Miedo
Se detuvieron en un Spa fantástico, Helena nunca había entrado en un lugar como ese, primero su padre siempre le había prohibido hacerse cualquier procedimiento de belleza,
luego Otávio no la dejaba ni comprar ropa, mucho menos arreglarse las uñas y el cabello.
Quien las recibió fue una mujer de unos cuarenta años, alta, delgada y de color. Pocas veces
Helena había visto a una mujer con una sonrisa tan hermosa y con una altivez tan grande como esa. La mujer abrazó a Ella y la saludó sonriendo.
-¿Cómo está, señora? Hace tiempo que no viene.
-Sí, hace tiempo, pero hoy vinimos para quedarnos hasta pasado mañana. Queremos
disfrutar de todo lo que tenemos derecho.
-¿Y esa otra belleza que te acompaña quién es?
-Esta es Helena, la esposa de Estefano.
Helena notó que aunque la mujer intentaba sonreír, palideció. La abrazó y la saludó.
-Bienvenida al Spa de Nerfetári.
-Gracias…
-Chicas, discúlpenme, pero necesito preguntar, si sus maridos saben dónde están ustedes y si están de acuerdo con esto. Sé que Ella de alguna manera logró calmar a la fiera que es su
marido, pero de Estefano no tengo idea de lo que será capaz de hacer si sabe que su mujer
está aquí sin su orden directa, me gusta mantener mi cabeza sobre mis hombros y a mi
marido le gusta también.
Ella respondió por Helena.
-Todo está bien, Helena está bajo mi responsabilidad, y yo soy la mujer del jefe. Todos saben
y están tranquilos con eso.
-De acuerdo, señora, fingiré que te creo.
Cuando Helena se sentó en la silla, el celular que Estefano le había dado comenzó a sonar.
Ella miró a Ella en pánico.
-Atiende, así de simple.
Y eso fue lo que hizo Helena.
-Hola, Estefano.
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-Primero, no te atrevas a cortarte el cabello o depilarte como una niña, me gusta jugar con
los rizos más privados de una mujer mientras la saboreo.
Incluso por teléfono, Helena se sonrojó de vergüenza e indignación. ¿Cómo se atrevía a .
decirle esas cosas?
-¿Cómo lo sabes?
-¿De verdad pensaste que dejaría a mi mujer sin ser vigilada, pequeña? Eres mía, recibí una
bala en el pecho por ti, hombres como yo cuidan lo que es suyo. La señora suele pensar que
escapa de los guardias y el jefe finge que lo acepta, pero siempre hay alguien vigilándola. Yo
no soy como él, me gustan las cosas claras y dichas en voz alta, los guardias no te detuvieron
solo porque dejé claro que si alguien te tocaba, los cortaría en pedacitos y les haría comerse
sus propias bolas.
Helena no respondió nada, se limitó a escuchar lo que decía su marido, agradeció al cielo que
todo se estuviera diciendo por teléfono, podía imaginar que su mirada era como brasas en
ese momento.
-Por lo demás, pequeña, diviértete con la dama y finge que no tengo idea de dónde estás. Ah,
lo que te digo queda entre nosotros, pero sobre el cabello puedes pasar el mensaje a la mujer del jefe. Eso fue lo que él pidió.
Y colgó, así de simple.
-¿Todo bien, Helena?
-Sí, pero tu marido y el mío dijeron que no podemos cortarnos el pelo.
-Lo sé, él siempre repite eso, pero yo lo voy a cortar, el mío ya pasa de la cintura y ni se va a
dar cuenta. Y tú también.
En ese momento la peluquera intervino.
-No cortaré ni un centímetro del pelo de Helena, conozco hombres como Estefano, son
extremadamente peligrosos cuando se les lleva la contraria.
-¿Y Xavier, no es así?
-Sí, pero se dice que de fiera se transforma en un perrito contigo. Pero Estefano está hecho de roca, creo que nada es capaz de transformarlo.
-¿Por qué dices eso, Nerfetári?
La esteticista miró a Helena, y Helena percibió que temía decir lo que sabía por su causa.
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-Puedes decirlo, nada de lo que me digas se lo diré a él, tienes mi palabra.
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-Bueno, algunas chicas que conozco ya han dormido con él, dijeron que tiene muchas cicatrices, pero ni siquiera eso es lo peor. Vi las marcas en ellas después de una noche con él. Pensé que les había golpeado, pero me dijeron que en realidad él es violento durante el sexo, y que una vez que empieza nada lo detiene. No escucha a nada ni a nadie, es como si entrara en un universo paralelo. Dijeron que el placer también es devastador.
Helena prefería mucho no haber escuchado eso, después de lo que vio la noche anterior, no dudaba de las palabras de aquella bella mujer, al contrario, solo no entendía por qué él nunca la había forzado, a qué estaba esperando. Un escalofrío recorrió su cuerpo, pero Helena procuró relajarse cuando la manicurista se sentó frente a ella para arreglar sus manos y pies. Se obligó a olvidar los comentarios, necesitaba estar tranquila al menos en esos pocos
momentos de libertad.
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