Familia
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La noche había sido larga, Estefano tardó en quedarse dormido, primero por el deseo reprimido que sentía, segundo por la conversación difícil que tendría por delante. Las cosas que tenía para contar no eran nada agradables, principalmente para una mujer como Helena, herida por el desprecio y sadismo de un hombre. Drogado, había prometido no mentirle y cumpliría, aunque eso significara un largo tiempo sin tocarla. Cuando no sabía lo bueno que era estar dentro de ella era mucho más fácil controlarse, ahora sabía que estar dentro de ella era maravilloso. Con estos pensamientos se levantó silenciosamente y fue a la cocina.
Cuando Helena se despertó estaba sola, en el momento en que se sentó en la cama Estefano apareció con una bandeja de desayuno.
-Buenos días.
-Buenos días, pequeña, busqué las cosas que te gustan en la panadería cercana.
El corazón de Helena se calentó.
-Gracias, ¿sabes qué? Cuando entré por primera vez en esta casa estaba llena de miedo, ahora ojalá pudiera volver en el tiempo y haberme casado contigo cuando tenía 18 años.
Estefano depositó la bandeja a su lado y olió su cabello.
-Recuerda ese deseo Helena después de nuestra conversación, nunca voy a hacerte daño físicamente en la cama ni fuera de ella, solo vengo de una familia demasiado podrida, pero te
amo.
-¿Es tan malo lo que vas a contar? Ya sé sobre el sadomasoquismo de tus padres. ¿Hay
más?
-Sí Helena. Mi padre mató a mi madre cuando tenía 12 años, estaba embriagado. Después
de una sesión de sexo violento la asfixió.
Helena lloraba, por la madre de Estefano, pero por ella también, cuántas mujeres no salían vivas de una relación con hombres semejantes a Otávio.
-No llores pequeña.
-¿Fue arrestado?
-Del lugar de donde vengo la justicia no vale para pobres, negros e indígenas, mi padre era indígena y mi madre blanca. La enterró en el patio de nuestra casa y me obligó a cavar el
hoyo.
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-Dios Estefano, ¿qué tipo de hombre era tu padre? ¿Qué le hace eso a una mujer y a un niño?
-Shhh, no llores, ninguno de los dos merece una lágrima tuya, y yo sobreviví y estoy bien. -¿Cuánto tiempo estuviste con él?
-Tres años más, después de una madrugada en que lo maté y prendí fuego a la casa.
Helena se puso rígida en sus brazos.
-Helena…
-¿Mataste a tu padre?
-Lo maté, después de la muerte de mi madre empezó a traer prostitutas a casa, mujeres decadentes, embriagadas y drogadas. Solo teníamos una habitación y él tenía relaciones con ellas al lado de mi cama, en realidad la mayor parte del tiempo les practicaba sexo oral, podía sentir el olor de su suciedad en mi nariz, pero a él parecía no importarle si llevaban días sin bañarse o por cuántos hombres pasaban antes de estar con él. Corría al baño y vomitaba casi siempre, me mareaba tanta falta de higiene y promiscuidad. Las mordía y la cama quedaba con las marcas de sangre.
-¡Oh, Dios mío! Tengo que vomitar.
Helena corrió al baño que estaba en el pasillo. También necesitaba poner algo de distancia entre ella y Estefano. Pero él no lo permitió, le sostuvo el cabello mientras ella vomitaba en el inodoro y luego le dio la toalla para que se secara la cara y la boca después de cepillarse los dientes.
-¿Por eso lo mataste? ¿Por lo que hizo con tu madre y esas mujeres?
-No, una noche intentó obligarme a participar en toda esa suciedad. Primero quiso que pusiera la boca en una mujer, cuando me negué quiso que aceptara que la mujer me chupara, pero no pude, el asco era demasiado grande. Me pegó por eso, ya estaba acostumbrado a sus golpizas, una más no hacía diferencia. Pero en otra noche llegó drogado, y esta vez quería tocarme sexualmente, llevaba un puñal en la cintura y lo degollé. Eché gasolina en el cuarto y
salí sin mirar atrás.
Helena estaba pálida, como si pudiera visualizar las escenas horribles ante sus ojos.
-Te dije que mi infancia fue dura.
Estaban uno frente al otro en la puerta del baño.
-¿Tienes ganas de huir de mí, pequeña?
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-No, pero estoy asustada y tengo preguntas que hacer.
-Hazlas, de mí solo tendrás la verdad.
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-Aún no, hoy ya fue demasiado pesado, necesito digerir toda esta información. Me siento sofocada.
-Quiero llevarte a un lugar, podrás caminar y calmarte.
-¿Vamos a pasar el fin de semana?
-¿Quieres? Si es tu voluntad.
-Sí, quiero.
-Prepara una maleta pequeña para ti, tengo ropa allá. Mientras tanto voy a limpiar la cocina.
Helena regresó al cuarto con pensamientos confusos, había aprendido a amar a su marido, y esa casa cómoda y segura se había convertido en su hogar. Pero las confesiones de Estefano la dejaron asustada una vez más, sin embargo, sabía que él no le haría mal, solo faltaba que su mente enviara esa certeza a esa chispa de miedo que seguía surgiendo en su corazón.
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