El volumen de casos del bufete Lex Juris Abogados seguía en aumento, y recientemente el despacho había contratado a un nuevo grupo de abogados y asistentes legales.
Los departamentos de Recursos Humanos, Finanzas y Administración también ampliaron por completo su personal con varios nuevos empleados.
Con la expansión del despacho, las normativas y regulaciones internas se volvían cada vez más completas.
Gracias a Andrés, los empleados del bufete disfrutaban de espectaculares meriendas vespertinas cada dos o tres días, lo que contribuía a crear un ambiente mucho más relajado y agradable en todo el despacho. Luisa notaba con claridad que, últimamente, todos estaban mucho más motivados y la eficiencia había mejorado de forma notable.
Había que admitirlo: la ‘estrategia de agradar‘ de Andrés realmente estaba dando resultado.
Lo único que preocupaba a Luisa era que, de los cinco días laborales de la semana, Andrés aparecía de pronto en el despacho dos o incluso tres veces.
Con la excusa de ‘inspeccionar el trabajo‘, en realidad nadie sabía qué se traía entre manos. Cada vez que él llegaba, las chicas del bufete se alteraban visiblemente, lanzándole miradas furtivas tanto disimuladas como ciertas descaradas, y perdían toda concentración en sus tareas.
Aquella tarde, Andrés volvió de nuevo a aparecer.
Entró con familiaridad en la oficina de Luisa, se acomodó tranquilo en el sofá y, con total soltura y despreocupación, se preparó un café como si el bufete en verdad fuera suyo.
Luisa no desvió ni un milímetro la mirada, concentrada por completo en la redacción de documentos
legales en su ordenador, sin levantar siquierá los párpados, como si ese elegante y distinguido Andrés
sentado en su oficina no fuera más que simplemente aire.
Andrés permanecía en silencio, sentado tranquilamente en el sofá mientras tomaba despreocupado café.
No interrumpía para nada el trabajo de Luisa.
Bebió un par de sorbos, dejó la taza con suavidad sobre la mesa, cruzó las largas piernas con naturalidad y fijó su mirada en Luisa.
Desde ese ángulo, podía ver con claridad el perfil de su cara.
Cuando iba a trabajar, Luisa solía maquillarse ligeramente. Llevaba el cabello largo recogido hacia atrás con una sencilla pinza, y un conjunto de traje ejecutivo color café claro que resaltaba su belleza con un aire decidido, una elegancia intelectual impregnada de la poderosa presencia de una mujer fuerte y
moderna.
Su piel era blanca con un rubor natural, tan suave y jugosa como un durazno maduro; desde ese perfil, su nariz lucía aún más recta, y sus largas y rizadas pestañas temblaban levemente, como mariposas en
vuelo.