Capítulo 359
Andrés se quedó un rato afuera de la puerta escuchando perplejo, pero al final no entró.
El ciclo estaba gris y cubierto, y empezó a lloviznar, una lluvia fina y persistente.
Andrés camino a paso largo hacia la entrada del Bospital, alzó la vista hacia el cielo opresivo y sombrío, y su mente se desvió.
Tal vez él y Luisa ya no podrían estar juntos nunca más.
Víctor era su amado padre, tenía apenas cincuenta y dos años, y ya estaba por dejar este mundo.
Cuando tenía cinco años, salió a la luz el asunto del hijo ilegítimo de Victor. Su madre y Victor pelearon fuertemente por el divorcio, pero al final, por la presión de los mayores de ambas familias, el divorcio no se concretó.
Ya tenía memoria cuando cumplió cinco años.
Esos terribles recuerdos tan dolorosos ya habían echado raíces en su corazón.
Recordaba con claridad todas las injusticias que había sufrido su madre, recordaba cómo ella se encerraba sola a llorar en la habitación, recordaba cada una de las peleas entre sus padres, recordaba el desprecio que se reflejaba en la mirada de Víctor.
Él sabía perfectamente que Víctor no amaba a su madre, ni a él tampoco.
Andrés nunca había sentido lo que era el amor de un padre.
Desde niño hasta adulto, la relación entre él y Víctor siempre había sido bastante distante.
Pensaba que, cuando Víctor muriera, no se sentiría triste.
Pero ahora que ese momento había llegado, se dio cuenta de que, en realidad, no podía mantenerse indiferente ante esto.
No muy lejos de allí, un hombre de mediana edad venía caminando apresurado hacia la entrada. del hospital. En un brazo llevaba a un niño pequeño y con la otra mano sostenía un paraguas.
De pronto, el hombre llegó junto a Andrés.
Al llegar a la puerta del hospital, el hombre cerró el paraguas, bajó la cabeza y le habló con suavidad al niño en sus brazos: -No llores, bebé, te voy a llevar con el doctor. Ya no te va a
doler.
Andrés sintió un estremecimiento en el corazón.
Su mirada se quedó pegada, como si no pudiera apartarla del bebé.
Aquel niño parecía tener apenas uno o dos años, era muy pequeño.
El hombre vestía un uniforme de fábrica, de color azul oscuro, con el nombre de la fábrica bordado en el pecho.
Andrés notó enseguida las manos del hombre, ásperas, oscuras, llenas de callos.
Eran justamente esas mismas manos tan ásperas las que, al sostener al niño, se movían con suma ternura, transmitiendo un profundo amor paternal.
En ese rostro curtido por el tiempo se veía una profunda ansiedad y preocupación.
Esa expresión, él casi nunca se la había visto a Victor.
Oh, no, sí la había visto.
Aquel año, Víctor volvió al país con Daniel, pidiéndole a los abuelos que aceptaran a Daniel de nuevo en la familia.
Los abuelos se negaron a hacerlo, ni siquiera les permitieron entrar en la casa.
Entonces, Víctor se arrodilló con Daniel en brazos frente a la puerta y no se levantó.
El clima de aquel día era igual.
Gris, opresivo, tan sofocante que costaba respirar
Muy pronto, empezó a llover.
Víctor se quitó enseguida el abrigo y lo puso sobre la cabeza de Daniel, para protegerlo del viento y la lluvia.
Pero Daniel igualmente se mojó, se resfrió y tuvo una fiebre alta.
La expresión ansiosa de Víctor era exactamente la misma que la de este padre.
Andrés miró en completo silencio, con una opresión dolorosa en el pecho.
El hombre se alejó apresuradamente con el niño en brazos.
Andrés desvió la mirada y echó un vistazo al a la fuerte lluvia frente a él.
En la entrada, unas mujeres con el rostro enrojecido lo espiaban de reojo de vez en cuando, susurrando entre ellas.
Andrés permaneció indiferente ante todo eso.
Levantó con fuerza el pie y se adentró en la lluvia espesa.
Por la noche, en la base de Andrés.
Señor Andrés, ya localizamos la ubicación del cementerio de Basilia. Jorge estaba de pie frente a Andrés, informándole en voz baja, -Daniel construyó un cementerio para Basilia en
de Miraflores, en Solévia.
Jorge le entregó a Andrés un sobre con documentos. -Ese pueblo fue donde Basilia vivió con Daniei cuando llegaron a Solévia. Vivieron allí durante cinco años, y Basilia también murió allí.
Andrés abrió cuidadoso ese sobre.
Era un fajo grueso.
Adentro había fotos de la cabaña de madera donde vivieron, y también algunas fotos viejas de Daniel y Basilia.
Jorge dijo: -Esa cabaña fue donde vivieron Daniel y Basilia en ese entonces. Durante todos estos años, Daniel siempre mandó a alguien a mantenerla limpia.
-Según las personas encargadas de la limpieza, en esa región no se realizaban con frecuencia entierros. Tras la muerte, los cuerpos debían ser cremados. Después de que Basilia murió, los aldeanos la incineraron. Daniel recogió parte de sus cenizas. En ese momento, Daniel aún no tenía medios para construir un cementerio para ella. El cementerio lo construyó tiempo después. No hay restos en la tumba. Lo que se enterró fueron algunas ropas y joyas de Basilia.
Después, Daniel viajó por muchos lugares. Pero las cenizas de Basilia siempre permanecieron en esa pequeña cabaña. Incluso designó a alguien para que las vigilara. Cada año, en el cumpleaños y aniversario de Basilia, él regresaba para rendirle un sentido homenaje.
-¿Se abrió la tumba?– Andrés dijo esto como si preguntara qué había comido ese día, con una ligereza superficial, pero cualquiera que lo observara en detalle notaría el fulgor sombrío en sus ojos.
Jorge respondió: -Sí, se abrió. Efectivamente, no había restos.
-¿Y las cenizas de Basilia?– En los ojos de Andres se agitaban sombras oscuras, grandes
emociones turbias e indescifrables.
-Ya las hemos traído.
Jorge hizo un pequeño gesto a su subordinado.
El subordinado salió corriendo, y al poco tiempo regresó con una urna negra entre los brazos.
Jorge recibió esa urna de manos del subordinado. Señor Andrés, estas son las cenizas de
Basilia.
Andrés fijó la mirada justo en esa urna en manos de Jorge. Sus ojos negros eran tan profundos y brillantes como el mar.
Esa mujer, Basilia, hacía más de veinte años, embarazada, fue a buscar a su madre que acababa de dar a luz, provocando que ella sufriera una fuerte depresión posparto y casi se arrojara desde una azotea. Fue ella quien alteró la paz de la familia Martínez.
Y más de veinte años después, su hijo volvió a destruir la familia Martínez.
Capitulo 359
Todo lo que Daniel había hecho contra la familia González y la familia Martínez fue solo por
venganza.
Todo fue por vengar a su amada Basilia.
Si él amaba tanto a su madre, entonces, si se llegara a enterar de que la tumba de su madre había sido profanada, seguro sería un golpe devastador, ¿no es así?
Estuvo a punto de matar a Luisita, e incluso ordenó a Valentina envenenar a Víctor. Entonces, ¿ arrojar las cenizas de su madre delante de él no sería tan exagerado después de todo, verdad?
En los labios de Andrés se dibujó una sonrisa aterradora.
-Quiero ver a Daniel.
Después de coordinar con el otro lado y completar algunos trámites, Andrés vio a Daniel. Daniel estaba actualmente bajo custodia, esperando ansioso el veredicto del tribunal.
Su caso era bastante complejo. Además de homicidio intencional, también implicaba otros delitos graves.
Desde la familia Martínez presionaron y dejaron en claro que el caso de Daniel debía ser investigado y procesado con sumo rigor.
En ese momento.
Dentro de una sala estrecha, brillaba una lámpara de luz tenue.
Daniel, con esposas en las manos y grilletes en los pies, se sentó frente a Andrés.
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