Adiós Brasil
Helena bajó y tomó café a pesar de no querer encontrarse con el jefe de su marido, se había escondido por demasiado tiempo, y ahora Estefano estaba a su lado. Podía confiar en él para protegerla, a pesar del temor que sentía de Xavier, incluso él la defendía. Necesitaba armarse
de valor y enfrentar el mundo.
Tomaron café y Helena volvió al cuarto. Comenzó a organizar las cosas, habían traído sus propias sábanas y fundas, a Estefano no le gustaba usar pertenencias que no eran de ellos, ni siquiera las toallas.
Después se acostó en la cama y encendió la televisión, no tenía el hábito de quedarse frente al televisor, prefería los libros y los musicales, pero la película terminó captando su atención. Era una historia de amor entre una secretaria y su jefe. Faltaba cerca de media hora para que fueran al aeropuerto cuando Estefano entró en el cuarto y se acostó a su lado.
-¿Lista para volver a casa?
-En realidad, no veo la hora de estar allí, segura y protegida. En tu casa fue el único lugar donde realmente tuve paz.
-Nuestra casa, en realidad es más tuya que mía, ahora está a tu nombre.
Helena parpadeó confundida.
-Pero, ¿por qué pusiste la casa a mi nombre?
-Mi trabajo es peligroso y puede pasarme algo. Estoy seguro de que Xavier cuidaría de ti, pero quiero que puedas elegir qué camino seguir. Aunque eso signifique casarte de nuevo por voluntad propia, aunque eso me haga revolverme en la tumba, no quiero que te veas obligada a aceptar a un hombre en tu cama por falta de recursos financieros o por obligación nunca
más.
Una nube pasó por la mirada de Estefano, y Helena lo notó, estaba aprendiendo a leer muy bien a su marido. Cuando iba a preguntar el motivo, dos golpes sonaron en la puerta, era hora de dejar el sol de Brasil y volver a Nueva York.
Salieron de la mano del cuarto, Estefano insistía en caminar siempre así con ella, eso siempre la hacía sonreír, pues con su antiguo marido siempre caminaba a su lado con la cabeza baja, las manos en el regazo, temiendo mirar hacia un lado y que él la golpeara porque, según él, estaba mirando a algún hombre. Pero esa vida había terminado.
El jefe de su marido la saludó con un firme movimiento de cabeza, ella respondió con una
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sonrisa, necesitaba acostumbrarse a Xavier, además de jefe, era lo más cercano que Estefano
tenía a un amigo.
Salieron en un solo coche, con Estefano conduciendo y Helena a su lado, Ella y Xavier en el asiento de los pasajeros. El aeropuerto era un caos, había mucha gente y el ruido la puso un poco nerviosa, pero aun así le gustó, estar en medio de otras personas después de tanto tiempo de reclusión era como volver a vivir después de un largo período de coma.
Ya en el jet privado, Helena se sentó al lado de su marido. Él encendió su portátil.
-Necesito resolver algunas cosas, son solo unos minutos, pequeña.
-Está bien.
-¿Todavía nerviosa?
-Sí, tengo miedo de las alturas.
Sus ojos brillaron, y ella vio deseo en ellos y no pudo comprender por qué.
-Pronto te haré perder ese miedo, eso es una promesa, pequeña.
-Estefano…
-Sin siquiera saber qué es, estás roja, cariño.
-¿Por qué brillaron tus ojos?
-Porque solo pensar en hacer el amor contigo en las alturas me vuelve loco.
Él dijo eso mientras le guiñaba un ojo.
-No, de ninguna manera, no estamos solos, no puedes pedirme eso.
-Oye, nunca propondría eso con alguien cerca, te respeto demasiado para eso y a nuestra
relación también. Pero vamos a vivir eso, pequeña, puedes apostar.
Y le guiñó el ojo nuevamente.
En un momento dado, aunque nerviosa, Helena logró dormir con Estefano acariciandole el
cabello.
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