Capítulo 686
El teléfono seguía sonando y cada palabra que escuchaba la ponía más furiosa.
Ahora, los muchachos de Dan querían ver a Vanesa muerta para vengar a su jefe.
Vanesa soltó un suspiro y colgó el teléfono, mirando a Isabel.
-¿No era un conocido el que hizo esto?
Isabel se quedó boquiabierta.
-¿No fue Dan?
-De cualquier manera, esto lo hizo alguien que te conoce bien. ¿Quién en toda París no te reconoce? ¿Crees que se atreverían?
Vanesa negó con la cabeza.
-No, no se atreverían.
-Exacto. Así que o es Dan vengándose porque te casaste con Yeray o alguien está yendo directo contra ti.
Vanesa frunció el ceño.
-¿Venganza, en mi contra?
-Pero según lo que dijeron los de Dan, él estuvo con ellos toda la noche.
Entonces, la persona de anoche no fue Dan.
Isabel reflexionó.
-Entonces solo queda una opción: alguien te está atacando.
Vanesa se quedó pensativa.
-¿Quién en París se atrevería a atacarme?
-¿Cuánto te debe odiar esa persona para arriesgarse de esa manera?
Para Isabel, no había duda de que nadie en París sería tan temerario como para enfrentarse a
Vanesa.
-¿Odiarme así de fuerte?
La mente de Vanesa se nubló por un momento.
-¿Y qué otro motivo podría haber?
-En ese caso, hay muchas personas en París que me detestan.
-Esos te envidian, pero no te odian.
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Vanesa abrió los ojos sorprendida.
-Entonces, ¿no es Dan? ¿Es alguien que realmente me odia?
Isabel asintió.
-Cuando estábamos en Puerto San Rafael, Iris Galindo solía usar esas artimañas conmigo.
Vanesa murmuró para sí misma.
-Alguien que me odia profundamente…
De repente, un nombre parpadeó en su mente.
-Espera, ya sé quién.
Isabel se inclinó hacia adelante.
-¿Quién?
Vanesa levantó la mano.
-Esa, ¿cómo se llama? Ingrid Chevalier.
-¿Ingrid?
Vanesa asintió.
-Sí, Dan ha estado persiguiéndome últimamente. Ingrid, como su prometida, debe odiarme a
muerte.
¡Maldita sea!
Un tipo la engaña y viene a buscarme a mí, ¿por qué no va y le llora a Dan?
Ahora que lo pienso, la paliza de la mañana a Dan no fue tan injusta.
Isabel reflexionó.
-Es muy posible.
Vanesa se levantó con tal ímpetu que la silla detrás de ella se cayó con un estruendo.
-Voy a ir a ajustar cuentas con ella.
Su enojo era tal que no podía esperar ni un segundo más.
Antes de que Isabel pudiera reaccionar, Vanesa ya había tomado su abrigo. El bolso cayó al suelo, lo recogió de un tirón y se dirigió hacia la puerta.
Isabel se quedó sin palabras.
Con un golpe, la puerta se cerró tras de ella y Vanesa salió disparada, con una actitud que no dejaba lugar a que nadie la detuviera.
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