Capítulo 52
Era un secreto a voces que Sebastián siempre había anhelado poseer Bahía del Oro. Pero ahora había un motivo más poderoso detrás de su obsesión: Iris.
Por ella, Sebastián movería cielo, mar y tierra. El fracaso no era una opción; sería un golpe devastador para su ego. Lo que Iris no anticipó al orquestar todo este teatro era la magnitud de las complicaciones que desataría.
Paulina se inclinó hacia adelante, su voz teñida de curiosidad.
-Oye, ¿y cómo estás tan segura de que no van a poder comprarlo?
En el fondo, lo que realmente quería era presenciar el espectáculo. El drama entre Iris y Sebastián prometía ser una deliciosa venganza. ¿Quién querría perderse semejante función? Aunque una parte de ella temía que al final lo consiguieran…
-Me enteré de que está dispuesto a pagar el triple del valor. ¿Segura que el dueño no va a ceder?
Isabel esbozó una sonrisa enigmática.
-No lo hará.
-¿Cómo puedes estar tan segura?
-Porque la dueña soy yo.
Un silencio sepulcral se apoderó de la línea telefónica. Para Paulina, no había razón para que Isabel mantuviera ese secreto; tarde o temprano saldría a la luz. ¡El silencio se extendió por
casi medio minuto!
Paulina sacudió la cabeza, como si intentara aclarar sus oídos.
-A ver, a ver… creo que algo anda mal con mi oído. ¿Qué dijiste? ¿Me volví loca o me estás jugando una broma?
La incredulidad era palpable en su voz. ¿Cómo podría Isabel, con su posición en la familia Galindo, tener semejante fortuna? Bahía del Oro… Ni con diez estudios como el suyo, que generaba algunos millones al año, podría permitírselo.
-Isa, ¿cuántas cosas más me has estado ocultando? ¡Y yo preocupada porque los Galindo te dejaran en la calle!
Su voz resonó a través del auricular. Recordaba cómo se había indignado cuando la familia Galindo le cortó los fondos, maldiciendo su crueldad. Resultaba que la verdadera necesitada
era ella misma.
-Es una historia muy larga,
-¿Tiene que ver con la familia que te crio? Por lo que veo, realmente te aprecian.
Capitulo 52
La mente de Paulina solo podía pensar en la familia que había criado a Isabel.
-Ajá.
Isabel respondió con ese monosílabo, su tono deliberadamente vago.
-¡Pues ya no tengo que preocuparme de que te mueras de hambre!
-¿Morirte de hambre? ¡Ahora ni diez Sebastianes juntos podrían contra ti!
Para que alguien le hubiera confiado algo tan valioso como Bahía del Oro a Isabel, no serían diez, sino cien Sebastianes los que se quedarían cortos.
La conversación se interrumpió cuando Esteban entró en la habitación. Isabel se apresuró a colgar.
El hombre llevaba puesto un camisón que dejaba ver sus piernas largas y bien formadas. Su cabello aún húmedo y sus ojos profundos le daban el aspecto de un príncipe salido de un manga.
-¿Con quién hablabas?
Su voz profunda resonó en la habitación, evidentemente molesto porque Isabel no había obedecido su orden de irse a dormir. Al notar la leche intacta en la mesita, su ceño se frunció aún más.
-Era Pauli. Ya me voy a la cama.
Isabel se dirigió hacia su cama, intentando tomar el vaso de leche en el camino, pero Esteban se lo arrebató con un movimiento fluido.
-Está fría. Métete a la cama, mandaré que te traigan otra caliente.
Isabel abrió la boca para decir que no era necesario, que podía prescindir de la leche por esa noche, pero Esteban ya había salido de la habitación.
Minutos después, una sirvienta llegó con una taza humeante de leche. Isabel, reconociendo la batalla perdida, se la bebió toda obedientemente.
2/2