Capítulo 126
Isabel se quedó inmóvil, su mente dando vueltas mientras intentaba procesar la situación. Un pensamiento absurdo cruzó por su cabeza: tal vez ella era la única cuerda en medio de este caos. Ni Sebastián ni Esteban parecían entender la realidad de la situación, y eso la estaba
volviendo loca.
Frustrada, se pasó una mano por el cabello, resistiendo el impulso de jalarlo. “¿Es que nadie ve lo obvio?“, pensó.
Los dedos de Esteban se cerraron sobre su barbilla con firmeza pero sin lastimarla, obligándola a mirarlo directamente a los ojos.
-¿Estás enamorada?
Isabel parpadeó varias veces, desconcertada por el giro inesperado de la conversación.
-¿Qué? ¿De qué hablas?
Una risa nerviosa escapó de sus labios mientras sacudía la cabeza.
-Apenas estaba poniendo las cosas en claro con Sebastián, ¿cómo voy a estar enamorada así
de la nada?
Se detuvo abruptamente al encontrarse con la mirada intensa de Esteban. Las palabras que tenía en la punta de la lengua se desvanecieron, y algo en su interior se contrajo dolorosamente.
-Aunque supongo que es solo cuestión de tiempo -agregó en voz baja, sintiendo como si cada palabra fuera una pequeña traición.
Una sombra cruzó por los ojos de Esteban, tan fugaz que cualquier otro la habría pasado por alto, pero Isabel la notó. La soltó tan repentinamente como la había sujetado.
Aprovechando su libertad recién recuperada, Isabel se apresuró a poner distancia entre ellos, deslizándose hacia el otro extremo del asiento. Esteban se sumió en un silencio absoluto, su mirada perdida en el paisaje urbano que se deslizaba tras la ventanilla del auto. Su perfil recortado contra el cristal no revelaba nada, pero el aire a su alrededor se había vuelto denso, cargado de una tensión que mantenía a Isabel al borde de su asiento.
…
Más tarde, en un restaurante elegante pero discreto, la comida frente a ellos era ligera y exquisita, pero la atmósfera seguía siendo pesada. Isabel observaba a su hermano de reojo, mordisqueando nerviosamente su labio inferior.
-Hermano, ¿por qué estás enojado?
Después de darle vueltas al asunto durante todo el trayecto sin llegar a ninguna conclusión, decidió enfrentar el problema directamente.
Esteban arqueó una ceja, sus ojos oscuros clavándose en ella.
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-¡Come tu comida!
Isabel bajó la mirada hacia su plato, conteniendo un suspiro. “¿Qué hice mal?“, se preguntó mientras revolvía distraídamente la comida. Por más que repasaba la conversación en su mente, no lograba identificar el momento exacto en que todo se había torcido.
En otro punto de la ciudad, Sebastián se acomodaba en el asiento trasero de su auto, su ropa recién cambiada contrastando con su expresión sombría.
-Señor, ¿quiere ir al hospital a revisar su pierna? -la voz de José Alejandro rompió el silencio, cargada de preocupación genuina.
El ambiente dentro del vehículo se tensó.
-Además, la señora Galindo llamó. Dice que la señorita Iris comenzó la quimioterapia -continuó el chofer, ajustando el espejo retrovisor-. Está sufriendo mucho y no deja de preguntar por usted.
Pero Sebastián apenas registraba las palabras. Su mente estaba atrapada en una espiral de imágenes: Isabel, aquel hombre misterioso, el arma que había vislumbrado en su cintura. Un escalofrío le recorrió la espalda. No podía seguir posponiendo las cosas con Isabel, pero la frialdad en sus ojos cuando lo miraba… ¿De verdad no había sentido nada por él en estos dos años?
La sensación de asfixia se intensificaba con cada respiración.
-Señor… señor.
La voz insistente de José Alejandro lo arrancó de sus pensamientos.
-Vamos al hospital -ordenó finalmente, su voz ronca por las emociones contenidas.
-Está bien.
En una habitación de hospital bañada por la luz pálida de la tarde, Iris descansaba contra las almohadas. El tratamiento especial había mejorado ligeramente su aspecto, pero la enfermedad seguía marcando su rostro con una palidez inconfundible.
-Tú descansa un poco, voy a hacer una llamada -Carmen ajustó las mantas alrededor de su hija adoptiva mientras hablaba.
Necesitaban resolver urgentemente la situación con Mathieu y Andrea. En cuanto a Isabel… Carmen sentía que ese barco ya había zarpado, y el pensamiento le oprimía el pecho como una losa.
-Ve, mamá, yo estaré bien la voz de Iris sonaba débil pero dulce, ese tono que siempre hacía que Carmen sintiera que su corazón se partía un poco más.
Apenas se cerró la puerta tras Carmen, el teléfono de Iris vibró. Al ver el número en la pantalla,
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Capítulo 126
su mano tembló ligeramente. Quería bloquearlo, pero el miedo era más fuerte que su deseo.
-Hola -susurró, resignada.
-¿Solo me enviaste cien mil pesos? -la voz profunda al otro lado de la línea destilaba furia apenas contenida.
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