Capítulo 536
-Vaya, parece que en todos estos años no has logrado endurecerle el carácter. Tanto tiempo a tu lado y aún se doblega como si nada -dijo Esteban, con una ceja arqueada y un dejo de burla en la voz.
Carlos guardó silencio, el rostro tenso como un lienzo a punto de rasgarse.
Eric sintió un leve estremecimiento en la comisura de los labios. ¿Huesos blandos? La ironía le golpeó como un eco lejano. Recordó vívidamente aquel primer encuentro con Esteban: él, de rodillas, suplicando un lugar a su lado. En ese entonces, Esteban lo había mirado con desprecio, reacio a aceptar a alguien que se postraba tan fácilmente. Pero entonces Carlos, al pasar junto a él, se detuvo apenas un instante.
-De ahora en adelante, vienes conmigo -le había dicho, con esa voz firme que no admitía réplica.
Así fue como Eric encontró su lugar. Y por esa misma lealtad, una y otra vez, había puesto su vida en juego por Carlos.
Bajo la mirada, la vergüenza tiñéndole las mejillas.
-Solo quería que la señorita Torres se quedara… -murmuró, apenas audible.
Carlos apretó los dientes, el sonido casi imperceptible pero cargado de furia.
-Fuera ordenó, seco y cortante.
Ver a Eric así, tan vulnerable, era un contraste insoportable con el hombre que arrasaba enemigos en el campo de batalla. ¿Dónde estaba ese orgullo feroz que lo definía allá afuera? ¿Cómo podía arrodillarse con tanta facilidad?
-Carlos… insistió Eric, la voz temblorosa.
-¡Fuera! -rugió Carlos, lanzándole una mirada que prometía tormenta.
Eric abrió la boca, pero el filo en los ojos de Carlos lo silenció. No había espacio para más palabras. Se
puso en pie con lentitud, los hombros caídos, y antes de salir, giró hacia Esteban.
-Señor, Carlos no ha tocado a ninguna mujer en todos estos años. Usted… -comenzó, desafiante.
-¡Fuera! -tronó Carlos de nuevo, cada sílaba un latigazo.
Eric se mordió la lengua, consciente de que había cruzado una línea. Con la cabeza gacha, como un perro que huye con el rabo entre las patas, abandonó la habitación en silencio.
Carlos desvió la vista, y entonces notó el rosario entre las manos de Esteban. Frunció el ceño, intrigado.
-¿Desde cuándo te interesan esas cosas? -preguntó, con genuina curiosidad.
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Esteban bajó la mirada al objeto, sus dedos deslizándose sobre las cuentas con una suavidad inesperada. Una sonrisa tenue, cargada de afecto, asomó a sus labios.
-Isa lo compró en el aeropuerto. ¿Qué opinas? -respondió, casi como si hablara consigo
mismo.
Carlos se quedó callado un instante. Claro, tenía sentido. Si no fuera por Isabel, ¿quién más podría convencer a Esteban de cargar con algo así, un símbolo de piedad que él siempre había desdeñado?
-Hm, su buen gusto nunca falla -concedió, con un tono que dejaba entrever su resignación.
Luego, con un leve titubeo, añadió:
-¿Es el primer regalo que Isa te da?
Esteban negó con la cabeza, aún perdido en el recuerdo.
-No exactamente, pero es la primera vez que la vi elegir algo con tanto cuidado -explicó. Antes también me había comprado cosas, pero nunca estuve ahí para verla. Esta vez fue
diferente.
Carlos sintió un aguijonazo en el pecho, como si el aire se hubiera vuelto más denso. Allí estaba él, atrapado en medio de una escena que destilaba ternura, sintiéndose más bien como
un intruso.
Esteban descendió las escaleras, el eco de sus pasos reverberando en la madera pulida. Desde el descansillo, alcanzó a escuchar las voces de Isabel y Paulina, que charlaban con un entusiasmo que llenaba el aire. Paulina gesticulaba con viveza, sus ojos brillando mientras desgranaba algún chisme jugoso. Pero algo en el pecho de Esteban se retorció. Apenas unas horas antes, ella había estado llorando al teléfono, deshecha, dejando a Isabel al borde de la desesperación. Y ahora, viéndola así, ¿dónde estaba esa supuesta tragedia?
Paulina hablaba con ímpetu:
-Si esto no se maneja con cuidado, la familia Bernard podría correr la misma suerte que los Galindo. Te lo digo, Daniela no es de las que se queda quieta. Si Sebastián no asegura su lugar, ella preferiría hundirlo todo antes que dejarlo en manos del hijo ilegítimo de Marcelo.
Durante años, Daniela y Marcelo habían sido un frente unido, una alianza impenetrable. Pero ahora, de pronto, surgía un heredero mayor que Sebastián y Angélica. ¿No era eso el colmo de la ironía?
Isabel asintió, pensativa.
-Sí, esto va a ser mucho más serio que lo de los Galindo -afirmó. Allá, Carmen nunca tuvo verdadero poder frente a Patricio. No había ni cómo pelear. Pero Daniela… ella siempre ha tenido las riendas, en la empresa y en casa. Si esto explota, va a ser un escándalo imposible de ignorar.
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Paulina estaba a punto de añadir algo más cuando la voz de Esteban cortó el aire:
-Isa, es hora de irnos.
Ambas giraron al unísono, sorprendidas.
-¿Entonces Carlos aceptó que me lleve a Pauli? -preguntó Isabel, con un brillo de incredulidad en los ojos.
Paulina reaccionó al instante, poniéndose en alerta.
-Espera, primero tengo que hablar con Carlos sobre lo de mi mamá -dijo, nerviosa.
Eric lo había mencionado hacía un rato, pero antes de que pudiera subir a confirmarlo, Esteban había aparecido.
-Dame un segundo -añadió apresurada.
Y sin más, corrió escaleras arriba, sus pasos resonando con un “itum, tum, tum!” que llenó el silencio como un redoble ansioso.
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