracias por el día de hoy. Esta noche te invito a cenar.
-Tranquila no hace falta. -Luisa mantenía una ligera sonrisa en los labios.
-¿Qué pasa, abogada Luisa? ¿No puedes esta noche? -Berta era muy insistente.–Si no, también puede ser mañana. Dime cuándo puedes.
Luisa agitó con fuerza su mano y dijo: -De verdad, no es necesario.
Berta insistía con tanto entusiasmo que era difícil rechazarla. Luisa se negó varias veces, pero al final le dio pena que ella siguiera insistiendo y dijo: -Entonces… está bien. Esta noche tengo un compromiso, que sea el sábado que viene por la noche.
-Perfecto. -Berta sonrió con alegría. -Entonces, queda así te parece.
Solévia.
Valentina caminaba por la calle con la sensación de que alguien la seguía.
Se giró varias veces, y aunque todos le parecían ser sospechosos, no lograba notar nada fuera
de lo común.
Sentía miedo; las palmas de sus manos sudaban con intensidad.
Capítulo 310
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Tres noches atrás.
Se había reunido con Carlos en una casa de campo a las afueras de la ciudad. Después de que Carlos se marchara, uno de los guardaespaldas encontró un micrófono oculto bajo las hojas de un florero en la sala de estar.
Al descubrir que su identidad había sido revelada, Valentina contactó asustada a Daniel y escapó esa misma noche rumbo a Solévia.
Después de salir del país, rompió de inmediato los lazos con la familia Martínez. Ahora que estaba en conflicto con ellos, ya no podía contar con su protección y, por lo tanto, tampoco con sus guardaespaldas que le habían sido asignados anteriormente.
Por suerte, uno de los guardaespaldas personales que había tenido era un poco ingenuo y tenía ciertos sentimientos por ella. Valentina ya había notado hacer rato sus intenciones desde hacía tiempo, así que el día de su huida se lo llevó consigo.
-Adolfo, siento que alguien nos está siguiendo.-Le dijo Valentina angustiada en un tono de voz baja al guardaespaldas que tenía al lado.
-Señorita Valentina, no tenga miedo. Pase lo que pase, juro que daré mi vida por protegerla.
Adolfo era un tipo alto y corpulento, medía un metro ochenta y cinco y estaba muy apuesto.
Antes de salir del país, Valentina se sentía muy segura con él a su lado, pero ahora era diferente. Había escapado a Solévia, Andrés estaba enviando gente para buscarla, y Daniel andaba tan ocupado que no tenía tiempo alguno para encargarse de ella.
-Adolfo, si de pronto es gente de la familia Martínez, puede que ni siquiera tú logres protegerme.–Valentina subió al auto, con el corazón lleno de inquietud.
Le dijo al guardaespaldas que conducía en el asiento delantero: -¡Conduce ya de regreso a la hacienda! Mejor no salgamos por ahora. Puede que la familia Martínez ya haya rastreado mi paradero.
El pequeño auto blanco apenas había arrancado cuando sin pensarlo fue embestido por una camioneta negra que lo detuvo por completo.
Adolfo sacó su arma. —¡Señorita Valentina, agáchese rápido!
Apenas terminó de hablar, se escucharon algunos disparos.
Valentina, aterrada, sintió que las piernas le flaqueaban y se echó al piso del auto, temblando de pies a cabeza.
¿Será que hoy moriría en este lugar?
El estruendo de los disparos era constante, como una lluvia de balas.
Capitulo 310
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El parabrisas fue perforado en varios puntos y un olor a sangre comenzó enseguida a llenar el
ambiente.
Valentina gritó, desesperada del pánico: —¡Adolfo, ¿estás herido?!
-Señorita Valentina, lo siento son muchos… Puede que hoy no logremos salir con vida.— Respondió Adolfo con mucha dificultad, mientras se presionaba una herida en el brazo.