Capítulo 678
Si ahora pudiera ver a su madre y entender mejor la situación, tal vez se sentiría más tranquila. Pero a pesar de que ha intentado todo para verla, su madre simplemente se niega a encontrarse con ella.
-¿Carlos ya se encargó de todo? -preguntó Isabel.
Todos ya sabían que Alicia no quería ver a nadie. Era sorprendente lo rápido que Carlos había actuado. Claro, estando con Esteban, la eficiencia siempre era clave.
Hablando de los arreglos de Carlos…
Paulina, con un puchero, se sonó la nariz: -Sí, ya lo arregló, pero me costó toda una noche de sacrificio.
-¿¡Qué!? -exclamó Isabel.
¿Qué estaba diciendo? ¿Sacrificio? ¿A qué se refería con eso? ¿Era lo que ella pensaba?
Paulina comenzó a llorar desconsoladamente: -Me dolió tanto, ugh.
Recordar cómo Carlos la había insistido la noche anterior la hacía sentir aún peor. Había soportado tanto dolor, todo para que ese tipo saltara la investigación encubierta y organizara el encuentro con su madre. Y ahora, su mamá ni siquiera se dignaba a verla.
-¡No puede ser! -Isabel se quedó boquiabierta, incrédula.
Alejando a Paulina de su abrazo, Isabel la observó detenidamente. Al ver las marcas en el cuello de Paulina, Isabel no pudo evitar dar un respingo. Imaginar a Carlos, con su imponente figura, comparado con ella… No era de extrañar que Paulina estuviera deshecha.
-Tranquila, tranquila, ya no llores, ¿sí? -intentó calmarla Isabel con suavidad.
Pero Paulina…
-¿En serio usaste ese método? -preguntó Isabel, recordando cómo antes habían pensado que Carlos no estaría interesado en alguien como Paulina.
Paulina se sonrojó profundamente: -No, no fui yo.
Balbuceó, recordando cómo el hombre se había transformado en una bestia y que, aunque quisiera, no había podido escapar.
-¿Qué? -inquirió Isabel.
-Fue Carlos quien no me dejó irme, así que decidí negociar con él -admitió Paulina con un suspiro.
-¿Mientras hacían eso? -Isabel no podía creer lo que escuchaba.
Después de un tímido “mmm” por parte de Paulina, Isabel se quedó sin palabras. Desde que llegaron a París, Paulina había estado asustada de todo. Pero pensar que se había atrevido a
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negociar con Carlos, ¡y en esas circunstancias! A lo largo de los años, cualquiera que intentara negociar con Carlos, incluso los hombres, no solía terminar bien. Las mujeres ni siquiera lo
intentaban.
-¿Qué pasa? ¿No se puede negociar? -preguntó Paulina, confundida por la expresión de Isabel.
-Eres muy valiente -respondió Isabel.
-Eh?-Paulina no entendía.
Isabel recordó lo que Esteban había dicho sobre el extraño interés de Carlos en Paulina. Al principio, no lo había creído, pero ahora, bueno, el cambio había sido rápido. Sin embargo, para Paulina, era algo bueno.
-Isa, ¿puedes pedirle a tu hermano que averigue qué pasa con mi mamá en Lago Negro? -Paulina cambió de tema, más preocupada que nunca por su madre.
-Creo que deberías ir directamente con Carlos -sugirió Isabel.
-¿Ah?
-Si se lo pido a él, también recurritá a Carlos para investigar.
-¿Qué?! -Paulina quedó atónita.
Isabel la miró con cierta pena, pero no pudo evitar decir: -Es lo mejor. Antes pensaba que tú y Carlos no eran del mismo mundo, pero el destino es así de extraño.
Paulina se encontraba en medio de una tormenta, y Carlos se había convertido en su refugio. Como un caballero enviado del cielo para protegerla en sus momentos de crisis, quedarse a su lado y ser su mujer era su mayor puerto seguro.
Al salir de la mansión de Carlos, ya era la una de la tarde. Isabel, hambrienta, murmuró: -Este Carlos, de verdad, ¿por qué no tiene más personal?
Solo había un ayudante en la cocina. Isabel se sentía incómoda interrumpiendo tanto.
Esteban la abrazó, dándole algunos bocadillos, e Isabel los comió satisfecha.
-¿Pudiste aclarar todo con Paulina? -preguntó Esteban con ternura.
-¿Eh? ¿Sobre qué? -Isabel estaba distraída.
-Que siempre que necesite algo, acuda a Carlos.
-Vamos, por eso es -dijo Esteban, notando la expresión de Isabel.
Isabel hizo una mueca: -Pero, Pauli es una chica.
Esteban no dijo nada, solo le ofreció otro bocadillo. Isabel, realmente hambrienta, tomó el
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paquete entero.
-¿A dónde vamos? -preguntó Isabel al notar que no estaban en camino a casa.
-Te llevaré a ver el lugar de la boda -respondió Esteban.
-¿Qué?
Al escuchar que se refería al lugar de la boda, Isabel se sorprendió. Espera, ¿no se supone que el lugar de la boda es una sorpresa para el día de la ceremonia?
Esteban le apretó suavemente la mano: -La boda es solo una vez. Tienes que estar contenta con ella.
El corazón de Isabel se llenó de calidez. Claro, lo importante no era la sorpresa sino que le gustara. Si no le gustaba, sería un desastre.