Capítulo 81
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Diciendo esto, Sergio miró a Luisa pensativo.–Luisa, en ese momento no me di cuenta de que Andrés lo había golpeado porque le gustabas. Pensé que solo lo hizo porque te estaban acosando y él, como un buen joven, salió a defenderte. No fue sino hasta hace poco que me enteré de que ese chico, Andrés, ya había planeado todo desde mucho antes.
Luisa, al escuchar esto, sintió una fuerte mezcla de emociones. Los dedos que sostenían la copa de vino se pusieron blancos por la tensión.
No esperaba que Andrés hubiera llegado al punto de golpear a alguien, casi matándolo.
Una sensación de pavor la invadió de pronto.
Temía que él se viera arrastrado por su culpa.
Desde pequeño, Andrés siempre fue el buen chico ante los ojos de sus padres, el buen estudiante según sus profesores, el hijo prodigio ante los ojos de sus compañeros. Tenía un futuro brillante, y si llegaba a cargar con una vida perdida por su culpa, la verdad ella nunca podría perdonarse a sí misma.
Luisa parpadeó, y sus ojos se llenaron de lágrimas.
Regresaron a la Villa La Serena ya entrada la madrugada.
El aire nocturno estaba frío, y la luz de la luna era sombría y solitaria.
Luisa bajó del auto y, sin decir palabra, caminó en silencio hacia adelante.
Andrés la siguió obediente y entró con ella al complejo residencial.–Luisa, no te enojes,—dijo en voz baja.
Luisa permaneció en completo silencio.
Al llegar al apartamento, Luisa iba a cerrar la puerta, pero Andrés, con expresión de quien ha sido herido, se metió apresurado de lado. —Luisa, ¿me tienes miedo?
Con un tono algo agitado, le explicó: -No me tengas miedo, no soy violento, y mucho menos abusador. Solo ese día solo… lo que dijo esa persona me hizo perder los estribos, no podía escuchar que hablaran mal de ti…
Luisa levantó la mirada hacia él, suspirando sin poder evitarlo. -Andrés, no te tengo miedo, y mucho menos me asusta lo que hiciste. Solo me preocupo por ti…
Andrés apretó los labios y, con suavidad, la abrazó.–Esto ya pasó, ya está todo bien.
Capitole 81
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Luisa se apoyó en su pecho, sintiendo un terrible nudo en su garganta. Con voz temblorosa, dijo: No seas tan impulsivo. Si llegas a matar a alguien, tu vida se arruinaría… Eso es
necesario, no tienes que hacer esto por mi….
Andrés, con voz calmada, respondió: -Pero no lo maté, ¿verdad?
Luisa, molesta, le golpeó ofendida con el puño. ¡No digas eso!
Andrés, con su mano cálida y reconfortante, acarició suavemente la espalda de Luísa, como quien consuela a un niño.—Está bien, lo sé, no lo volveré a hacer.
Luisa, entre sollozos, lo miró y preguntó: -¿Cuántos días te tuvieron preso?
-No fueron muchos días.
Luisa, con la voz quebrada, un tono nasal evidente, murmuró: -¿Sufriste mucho? Dicen que en la prisión siempre sirven solo verduras, ¿cómo te las arreglaste?
Andrés sonrió con gracia. -No es que me guste, pero sabes lo tomé como una oportunidad para perder algo de peso.
Al escuchar esto, Luisa no pudo evitar sonreír entre lágrimas, dándole un golpecito en el brazo. -No estás ni un poco gordo, ¿y vas a perder peso? ¿Estás tratando de hacerme enojar? ¿Cierto?
-Está bien, dejemos este tema atrás, ¿sí?
Luisa lo miró con los ojos rojos, levantando la vista hacia él. -Andrés, ¿por qué no me lo dijiste?
-No quería que te sintieras responsable de nada. Esto lo hice por mi cuenta, no tiene nada que ver contigo.
Luisa sintió el nudo en su garganta de nuevo. Las lágrimas brillaban en sus ojos, y poco a poco
cayeron.
Andrés levantó su rostro con suavidad, y con su pulgar secó las lágrimas de Luisa. -¿Por qué aún sigues llorando?
-No llores, porque si tú lo haces, yo también me sentiré mal.
Y, diciendo esto, Andrés inclinó su cabeza, y con suavidad besó las lágrimas que recorrían el rostro de la bella joven.